Lina colocó las flores sobre la mesa. Se volvió hacia Daniel.
—Muchas gracias, Dani. Eres tan especial... —dijo con sinceridad, sonriendo—. ¿Cómo va el proyecto?
—El proyecto va bien. El hotel se construirá en un lugar muy pintoresco. Seguramente a ti también te gustaría. Quizá algún día lo veas. Lina, dime, ¿cómo estás? ¿Qué has hecho? ¿Has salido a algún sitio? —preguntó con calma.
Se acercó a ella. Ambos se miraban a los ojos, conversaban, pero parecía que pensaban en otra cosa. Le acarició el hombro, bajando poco a poco. Ella vestía un sencillo pantalón deportivo y una camiseta fina, sin nada debajo. Cuando notó que la mirada de él se detenía en sus pechos plenos, se sonrojó. Daniel sonrió con picardía, como si pudiera ver dentro de su mente, y dijo de forma juguetona:
—Ni se te ocurra ir a cambiarte ahora. Me encantas con esa camiseta.
Ella soltó una risita tímida.
—Gracias. Yo... simplemente he estado aquí sola todo el día y... olvidé lo que llevaba puesto.
—Pues mejor que lo olvidaras —murmuró, relamiéndose, mientras la rodeaba por la cintura. Se inclinó, besó su cuello, bajando un poco más. Su mano derecha se deslizó lentamente hasta su pecho, lo acarició con suavidad. Un suspiro dulce se escapó de sus labios. Lina ahogó un gemido, como si le faltara el aire.
—Dani... —exhaló apenas audible.
Instintivamente quiso detener su mano, pero no lo hizo. Recordó la conversación con Katia y, sobre todo, lo bien que se había sentido la noche anterior en esos brazos masculinos. ¡Maldito pudor! ¿Hasta cuándo? ¿Por qué rechazar algo que era tan placentero?
Pensó en Vadim. Sintió un fuerte deseo de hacer algo en contra de lo que él siempre había querido de ella, de lo que le había impuesto durante años. En ese instante comprendió que todo había sido para sus caprichos, para mantener su poder sobre ella. Se le cayó un velo de los ojos. La vergüenza y los complejos impuestos le habían permitido controlarla. Y aquello le había arruinado la vida: no le dejaba sentirse libre, amada, deseada. Ahora deseó un cambio radical. Solo que... ¿tendría el valor para darlo?
Se puso de puntillas y, por iniciativa propia, buscó sus labios. Lo besó con timidez. Daniel respondió con placer, besándola con más calor. Una y otra vez... La envolvió por completo entre sus brazos, luego la tomó por las caderas y la levantó. Lina rió, aferrándose más a su cuello. Daniel la llevó hacia la cama.
—Entonces, gatita, ¿no vamos a perder tiempo hablando? Te he echado de menos —preguntó con un toque desafiante, quitándose la chaqueta y tirándola a un lado. Luego comenzó a desabrocharse la camisa. Lina rió con timidez, mordiéndose el labio.
—Dani... ¿Qué haces? Si ayer... ya hicimos el amor.
—¿Y qué? ¿No podemos más veces? —guiñó un ojo con picardía, observando su reacción. Ella dudó un instante.
Él se quitó la camisa, sonriendo satisfecho. Notó cómo ella se relamía al mirar su torso, sus abdominales. Se acercó de rodillas hasta Lina, que permanecía sentada y algo desconcertada.
—Sol, eres tan deseada... tan provocadora... me embriago al verte así... —dijo, acariciando su pierna, subiendo hasta la cintura.
Se sentó en la cama y la atrajo hacia él, sentándola entre sus piernas. Lina volvió a dudar, pero al final colocó sus piernas a ambos lados de él. Daniel la estrechó con fuerza, y ella sintió cómo se encendía. Luego la apartó un poco y la levantó ligeramente por la cintura, lo suficiente para llegar mejor a sus pechos. Los besó con ansia a través de la camiseta, una y otra vez. La mujer comenzó a derretirse entre sus brazos, como esas manchas húmedas en su ropa. Oh... qué placer...
—Tú... eres tan... —balbuceó.
—¿Tan qué? —preguntó él, con la mirada nublada por el deseo.
—Caliente... fuerte —respondió con cierta vergüenza.
—Oh, mi preciosa... —susurró, besándole los labios con pasión.
—Gatita, ¿te gusta? —preguntó, dejando que sus manos recorrieran su cuerpo. Ella asintió con timidez.
—Pero dime la verdad, Lina, ¿sí? ¿Qué te gustaría? ¿Cómo quieres que te acaricie?
La pregunta la desconcertó por completo. ¡Increíble! Era la primera vez que un hombre le preguntaba lo que a ella le gustaba. Bueno, tal vez también lo hizo ayer... pero ya no lo recordaba con claridad. Todo era una niebla. Vadim, eso sí, nunca.
—Oh... Dani, yo...
—¿Qué? Sol, dime, ¿qué temes? ¿No te gustó ayer? ¿Por qué estabas tan seria esta mañana? Dímelo con sinceridad.
Lina se alegró de que Daniel lo preguntara. Era tan atento... La había impresionado profundamente. No estaba acostumbrada a que un hombre percibiera tan bien su ánimo y su estado. Se atrevió a abrirse:
—Dani, ¿de verdad quieres saberlo?
—Sí, mucho —respondió con firmeza, dejando de acariciarla y mirándola con atención.
Ella no pudo resistirse, tan conmovida estaba.
—Dani... —se lanzó a su cuello, abrazándolo con fuerza. Sintió lágrimas en los ojos. Él la abrazó, pegándola a su cuerpo. Y ella sintió, con todo su ser, que de verdad le importaba. Que, a pesar de su deseo, no pensaba solo en sí mismo. Que estaba dispuesto a escuchar, a esperar. ¡Dios, cuánto había necesitado eso!