La Oportunidad Inesperada

Capítulo 53

Esa noche, Daniel se quedó un poco más en la oficina. Se devanó los sesos durante mucho tiempo, sin saber cómo diseñar una sala en el centro comercial. Quería encontrar una solución más original, no la típica. Pero el cansancio ya no le permitía pensar con claridad. Finalmente, decidió irse a casa y volver a trabajar en el proyecto al día siguiente con la mente despejada.

Salió al pasillo y escuchó una discusión en la oficina de Iván. Parecía la voz de Bogdana. Un momento después, la puerta se abrió y apareció la belleza. Dio un portazo con un grito:

—¡Pues me voy! ¡El mundo no se acaba por ti!

Al ver a Daniel, frunció el ceño y sacudió la cabeza. Suspiró profundamente. Se fue, o mejor dicho, sus tacones resonaron en el suelo de baldosas. Sorprendido, Daniel entró en la oficina de Iván. Encontró a su hermano sentado en el sofá. El joven estaba inclinado, con la cabeza entre las manos.

—¿Qué pasó?

—Uf... —suspiró. Se enderezó y lo miró con una tristeza y decepción que Daniel no había visto en la cara perfecta de su hermano menor en mucho tiempo.

—Iván, ¿qué le pasa a Bogdana? Parece que me perdí algo, ¿verdad?

—Nada interesante —se rió. Se dirigió a los armarios, los abrió y sacó una botella de whisky. Se sirvió un poco, añadió hielo de la pequeña nevera. Luego se volvió hacia su hermano y le dijo con sequedad:

—Nos peleamos. Como ves...

—Sí, lo veo. Pero no sabía que se habían reconciliado. Es decir... ¿Estabas saliendo con ella? —preguntó Daniel directamente.

Iván asintió. Suspiró profundamente, bebió un sorbo de alcohol.

—No sé en qué estaba pensando. Ella... bueno, ya sabes, Bogdanka es genial, muy sexy. Siempre está a la vista. Y yo... ¿qué? Yo no tengo una Lina como la tuya, esperándome en casa con un albornoz seductor —dijo con ironía, gesticulando para describir los pechos y la figura exuberantes de Lina.

Hace poco, accidentalmente vio a Lina con solo un albornoz de tela fina sobre el cuerpo desnudo, cuando llegó a su casa con Daniel. La mujer no sabía que Daniel no venía solo y abrió la puerta.

Daniel no pudo evitar sonreír. Involuntariamente recordó a su belleza y se sintió increíblemente bien. Y de verdad. ¡Qué genial es tener una esposa así!

—Y por eso decidiste caer en la trampa de nuestra sexy cerebrito, ¿verdad? —preguntó con sarcasmo.

—Eso parece. Sospechaba que solo se metía conmigo porque había perdido la esperanza de enrollarse contigo. Pero... hoy me convencí de ello.

—¿Cómo te convenciste?

—Pues, ¿cómo? Fuimos a ver a esos clientes, en KatikCity. Y allí empezó a coquetear con su jefe. Al principio no le di importancia. Pensé que solo quería quedar bien con ellos para que no le buscaran tantos defectos al proyecto. Y luego salí un rato. Entré en una sala, resultó que me había equivocado, confundí las oficinas.

—¿Y qué?

—Imagínate, abro la puerta y ahí está Bogdana sentada en las rodillas de ese cerdo barrigón, Vyskovsky. ¿Te lo imaginas? Le da igual con quién se mete en la cama con tal de que sea rico. ¿Y cómo me comparo yo con ese bastardo? ¡Todavía no he ganado tanto dinero! Aunque no vaya en trolebús, pero... ya sabes, mi yate es alquilado, y ese gordo tiene el suyo propio. Y es tres veces más grande. ¡Y tiene propiedades por toda Europa! —dijo con indignación. Apretó los dientes con nerviosismo. Luego se bebió todo el whisky de un trago. Puso el vaso sobre la mesa con un golpe fuerte.

—¡Maldita sea! ¡Esa tipa ya me tiene harto! ¡Tengo que despedirla! Que se vaya a trabajar con ese Vyskovsky —espetó Daniel con enojo.

—Espera. Siempre puedes despedirla. Pero no será fácil encontrar un reemplazo. Ya sabes. No es una secretaria cualquiera, a la que le sirva cualquier chica con piernas largas. Y es muy buena haciendo proyectos, no es como hacer café —objetó Iván.

—Lo sé... —suspiró—. Si no, ya no estaría aquí desde hace mucho tiempo. Pero... está bien, como quieras. Ahora tenemos que terminar lo que empezamos. Pero poco a poco buscaré un reemplazo para Bogdana.

—Como quieras. Yo no voy a llorar —respondió Iván—. Solo que... es asqueroso...

—Lo sé. No te preocupes, hermano, tú también encontrarás una mujer normal. No todas son iguales. Por cierto... ¿Qué me decías del yate? —Daniel levantó una ceja con picardía. Quería distraer a su hermano menor de sus amargos pensamientos.

—¿Qué? Ah... Pues, acordé que iríamos a navegar la próxima vez que vaya a Holanda. Un conocido tiene un barco genial. No muy grande, pero... con camarotes cómodos, piscina, jacuzzi, todo tipo de extras. Y estará libre pronto. Podemos zarpar desde La Haya, luego a Amberes, a Calais, y luego a través del Canal de la Mancha hasta alguna ciudad en Francia. Y luego de vuelta. Sería genial. Pero... ahora no tengo con quién. Y no quiero ir con la primera que encuentre.

—¿Navegar en un yate, dices? —los ojos del mayor se iluminaron. Sonrió astutamente.

—¿Por qué me miras de esa manera tan misteriosa? —se rió Iván.

—Bueno... La idea no es nada mala —le guiñó un ojo Daniel.

—Ajá, ¿quieres navegar conmigo? Gracias por tu amabilidad, hermanito. Pero... para ser honesto, no me imagino el romance así. Aunque tienes el pelo largo, pero... todo lo demás... —se rió—. Lo siento, pero no me gustan las piernas peludas. Y en el pecho... —mostró dos puños en lugar de los senos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.