Regresaron a casa. La pareja fue recibida por Mariya Stepanovna, la madre de Daniel. Se alarmó de inmediato al ver lo deprimidos que estaban.
—¿Qué les pasa, hijos? Pensé que habían ido de compras o algo así. ¿Qué pasó? Están como si vinieran de un campo de concentración, pálidos y tristes.
—Se podría decir, mamá. Pero no te preocupes, ya todo pasó. Ahora todo estará bien. Te lo contaremos después —respondió Daniel. Se dirigieron a la cocina.
—¿No están enfermos? ¿Tal vez fueron al médico? —preguntó la mujer.
—No, no, mamá. No te preocupes. Estamos bien. ¿Y ustedes? ¿Cómo está Romchik? —respondió con un poco más de ánimo para que ella no se preocupara demasiado.
—Romchik está bien. Todo tranquilo. Lloró un poco, tardó en dormirse, pero luego se calmó. Es una pena que me prohibieran llevarlo a pasear por el parque, tal vez al aire libre le hubiera gustado más.
—No fue sin motivo, mamá, tuvimos que hacerlo. Cuando sepas por qué, lo entenderás.
—Oh... Eso me asusta... —suspiró la mujer.
Daniel la abrazó, le dio un beso en la frente.
—Todo estará bien, mamá. No te preocupes. Ya lo arreglamos todo. Bueno, casi...
—Está bien —respondió ella.
Mientras tanto, Lina no esperó a escuchar la conversación de los dos, y se apresuró a subir a ver a Romchik. Estaba temblando de ansiedad. Sentía una necesidad inmensa de ver a su hijo y asegurarse de que estaba bien. Y luego abrazarlo y sostenerlo tan fuerte que nadie y nunca pudiera arrebatárselo.
Se acercó a la hermosa cuna, miró al pequeño milagro de mejillas rosadas que dormía plácidamente, resoplando. Le acarició suavemente la mano al niño. Estaba tan calentito, tan oloroso...
Dios mío... Es increíble. El recuerdo de la conversación de los bandidos que escuchó en la comisaría volvía a su mente una y otra vez. ¡Es simplemente impensable! ¡¿Cómo se puede llegar a pensar en algo así?! Destruir a un niño inocente. Sin querer, en su imaginación, se dibujaban horribles escenas de asesinato. Intentaba ahuyentarlas de su mente. ¿Cómo querían hacerlo? Quizás los detectives lo averiguarían. Pero eso ya no importaba. Ahora solo quería olvidar toda esa pesadilla lo antes posible y empezar una vida normal. Juntos. Como una familia feliz.
El niño se movió, chasqueó los labios y siguió durmiendo. Tan dulce, tan hermoso... Se le encogió el corazón al imaginar que podría haber perdido a ese maravilloso bebé. Las lágrimas le rodaron por los ojos. Y luego se arrodilló, sosteniéndose de la cuna, y empezó a orar en voz baja. Sin pensarlo, desde el corazón.
Le dio las gracias a Dios por tener a su hijo. Por Daniel, por todo. Sintió que en lo más profundo de su ser crecía un árbol de felicidad. Se hacía cada vez más grande, más fuerte. Ahora había resistido un huracán fuerte, pero no se había roto, porque ya tenía raíces largas. Raíces de confianza, amor, respeto. ¡Oh... Qué maravilloso es esto! Ha pasado poco tiempo, pero la vida ha cambiado mucho.
Al poco tiempo, llegó Daniel. Le dio un suave beso en la sien a su esposa. Luego se inclinó y besó a su hijo dormido.
—Es maravilloso, ¿verdad? —miró a Lina. Sonrió.
—Sí. No puedo creer que ahora sea nuestro. Que este milagro pronto nos llame mamá y papá.
—Así será —dijo Daniel con una sonrisa, abrazando a su esposa.
Lina se giró hacia él. Con los ojos llorosos, miró a su marido. Sonrió.
—Gracias, Daniel. Por tu apoyo, por todo. Estoy tan feliz de que estés conmigo. De verdad.
—Me alegro, mi amor —respondió él, feliz y en voz baja.
—Te quiero —dijo sin pensarlo. Simplemente se le escapó de los labios.
¡El hombre sonrió tan feliz! Sus ojos se iluminaron. Abrazó a su belleza con fuerza. Unieron sus frentes. Daniel le susurró al oído:
—Temía que nunca te escucharía decir esas palabras. Lina, mi tesoro —la abrazó más fuerte y la besó en los labios.
—Y yo a ti.
Volvió a besarla. Suavemente, con ternura, como si fuera la primera vez. Y luego otra vez, con más pasión. Después de todo lo que habían pasado y los miedos, parecía que había pasado una eternidad desde que estaban juntos. Y al mismo tiempo, tan poco, como si aún no se hubieran saboreado el uno al otro. Todavía no habían tenido tiempo de disfrutarse lo suficiente. Y la conciencia de que tenían tanto por delante, que ahora podían construir su propio futuro feliz, los hacía volar. Llenaba sus corazones de alegría.
Esa noche, la pareja se sentó a hablar largo rato con la madre de Daniel. Le contaron lo que había pasado con Romchik. Sobre el secuestro y los bandidos. La mujer se quedó impresionada. Se preocupó mucho. Pero todos esperaban que esos malditos secuestradores recibieran su merecido castigo. Se sintieron un poco aliviados. Se quedaron hasta tarde, discutiendo el presente y el futuro. Mariya Stepanovna trató de animar a la joven pareja. Finalmente, se quedó a pasar la noche con ellos.
Esa noche, Daniel y Lina durmieron poco. Acostaron a Romchik en el medio de la cama, y ellos se acostaron a los lados, y así se quedaron. Por alguna razón, querían estar lo más cerca posible del pequeño. Querer estar convencidos en cada momento de que él estaba ahí, al alcance de la mano. Que podían verlo, tocarlo y besarlo en cualquier momento. Esto les ayudaba a calmarse después de todos los miedos.