Lía tenía 13 años, pero su pequeño cuerpo parecía haberse detenido en el tiempo, midiendo apenas lo que una niña de 3 años. La vida le había sido cruel desde muy joven; abandonada en un orfanato que nunca le brindó el amor que necesitaba, decidió escapar en busca de libertad. Sin embargo, las calles eran aún más duras que las paredes del orfanato, y cada noche se enfrentaba al hambre, al frío, y a la soledad.
Sus pasos la llevaron a callejones oscuros, donde intentaba refugiarse con nada más que un par de mantas viejas que había encontrado en la basura. Soñaba con una familia, con una mamá y un papá que la quisieran, que la vieran como alguien valiosa, y que la protegieran del mundo. Pero, hasta ese momento, esos sueños no eran más que ilusiones lejanas.
Una noche, mientras intentaba dormir entre cartones húmedos, una mujer pasó por el lugar. Carmen, una reconocida doctora en pediatría, volvía tarde del hospital. Su mirada se detuvo en la pequeña figura acurrucada contra una pared. El corazón de Carmen dio un vuelco al ver a la niña tan pequeña, tan indefensa, y sin pensarlo, se acercó.
"¿Estás bien, cariño?", preguntó suavemente, pero no obtuvo respuesta. Lía, temerosa y débil, apenas levantó la mirada. Carmen, sin dudarlo, se inclinó hacia ella y la envolvió en su abrigo. "No te preocupes, mi amor. Te llevaré a un lugar seguro", le susurró. Esa noche, Lía fue rescatada, pero en el fondo, ambas sabían que era mucho más que un simple rescate. Era el comienzo de una nueva vida.
Al llegar a su hogar, Carmen presentó a Lía a su esposo, un exitoso empresario que, al ver a la pequeña, sintió un vínculo inmediato. Ambos supieron que Lía no solo necesitaba una familia, sino un tipo especial de amor y cuidado. Decidieron que no solo la adoptarían como su hija, sino que la protegerían y la cuidarían como su bebé.
En los días que siguieron, Lía comenzó a vivir una vida completamente nueva. Su madre, con la ternura de una doctora y el amor incondicional de una madre, la alimentaba, la vestía con ropa suave y cómoda, y le permitía ser la bebé que siempre había deseado ser. Lía, con pañales, chupete y una cuna en su nuevo hogar, encontró en sus padres el refugio y el cariño que tanto le habían sido negados.
Convertida en la bebé de *Mami y Daddy*, Lía ya no tenía que preocuparse por el frío de las calles ni por el hambre. Había encontrado el calor de una familia, donde sería cuidada y amada como la pequeña que, a pesar de sus 13 años, aún era por dentro. Y así, bajo la protección de sus nuevos padres, comenzó una etapa llena de ternura y seguridad, lejos del dolor que había conocido.