La Obsesion Del Jefe

Capítulo 12

Capítulo 12

 

—Pero… ¿Qué estás diciendo? —le pregunté a bocajarro, enfadada conmigo misma por habérmelo creído aunque fuera por un segundo. No logro entender por qué dudé si estaba segura que era un invento suyo. A Pierre no se le puede dar ni el beneficio de la duda.

El elevador se abrió en aquel momento. Este es uno de esos hoteles que tiene ascensorista. Por fortuna, no había nadie más y el caballero hizo gala de discreción y desinterés.

—Por favor, Marisse…no es para tanto — repetía Pierre ante el bombardeo de reclamos con el que lo acribillé mientras íbamos entrando. Me coloqué en la esquina opuesta a él, lo más lejos posible en el reducido espacio de un elevador.

— ¡Me has traído hasta aquí bajo engaño! —

El ascensorista preguntó al piso que nos dirigíamos y carraspeó como dejándonos saber que no era lugar para escenas.

—Igual me llevaste una vez a tu casa de campo… sin avisarme. ¿Lo recuerdas?

—No seas malagradecido. Aquello fue otra cosa, fue por tu bien.

Entonces, Pierre se acerca al oído del ascensorista pero con voz suficiente alta para que pueda oírle.

“No se fie nunca de ninguna mujer, caballero. Esta que está aquí una vez me llevó a su casa para aprovecharse de mí.”

El caballero intentó mantenerse ecuánime pero soltó una risita. Pierre lo acompañó como cómplice lo que me enfadó aún más.

Guardé silencio los mil años que duraron el trayecto a nuestro piso.

El timbre de llegada avisó el número de nuestro piso y las puertas se abrieron. Salí de prisa dando grandes zancadas para distanciarme de él y dejarlo atrás. Él apresuró el paso, alcanzándome y tomándome por el brazo.

—A las siete vendré a buscarte para que bajemos al restaurante. Preparan un Bouillabaise exquisito.

Me solté furiosa de su brazo y lo dejé con la palabra en la boca sin responderle nada. Me irritaba verlo y me molestaba saber que nuestras habitaciones eran contiguas. No lo quería cerca.

Inserté la llave de tarjeta y cerré la puerta de un portazo. Al menos, eso quise hacer. Estos hoteles tan modernos nos quitan el placer de cerrar puertas en las narices con sus mecanismos de resortes amortiguados.

¡AAAARRGGG!

Lancé mi bolso con furia sobre la cama. Algo se me tenía que ocurrir pero ni siquiera tenía conmigo el teléfono para comprar un boleto de regreso y escaparme. Me tiré sobre la cama con la mente tan agotada que no podía ni pensar. Fui descartando cada idea que se me ocurrió. Ahora no lograba comprender como antes la gente se las arreglaba sin un teléfono celular, allí estaba mi salvación y mi vida entera.

Poco a poco fui calmándome. Aceptaba que necesitaba tener la cabeza fría porque ninguna buena decisión surge cuando se actúa bajo enfado. Reparé entonces en la habitación, era todo un lujo como en las que siempre se alojaba el estúpido de mi jefe. De pronto mis ojos tropezaron con un folleto sobre la mesa de noche y me abalancé sobre él. Hojeé sus páginas con desespero. Contenía información sobre el hotel, sus instalaciones y los servicios que ofrecían. Piscina, casino, gimnasio, lavandería, cambio de moneda, blah, blah, blah y… ¡centro de computadores con wifi!

Salí de la habitación haciendo el menor ruido posible. Temía que sintiera la puerta abrirse y me viera salir. Lo que antes me provocó enfado ahora lo agradecía, que las puertas del hotel caigan despacio y silenciosas.

El hotel es inmenso y no atinaba a dar con el lugar. Estaba perdiendo demasiado tiempo dando tumbos de aquí para allá. Entonces, me dirigí a la recepción, seguro allí me dirían.

No había abierto la boca para hablar cuando escucho la voz de Pierre resonar tras de mí.

—Marisse,…cariño…me hubieras preguntado. El restaurante queda por este lado…—intervino acercándose y pasándome su brazo por mi hombro. Me contuve. No iba a decirle mi plan para que me lo echara a perder. Accedí a irme a cenar con él.

Estoy acostumbrada a este tipo de restaurante elegante cada vez que damos un viaje. Suelen gustarme y pasamos un buen rato. Pero estas circunstancias son distintas y lo único que tengo en la cabeza es el retraso de mi plan de escape. El Maître nos ofrece la carta de vinos y nos hace recomendaciones. Dejo que Pierre elija, no sé mucho de vinos ni entiendo demasiado el francés. Aunque - muy a mi pesar - debo admitir que me encanta la fluidez del idioma en la garganta de Pierre.  

— ¿No te parece maravilloso que estemos aquí? —me pregunta como si nada.

—Maravilloso me hubiera parecido estar a esta hora en mi casa. Tengo un compromiso importante para mañana.

Entonces soltó con la mayor naturalidad:

— ¿Una cita de amor con mi doctor?

Quedé helada.  

—No sé de qué hablas…—respondí asustada y nerviosa, preguntándome para mis adentros como diablos lo supo.

—Seguramente, mi doctor es un mentirosillo. Ya sabes… con esa cara de cantante de K-pop que tiene, seguro me mintió sobre que te había invitado a salir…

— ¿Hablaste con él? ¿Cuándo? ¿Qué te dijo? —lo bombardeé con preguntas que salieron de mi boca con más rapidez de la que me hubiera gustado.

Sonrió. Esgrimiendo esa sonrisa maquiavélica que amo y odio de él. Esa que al mismo tiempo me parece abominable pero irresistible.

— ¿Acaso no llamó para mi cita de seguimiento? No tienes nada de qué preocuparte. Me ha revisado y estoy perfecto. Ya me dio el alta definitiva.

Advertí que había algo más. Me moría por saberlo y él sabía que así era. Pero si le insistía, se haría de rogar. Mostré indiferencia.

—Y bueno, luego de la revisión, me contó que te había invitado a salir. Que le disculpara la libertad que se tomó pero que como aquel día le dijimos que no éramos pareja, se animó…

—Fue muy elegante de su parte darte tanta explicación —atiné a decir.




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