Lina apenas logró calmar a su marido para que no se dejara llevar por la ira y empeorara aún más la situación. Temía que él no se contuviera y se apresurara a estrangular a ese canalla, algo que no podían permitirse. Entonces recordó la llamada del detective. Le pidió a Daniel:
—Cariño, ¿qué te parece si mañana volvemos a la policía? Hablemos con ellos. Tengo la esperanza de que hayan encontrado algo más sobre la secuestradora o el chico. Si es así, hay una posibilidad de que no tengamos que confesar que sabíamos quién era la madre biológica de la niña desde antes. Y si no... —suspiró—. Entonces le pediremos a esa ayudante que vaya a la policía y lo cuente todo. Lo más importante es que no nos mencione. Si funciona...
—¿Crees que funcionará? —dijo él, exhalando pesadamente. Dejó de caminar por la habitación, se detuvo y miró a su esposa—. Bueno, hay una posibilidad. Si esos detectives no están perdiendo el tiempo y realmente están trabajando, ya deberían haber encontrado algo. Por ejemplo, presionar más a esa bandida. Tal vez se les escaparía algo.
—Sí, eso espero de verdad.
Los recién casados se dirigieron a la cocina. Querían comer algo para calmarse un poco. Al poco tiempo, sonó el teléfono. Era Iván, el hermano de Daniel. Con voz de fastidio, Daniel respondió:
—¿Sí? ¿Qué pasa, Iván?
—Nada, todo bien. ¿Y tú? Últimamente, aparte del trabajo, ¿no sales de casa o qué? ¡Vaya tipo, hermano! —silbó con sarcasmo—. ¿Estás tú mismo dándole el pecho al niño?
—Iván, deja de decir tonterías. He tenido un día difícil. Dime lo que quieres, estoy ocupado. ¿Es algo del trabajo?
—Uf... ¡Qué ocupado está todo el mundo! —murmuró un insulto vulgar—. ¿Qué pasa? Hoy nadie tiene tiempo para ir a tomar unas cervezas. ¡Vaya tarde! Stas no pudo, dice que tiene unos asuntos urgentes, y tú tampoco... ¡Estoy harto!
—¿Stas? ¿Cuál Stas? —preguntó Daniel, frunciendo el ceño.
—No lo conoces. Karpovsky. Es un amigo con el que a veces salimos.
Daniel se puso pálido. Se cubrió la boca del teléfono con la mano y miró a Lina, que lo observaba sorprendida. Ella asintió, como diciendo: «¿Qué pasa?».
—Esto es el fin... —dijo él en voz baja para que su hermano no lo oyera.
—¿Daniel, me escuchas? ¿Te has perdido? —preguntó Iván con despreocupación, sin sospechar lo que pasaba en la mente y el corazón de su hermano.
—¿Entonces vamos por las cervezas? Venga, ¿cuándo fue la última vez que salimos los dos? Solo trabajas. Ya estoy cansado.
El mayor de los hermanos suspiró hondo. Pensó por un momento. ¿Qué hacer?
—Iván, escucha, sabes que me encantaría ir, pero... Hoy es un caos. Tenemos un lío serio. Te lo contaré después. O tal vez mañana. ¿Podrías reunirte conmigo y hacer algo?
—Vale, viejo. ¿Qué pasa? —preguntó el menor de los hermanos con poco entusiasmo.
—Te lo explicaré todo mañana. Pero hoy, lo siento, de verdad no puedo. No me apetece beber cervezas.
—Uf... Te has vuelto un aguafiestas. Por eso no me caso. Te juro que es la ruina total. Casa, mocos, rutina. ¡Puedes amargarte por completo!
—No es verdad. No es necesario amargarse. Es solo que hoy nos ha pasado algo. Cuando te lo cuente, lo entenderás —respondió Daniel con firmeza.
Se despidieron. Él exhaló. Dirigió su mirada hacia su asombrada esposa. Lina se había quedado inmóvil, con un trozo de pan en la mano, y lo taladraba con los ojos llenos de preguntas.
—Bueno, ¿qué pasa?
—Ay, Lina... Parece que el mundo es un pañuelo.
—¿Cómo?
—¿Te imaginas? Mi hermano Iván conoce a Stas Karpovsky. Dice que son amigos. Seguramente salen por ahí juntos a los mismos clubes. Nunca supo elegir a los amigos adecuados. Siempre se junta con idiotas. Y luego él mismo se comporta como ellos.
—¡¿No me digas?! ¡¿El mismo?! —preguntó ella, asombrada.
—Parece que sí —asintió él—. Y además Iván dijo que ese Stas no fue hoy con él a tomar cervezas, como habían quedado, porque le surgieron unos asuntos urgentes.
—¿Aja, asuntos? ¿No será que se ha largado? Si es el mismo, podría haberse dado cuenta de que la cosa se puso fea y se haya largado a algún sitio lejos. ¿O tal vez la policía ya lo ha detenido? Por eso no pudo ir a tomar cervezas.
—Todo es posible. Tenemos que averiguarlo. Mañana por la mañana iré a la comisaría. Quizás allí nos den alguna otra información interesante.
—¿Y qué quieres hacer con Iván?
—Todavía no estoy seguro. Vamos a intentar buscar a ese Karpovsky en las redes sociales. Seguramente está entre los amigos de mi hermano. Y luego le preguntaremos a la ayudante si es la persona que nos interesa. Podría haber mucha gente con ese apellido.
—Está bien —aceptó ella.
Así lo hicieron. Encontrar a ese chico mimado no fue difícil, ya que tenía una cuenta en la red social favorita de Iván. Y, efectivamente, el chico estaba entre los amigos de su hermano. Tan a la moda y arreglado como Iván. Seguro que van juntos a hacerse la manicura. Pero su cara era tan descarada y arrogante que se notaba enseguida que era un don nadie. Un narcisista que, en principio, no era capaz de amar a nadie más que a sí mismo. Un mar de fotos con diferentes chicas, en fiestas, en clubes, en centros turísticos. En algunas de las fotos, Stas aparece con coches o motocicletas caros. Un presumido total.