—Ven conmigo… —susurró en voz baja y ronca, envolviéndola en sus brazos. Ella le rodeó el cuello con los suyos y dijo:
—Daniel… lo siento tanto… ¿cómo lo has soportado?
—Fue difícil —exhaló.
Se acariciaron en silencio durante un rato. Daniel acariciaba la espalda y los rizos de Lina, mientras ella hundía sus dedos en su pelo largo y espeso. Oyeron sus corazones galopando en sus pechos, cómo su aliento se entrecortaba. Susurraron palabras que brotaban de lo más profundo de sus almas, que nacían del corazón. Daniel la estrechaba contra sí y se daba cuenta de que, con cada segundo, se convencía más de que la necesitaba como el aire que respiraba. Aquello se convirtió en el tranquilizante más necesario para ambos. Sentía su sinceridad, su calidez. Y eso le infundía una nueva fuerza, una nueva energía. Le parecía que le crecerían alas si esa chica se convertía en su otra mitad, en su esposa.
—Lina, dime, ¿te casarías conmigo? —preguntó de nuevo, tomando su hermoso rostro entre sus manos.
Ella lo miró como si no entendiera lo que estaba pasando, completamente embriagada. Pero no por el vino, sino por la multitud de nuevas emociones que la habían invadido de repente.
—Daniel, por favor, dame tiempo para pensarlo. Tengo mucho miedo. Todo esto es tan difícil… y tan rápido —respondió por fin, armándose de valor.
—Está bien, piénsalo. Entiendo que nos conocemos desde hace poco, todo esto es muy serio. Pero no te demores demasiado, Lina. Porque tenemos que decidir algo antes de que a Yura lo entreguen a otra familia.
—Sí… —respondió, desorientada.
Se apartó un poco y miró a Daniel.
—Gracias. Pase lo que pase, Daniel… me alegra mucho que quieras estar conmigo. Y… que quieras tener un hijo.
—Mucho… —sonrió.
Ese día no pudieron separarse. Se quedaron despiertos hasta altas horas de la noche, hablando. Con franqueza, con sencillez. Al límite de lo posible. Daniel sentía que Lina, al igual que él, no intentaba ser alguien diferente ni causar una impresión. Le preguntaba sobre sus gustos y puntos de vista. Admiraba sinceramente sus habilidades y talentos profesionales. Daniel también descubrió entonces muchas cosas nuevas e interesantes sobre su invitada. Eso le convenció aún más de que su elección era la correcta. Había tal ligereza y alegría en su conversación que simplemente no podían dejar de hablar.
Ya muy entrada la noche, decidieron por fin ir a dormir, pues ambos estaban ya agotados. Se les cerraban los ojos. Lina recibió una manta y una almohada, y se quedó a dormir en el sofá. Y el dueño de la casa se fue a su cama. Por la mañana, Daniel se levantó antes y fue a la sala de estar para contemplar a su bella durmiente. Era tan dulce… Imaginó lo maravilloso que sería si Lina estuviera con él. En la cama, en la cocina, en la sala de estar, en la ducha, en todas partes. Mm-mm… La mujer se despertó y le sonrió dulcemente. Con esa sonrisa, la habitación se llenó de alegría. Daniel sintió que lo desbordaba la satisfacción por la simple presencia de Lina, su ternura y su feminidad. Le había faltado tanto todo eso.
Desayunaron juntos y ella insistió en que Daniel la llevara a casa. Pero no pudieron evitarlo y volvieron al hospital para ver a Yurchyk. Pero el niño ya no estaba allí. Les dijeron que ya estaba en el orfanato. Daniel y Lina consiguieron la dirección y se dirigieron allí. Por desgracia, les dijeron que ese día no se permitían visitas a Yura, ya que era costumbre no molestar al niño con visitas el primer día en la institución. Estaban tramitando los documentos, y además, la policía estaba trabajando en el caso.
Daniel llevó a su amiga a casa y regresó a la suya. Más tarde, se fue a visitar a su madre con su hermano. Mientras tanto, Lina no podía quedarse quieta. Tomar una decisión resultaba mucho más difícil que en el pasado. Cuando Vadim le había propuesto matrimonio, ella había aceptado con alegría. Apenas lo había pensado. Eran las gafas de color de rosa de la juventud… Ahora todo era diferente. Lo quería, pero le dolía. La mujer se ocupaba de las tareas del hogar, de los pagos y de cosas por el estilo, pero en su mente no dejaba de dar vueltas lo mismo. Dos chicos guapos. Dos bellezas. El grande y el pequeño. ¿Qué debía hacer? ¿Elegir la tranquilidad y la soledad, o arriesgarse y…? ¿Todo o nada? Lina estaba hablando por teléfono con su madre cuando oyó que llamaban a la puerta. Era el cartero, y le entregó una carta que la confundió aún más. Ay… Ahora estaba completamente perdida y no sabía qué hacer.