La Obsesion Del Jefe

Capítulo 14

Capítulo 14

 

El corazón comenzó a latirme con fuerza.

La puerta interconectada tenía la ventaja de requerir que ambos lados quitaran el seguro para poder abrir. Pierre hacia girar la llave de la cerradura sin éxito, insistiéndome que desbloqueara la puerta por mi lado.

No sabía qué hacer. Conociendo a Pierre como lo conozco no dudaba que fuera capaz de pasar la noche entera en su reclamo. Estaba completamente desnuda, envuelta por una toalla que apenas cubría lo indispensable. Saqué de un tirón la cobija de la cama y me envolví en ella. Era ridícula la manera en que me sentía mejor protegida.

 No es fácil tener un hombre intentando entrar a tu habitación cuando es el hombre que –quieras o no-  no te es indiferente. Debo ser la única persona del mundo que a sus veintiséis años todavía sigue fijada en su crush de la escuela. No debo abrirle. Me siento vulnerable y dudo tener el temple necesario para rechazarlo. Aún no he estado en sus brazos pero  tengo la suficiente sabiduría para entender que una vez que suceda, no habrá vuelta atrás. Quedaré en su historia como una más mientras que él quedará en la mía como lo más importante. No lo puedo permitir por más que lo desee. Detesto sus locuras y sus aires de grandeza; me enfada su altivez y su arrogancia. Me molesta la importancia que se da al ver que las mujeres lo persiguen y que la prensa lo adora. ¡Tantas cosas que me disgustan de él y aun así lo deseo!

— ¡Abre la puerta, Marisse! ¡Soy tu jefe y es una orden! —escucho al otro lado.

— ¡Esta es mi habitación y aquí usted no ordena nada! —respondo, temblando y dudando de por cuanto tiempo seguiré resistiendo.

Mi corazón sigue latiendo fuerte por el miedo, no tanto a él, sino a mí misma. A flaquear, a quitar el cerrojo y echarme en sus brazos. Sería desperdiciarme con alguien que decididamente solo busca saciar un capricho. No quería convertirme en su empleada con beneficios, en especial sin conocer la naturaleza exacta de esos beneficios. Seguramente se convertirían en un túnel oscuro del que ya nunca podría regresar.

—Por favor, Marisse…—insistía.

— ¡He dicho que no! ¡Ya vete a dormir!

No recibí respuesta. El silencio Se extendió y pensé que al fin había entrado en razón. Busqué el resto de las sábanas y almohadas e improvisé una cama frente a la puerta, como una barricada humana. Allí me acosté, agotada y vencida. Cerré los ojos cansados y me pareció que me iba en un sueño cuando de pronto volvió a hablar.

—Marisse… ¿estas despierta? —susurró.

No respondí esperando que mi silencio le sirviera como afirmación y me quedé a la expectativa por si decía algo más.

—Al menos dime si estas desnuda y prometo no molestarte más.

A veces puedo ser muy ingenua al creer en sus promesas, pero la sola idea de que se tranquilizara, me hizo responderle.

—Sí, Pierre…estoy completamente desnuda.

La respuesta pareció calmarlo. El silencio que precedió me animó a volver a acomodar todo en la cama y tirarme sobre ella. Quedé profundamente dormida y aunque me pareció escuchar jadeos al otro lado, igual pudo ser un sueño o mi imaginación.

Debí haber estado más agotada de lo que imaginaba porque cuando desperté ya eran… ¡Las once de la mañana! Pierre estaba tocando a mi puerta.

—Marisse…¡despierta dormilona! —gritaba Pierre sin importarle que el resto de los huéspedes pudiera quejarse.

De golpe quedé sentada en la cama. Medio dormida busqué instintivamente el móvil para verificar la hora y enseguida caí en cuenta que no lo tengo. Ya puesta de pie, me cubro con las sábanas tanto como puedo. Entreabro la puerta con cuidado, apenas asomo la cara y escondo el resto del cuerpo.

Pierre llega cargado de paquetes y fundas de ropa.

—Mira lo que te he traído…—dice con una amplia sonrisa, tal cual, como si  nada, como si la noche anterior no me hubiera fastidiado para que le abriera la puerta.

Sonreí agradecida y con algo de timidez. Pierre tiene el desconcertante efecto de olvidar y hacerme olvidar.

—Promesa cumplida…—dice sonriente, hermoso y arrebatador.

—Francamente te lo agradezco…

—Nada que agradecer, fue mi palabra y la cumplí —responde mientras intenta entregarme los paquetes que no puedo tomar porque estoy sujetando las sábanas que me cubren.

—Puedes dejar todo ahí, yo me encargo…—indico señalándole el piso del interior de la habitación, muy cerca de la puerta.

— ¿No me darás el gusto de ver tu cara mientras vas viendo todo?

—No te daré el gusto. Gracias y ya te aviso cuando esté lista…

Su rostro refleja una decepción sin enfado, algo travieso.

—Estamos tardísimo para el desayuno, ya nos tocara el brunch…—dice mientras voy cerrando. Entonces bloquea la puerta con un pie para evitar que se cierre y la puerta rebota.

— ¿Ibas a decir algo más? —pregunto.

—Espero que te guste todo, erizo.

Saca el pie y no bien he terminado de cerrar la puerta cuando grita desde afuera:

“¡Aquí te espero!”

Pongo todo sobre la cama y reviso cada pieza una por una. Ha debido gastarse una pequeña fortuna en todo lo que me ha traído. Me ha comprado más ropa de la que necesito y no hay nada genérico. Todo es ostentoso y de buena marca. Compruebo que tiene un gusto exquisito, debilidad por los buenos hilos y buen tino para adivinar tallas.

Aunque no lo tengo de frente, me ruborizo cuando veo la ropa interior que me ha elegido. Unos diminutos g-strings que han de ser los que acostumbra ver en mujeres y no lo que yo normalmente compraría. Estoy asombrada con sus elecciones y quedo boquiabierta cuando reparo que uno de ellos tiene una abertura prominente justo en la entrepierna. Descarto esa pieza, no pienso usarla ni quiero pensar que pasaba por su mente cuando la escogió.

Elijo unos jeans y un suéter blanco de textura fuerte pero ligera y suave. Me preparo lo más presentable posible y apenas me aplico un poco del maquillaje que traía en mi bolso. Dejo mi cabello suelto, deshaciéndome del moño apretado de oficina al que está acostumbrado a verme.




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