La Oportunidad Inesperada

Capítulo 34 (2)

—Dani, verás, yo… Mis relaciones anteriores fueron muy distintas. Viví solo con un hombre, y él tenía una visión muy particular de la intimidad. Y no solo de eso… —empezó con cierta incomodidad—. Estoy acostumbrada a algo diferente.
—Sol, entonces… explícame. ¿No estás molesta conmigo por lo de anoche? Yo… si soy sincero, he estado todo el día pensando en eso, dándole vueltas… Al final llegué a la conclusión de que quizá te preocupaba que… que tuviéramos sexo sin protección. Pero no te opusiste, tú también lo querías. Y… parecía que te gustaba todo, ¿o no? —preguntó con franqueza.

Lina sonrió y le acarició los antebrazos.
—Sí, Dani. Yo… de verdad lo quería. Me siento muy bien contigo. Y… en cualquier caso no puedo quedar embarazada, así que no tengo miedo. Confío en ti. No estoy molesta en absoluto, solo… un poco impactada.
—¿Impactada por qué?
—No sé cómo explicarlo. Bueno… Es la primera vez que probé el sexo fuera de la cama. Y… llevamos muy poco tiempo juntos. Y yo… hicimos cosas que me hacen sentir vergüenza de mí misma. Me parece que no debería comportarme así. Aunque sé que no hice nada malo, porque ya somos familia… me siento extraña. Muy poco habitual para mí. Como si fuera… ligera, no sé.
—¿En serio? —preguntó sorprendido, abriendo los ojos—. Lina, ¿y qué es eso tan tremendo que hicimos? —rió—. ¿Nunca habías hecho el amor de pie o en la ducha?

Lina negó con la cabeza, incómoda.
—Vaya… —suspiró—. ¿Solo en la cama?
Ella volvió a asentir, bajando la mirada. Él reflexionó unos segundos y dijo:
—Sol, sinceramente, no quiero saber todos los detalles de tu pasado, pero… parece que ese tal Vadim, o como se llame, era un auténtico déspota, o como mínimo un tipo muy limitado. Te encerraba en las reglas que a él le convenían. Tal vez él mismo tenía complejos y temía que expresaras tu sexualidad. Hay hombres que lo hacen adrede: le prohíben todo a su mujer —no te vistas así, no te maquilles así, no hagas eso, que vas a parecer una cualquiera— y ellos… bueno, ya sabes. Solo temen perder el control sobre su mujer. Cuando su autoestima está por los suelos, hay pocas probabilidades de que se atreva a serle infiel.
—Sí… —suspiró—. Ahora lo entiendo. Lástima que antes fuera tan ingenua, tan ciega. Mi madre también me repetía siempre que toda esa “romántica” era una tontería, que el amor verdadero no existía, que solo había conveniencia mutua. Que todos los hombres buscaban una sola cosa y que no debía esperar demasiado de ellos. A veces, cuando decía algo contra Vadim, me advertía que él me dejaría si no era obediente. Creo que, en realidad, solo quería dar una imagen más “respetable” delante de la gente. Luego le dio mucha vergüenza reconocer que yo me había divorciado. Temía que dijeran que había seguido sus pasos. Y… así fue.
—Sol, siento que hayas pasado por eso. Pero ahora podemos vivir como queramos. Olvidar todo lo anterior y disfrutar el uno del otro. ¿Sí? ¿Quieres empezar de nuevo? —preguntó con entusiasmo.

Le tomó las manos, mirándola a los ojos. Ella sintió una alegría y un alivio tan grandes como si hubiera salido de una prisión estrecha a un espacio abierto y soleado. Sonrió con cierta timidez y se apoyó en él. Susurró:
—Gracias, Dani. No imaginas lo importante que es para mí tu comprensión y tu apoyo. Quiero… quiero librarme de esos sentimientos opresivos del pasado. Quiero que estés feliz conmigo. Y yo contigo. Pero… no sé…

Él sonrió, estrechándola más contra sí. Le susurró al oído:
—Tú lo sabes todo, lo sientes. Y eres increíblemente especial. Lina, eres tan magnífica… Sol, pierdo la cabeza con solo mirarte. ¡Lo de anoche fue maravilloso! —le besó la oreja, luego los labios—. Quiero más. Apenas me contuve para no despertarte esta mañana y volver a besarte y… no solo eso.

Ella sonrió feliz, mirándolo con más valentía.
—A mí también. Eres un… seductor… Me llevaste hasta… hasta perder la noción de todo. Dani, quiero aprender a ser más libre. A sacar de mi cabeza todos esos “no se puede”, “eso solo lo hacen las mujeres de la calle” y tonterías así.
—Sol, te acostumbrarás. Con el tiempo. Aprenderás a disfrutar más, sin remordimientos —le besó con ternura el cuello—. Te acostumbrarás a que entre nosotros se puede todo lo que queramos hacer juntos —le apretó las nalgas, mientras sus labios la rozaban aquí y allá—. Aprenderás a decirme tus deseos, a ser valiente, directa. Mi preciosa… —sus manos ardientes recorrían su cuerpo—. Eres mi esposa ahora. Y yo soy tuyo. Por completo —susurró con voz ronca, ardiendo de deseo.
—Oh… Dani… me embriago… —respondió ella en voz baja.

Se acurrucó aún más contra su amplio pecho. Se derretía con sus caricias, con sus palabras. Daniel le levantó suavemente la camiseta. Ella le ayudó a quitársela. Él dejó escapar un gemido dulce al poder acariciar sus pechos plenos. Se aferró a ellos con los labios. Ambos casi se quedaron sin aliento.
—Oh, mi dulce… cuánto te deseo… —balbuceó con voz ronca.

La recostó en la cama, y comenzaron a desvestirse mutuamente. Lina se esforzaba por saborear cada caricia y también por darle placer. Tocarlo y besarlo con más audacia. Con cada minuto se encendían más el uno al otro. La razón se apagó de nuevo, se fue a descansar. Los corazones latían rápido, sin descanso.

Esta vez Daniel la tomó en la cama, como ella estaba acostumbrada. Pero, aun así, no fue igual. La hizo olvidar la vergüenza y abrirse a él, buscarlo con cada célula de su cuerpo. Derretirse, deshacerse como un copo de nieve sobre los labios.

Lina no veía la sonrisa de felicidad de él, escuchando sus gemidos plenos de alegría. Cerró los ojos y voló lejos, a mundos irreales donde no existían el miedo ni el dolor. Solo placer.




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