CAPÍTULO 3: EL CONSUELO PROHIBIDO
Nico no había podido dormir.
Eran las tres de la mañana y seguía dando vueltas en la cama, con los ojos abiertos mirando el techo. A su lado, Puri dormía profundamente, con esa expresión de satisfacción que solo tienen los que saben que hicieron daño y lo disfrutaron.
Nico se levantó con cuidado. Fue a la cocina y se sirvió un vaso de agua, pero ni siquiera eso calmaba la inquietud.
No podía sacarse esa imagen de la cabeza: Anona intentando mantener la compostura mientras él mismo la había visto temblar. Pero, sobre todo, no podía dejar de pensar en lo bien que Puri había manejado la situación. Cómo la había destrozado con unas pocas palabras y había salido con la cabeza alta, como siempre.
"Puri superó su trauma", pensó Nico. "Lo convirtió en arma. Y yo… yo sigo aquí, culpándome por algo que ella ni siquiera registra".
Recordó las noches en que Puri lloraba en sus brazos. Sí, había llorado. Pero también recordaba cómo, incluso entonces, calculaba cada lágrima para que él se quedara. Cómo usaba su vulnerabilidad como gancho.
¿En qué momento había dejado de ser víctima?
En el momento en que decidió que era más divertido ser la que golpea.
Nico suspiró. Mañana Puri saldría otra vez con sus chicas. Perfecto. Él tenía planes propios: volver al centro comercial, sí, pero no para disculparse. Para ver si Anona había aprendido la lección. Para confirmar que Puri tenía razón.
Porque, en el fondo, empezaba a sospechar que tal vez sí la tenía.
El domingo por la tarde, Nico llegó al centro comercial. Subió al tercer piso y se quedó fuera de "Moda y Estilo", observando.
Anita atendía a una clienta con esa sonrisa profesional forzada. Se notaba que había dormido mal. Bien.
Cuando la clienta se fue, Nico entró.
Anita lo vio y su expresión se endureció.
—No causamos problemas aquí —dijo rápido—. Si vienes a...
—No, no —Nico levantó las manos, pero con una sonrisa pequeña—. Tranquila. Solo quería ver cómo estabas después de… ayer.
Anita lo miró con desconfianza.
—Estoy trabajando.
—Lo sé. ¿Cuándo tienes descanso?
—En veinte minutos.
—Perfecto. Te invito un café. No muerdo.
Anita dudó, pero terminó asintiendo. Algo en la curiosidad —o en la soledad— pudo más.
Veinte minutos después, en la cafetería del patio de comidas.
Nico ya tenía dos cafés. Le señaló uno.
—Con azúcar y crema. Me imaginé que necesitarías algo dulce después de lo de ayer.
Anita se sentó, tomó el café, pero no sonrió.
—¿Qué quieres realmente?
Nico se encogió de hombros.
—Curiosidad. Puri te destrozó ayer y hoy estás aquí, trabajando como si nada. Eso es… interesante.
Anita apretó el vaso.
—¿Interesante?
—Impresionante, quiero decir. La mayoría habría llamado enferma. O habría llorado en el baño todo el día. Tú no.
—Lloré en el baño ayer —dijo Anita con voz baja—. Después de que se fueron.
Nico asintió, como si eso confirmara algo.
—Lo imaginé. Pero no frente a ella. Eso es fuerza.
Anita lo miró fijamente.
—¿Por qué estás aquí? ¿Vienes a rematar el trabajo de tu novia?
Nico soltó una risa corta.
—No. Vine porque… porque Puri tiene razón en una cosa: la gente como tú suele derrumbarse. Y tú no lo hiciste del todo. Me intrigó.
Anita sintió un escalofrío.
—¿La gente como yo?
—Las que se conforman —dijo Nico con suavidad—. Las que podrían cambiar y no lo hacen.
Anita se puso rígida.
—¿Y tú qué sabes de mí?
—Sé que Puri te conocía de la prepa. Sé que te llamó Anona. Sé que ella cambió y tú no. Y sé que ayer, cuando Puri te recordó quién manda, no pudiste responderle.
Anita tragó saliva.
—Tampoco tú le respondiste mucho.
Nico sonrió, pero esta vez fue una sonrisa fría.
—Yo no necesitaba responderle. Ella ganó. Siempre gana.
Bebió un sorbo de café.
