—Bueno... ¿Quizás vamos a jugar al ajedrez, o al dominó? —se rio Lina.
Daniel se rio con ganas. Tomó la mano de su esposa. Sintió en su tono y en su sonrisa que ella quería sus caricias. Claramente echaba de menos las manos de un hombre. La noche anterior, ambos se habían quedado dormidos rápidamente, en cuanto el pequeño se calmó. Lástima que no fue por mucho tiempo. Y hoy...
—Mi dulce, estoy tan... La verdad, tan cansado que apenas puedo mantener los ojos abiertos, pero... Lo único que puedo ver eres tú. Mi belleza... —empezó a amasar y a acariciar suavemente sus manos. Se inclinó sobre la mesa y le dio un beso a sus labios suaves.
—Umm... Lina...
La mujer sonrió misteriosamente y se lamió los labios. Se levantó, tomó la mano de Daniel y lo guio escaleras arriba, hacia el dormitorio. Sin querer, ambos se detuvieron y se asomaron a la cuna, donde su pequeño dormía plácidamente. Era tan lindo...
El hombre abrazó a Lina por la cintura y la atrajo hacia sí. Le besó el cuello con ternura. Le susurró:
—Mi belleza, ven conmigo. Te he echado tanto de menos...
Lina acarició las grandes manos de su marido, que la amasaban de forma tan suave y agradable, y susurró en voz baja:
—Yo también. Pero... Tengo tanto miedo de que el pequeño se ponga a llorar justo cuando nosotros... bueno, ¿entiendes?
—Pues lo haremos rápido. Pequeñita, no tengas miedo. Todo va a estar bien —le aseguró, susurrándole con cariño al oído. Le besó el cuello, el hombro. Las manos cálidas de su marido se deslizaron bajo la blusa de su esposa. Luego más abajo, aún más abajo...
—Oh... Dani... ¡Qué travieso... —exhaló juguetonamente, cuando su marido metió los dedos en sus bragas. Se echó hacia atrás, apoyando la cabeza en su hombro.
—Sí, quiero ser travieso. Gatita, vamos a la ducha. Mi amor, lo necesitamos mucho. Para liberar la tensión.
—Sí... Pero... yo... —Daniel vio que ella tenía miedo. No podía mentalizarse para el sexo. Miraba a Román. —Es que...
—Lina, mi dulce, no tengas miedo de nada. Cariño, quiero saber que sigues siendo mía, y no solo de Román.
Él realmente quería que ella no pensara solo en el niño, sino que también se acordara de él. En su cuerpo, las emociones y la excitación bullían con fuerza. Tenía tantas ganas de disfrutar de su belleza en ese mismo instante, de calmar el hambre y la tensión que se habían acumulado. Las manos del hombre vagaban por su cuerpo, la amasaban, la sujetaban. Sus labios la besaban aquí y allá. La provocaban para encender su apetito.
—Oh, Dani... ¡Qué tentador eres...! —se giró para quedar frente a su marido. Se colgó de su cuello. A Lina las piernas le temblaban. Tan rápido se sintió mareada por las caricias de su marido, por sus palabras.
Daniel llevó a su esposa al baño. Empezó a desvestirla. Inconscientemente, recordó la primera vez que la tuvo, en el hotel de Ámsterdam. Oh... ¡Fue una locura! Quería que esa felicidad durara para siempre. Ahora, ella estaba de nuevo luchando consigo misma. Entonces temía una cosa, ahora otra. Aunque... ¿qué más da, cuando ese cuerpo seductor se derrite tan maravillosamente en sus brazos? No obedece a su dueña tímida, sino que se inclina hacia las caricias masculinas.
—Dani... Oh... —gimió con deleite, cuando su marido le bajó los pantalones.
Poco después, la pareja se estaba deleitando en la ducha. Bajo el relajante chapoteo del agua tibia, Daniel acariciaba y besaba a su esposa. Unos minutos más y la mujer se rindió por completo. Entregó su cuerpo al poder de las manos más hermosas, de los labios y de algo más...
Ni siquiera pudo contener un grito, cuando el placer la desbordó por completo, Daniel la llevó a la locura, a ella y a sí mismo. La hizo temblar, enloquecer de la satisfacción que ambos necesitaban tanto.
Por suerte, esta vez Román no arruinó la felicidad de la joven pareja con su llanto. Pudieron complacerse mutuamente, y luego cayeron casi inconscientes.
Oh... ¡Ojalá no llore! ¡Tantas ganas de dormir!