—Mira, no vine a insultarte. Vine a… no sé. A ver si valía la pena el espectáculo de ayer. Y la verdad es que sí. Verte intentar mantener la dignidad mientras te desmoronabas por dentro fue… entretenido.
Anita sintió cómo el calor le subía a la cara.
—¿Entretenido?
—Puri tiene talento para eso —continuó Nico—. Sabe exactamente dónde doler. Y tú… tú le diste material perfecto.
Anita se levantó.
—Creo que esto fue un error.
—Espera —Nico la detuvo con voz calma—. No me malinterpretes. También vine porque… porque quizás podrías aprender algo de ella.
—¿Aprender qué? ¿A ser cruel?
—A ser fuerte de verdad —dijo Nico—. A no dejar que te pisoteen. A tomar lo que quieres en lugar de conformarte.
Anita se quedó de pie, mirándolo.
—¿Y tú qué quieres, Nico?
Nico la miró largo rato.
—Quiero entender por qué Puri ya no me necesita. Y quizás… viendo a alguien como tú, lo estoy empezando a entender. A mi me gustaba más la Puri gordita, la que se parecía a ti, la echo de menos.
Sacó su teléfono. Nico empezaba a sentir algo por anita sin saber qué era.
—Toma mi número. Por si algún día quieres hablar de cómo se siente estar del lado perdedor… y decidir cambiar de bando. Ambos somos perdedores, pero podemos cambiar las cosas.
Anita dudó, pero tomó el número. No sabía por qué.
—Tengo que volver al trabajo —dijo.
—Claro. —Nico se levantó también—. Cuídate, Anita. Y la próxima vez que veas a Puri… no la enfrentes. Te dolerá menos.
Anita se fue sin despedirse.
Nico la vio alejarse, pensando: "Puri tenía razón. Somos patéticos. Pero al menos esta intentó no serlo, mientras yo lo sigo siendo".
Mientras tanto, en la otra punta de la ciudad, Puri estaba en el café boutique con Ernesto.
Él la miró de arriba abajo con esa aprobación que ella adoraba.
—Cada vez te ves mejor, Puri. Ahora sí pareces mujer.
Puri sonrió, saboreando el insulto disfrazado.
—Gracias. Me esfuerzo.
Ernesto se rio.
—Se nota. Antes… bueno, mejor no hablar de eso.
Puri rio también, halagada.
—Antes era otra persona. Una que no merecía que la miraran dos veces.
—Y ahora todos te miran —dijo Ernesto, acercándose—. Incluido yo.
Hablaron de tonterías. Ernesto era superficial, narcisista, perfecto.
—¿Sigues de esposa con ese tipo? ¿Nico?
Puri hizo una mueca.
—Técnicamente. Pero es cuestión de días.
—¿Por qué no lo has dejado ya?
—Porque es conveniente tener a alguien que pague las cuentas mientras decido mi próximo movimiento —dijo Puri con total naturalidad—. Además, es divertido verlo intentar complacerme cuando ya no me interesa.
Ernesto soltó una carcajada.
—Eres cruel, Puri. Me encanta.
Se inclinaron. Se besaron. Fue calculado, vacío, delicioso.
Cuando se separaron, Ernesto dijo:
—Resuelve eso pronto. Porque yo no comparto.
Puri asintió, saboreando la victoria.
—Lo haré. Muy pronto.
Condujo a casa con los labios hormigueando y la mente llena de planes.
Nico estaba en la sala cuando llegó.
—Hola. ¿Cómo estuvo con las chicas?
Puri lo miró con desprecio disfrazado de indiferencia.
—Productivo. Lo de siempre.
Nico notó algo diferente en ella, pero no dijo nada.
Puri fue a ducharse, pensando:
"Nico ya es historia. Ernesto es el presente. Y Anona… Anona es solo un recordatorio de lo que nunca volveré a ser.
Qué delicia haberla destrozado ayer. Debería repetirlo pronto".
Esa noche, tres personas durmieron con pensamientos distintos:
Puri, planeando su próximo triunfo.
Nico, empezando a entender que su lugar al lado de Puri ya no tiene sentido.
Y Anita, mirando el número de Nico en su teléfono, preguntándose por qué lo había guardado.
El mundo era cruel, sí.
Y quizás, solo quizás, empezar a serlo un poco también era la única forma de sobrevivir.
FIN DEL CAPÍTULO 3