La perdición de Aiton

Capítulo 3: London

Cuando abro los ojos, me siento agotada y algo desorientada. Llevo la mano a mi vientre que ya está casi plano y me incorporo haciendo una mueca de dolor mientras busco a mi hija.

—La enfermera me dijo que te traerían a la bebé apenas despertaras. 

Observo al hombre sentado a unos metros de mí. Se pone de pie y se arrima despacio sin quitar la mirada de mí.

Es un hombre alto, guapo e impotente. Lleva una leve barba que me indica que acostumbra a afeitarse diario y viste con pantalón de traje, camisa blanca con las mangas dobladas hasta los codos y algo arrugada. Sus ojos azules llaman por completo mi atención.

—Eres quien me trajo al hospital anoche.

—Sí, me llamo Aiton Carter—sonríe y yo trago con fuerza—. Un gusto conocerte oficialmente, London.

—Sí, claro. Gracias por lo que hiciste. Perdón por apretarte la mano.

Él sonríe. Una bonita sonrisa.

La puerta se abre y entra la enfermera con un pequeño bulto de color blanco, el tal Aiton acomoda mi cama y extiendo los brazos para recibir a mi hija, a mi pequeño sol que vino en el momento de oscuridad.

La enfermera me informa que debo darle de comer, miro a Aiton que se voltea para darme privacidad y hago que la bebé agarre el pezón. Por suerte comienza a succionar y eso me deja tranquila, pues he oído que algunos bebés rechazan beber leche de su madre.

La enfermera me dice que la llame cualquier cosa que necesite y sale de la habitación.

Aiton gira de nuevo, no lo veo porque mis ojos están puestos en mi hija, pero detecto sus movimientos por el rabillo.

No sé por qué me pone incomoda su presencia.

Soy bailarina erótica, estoy acostumbrada que los hombres me miren casi desnuda, y algunos de ellos desnuda. Y el tal Aiton vio como se habría mis partes para sacar a mi hija.

—¿Por qué sigues aquí? —pregunto buscando su mirada.

—Quería asegurarme de que el bebé y tú estén bien.

—¿Por qué te importa?

Él contrae la mirada.

—Soy un ser humano que se preocupa por la gente, a veces demasiado según mi familia.

Suspiro.

Yo no estoy acostumbrada que nadie se preocupe por mí. Si algo aprendí en la vida es que nadie te da algo sin pedir algo a cambio.

Mi padrastro lo hizo para pagar el techo y la comida que me daba. Cuando fui mayor de edad y me largué, conseguí trabajo como bailarina aprovechando mis habilidades y ahí aprendí que para los hombres soy mercancía, una muñeca sin valor y que debes ofrecer algo para obtener algo.

Creía que con Kevin todo sería diferente cuando me prometió la luna y las estrellas, pero me dejó sola en cuanto le dije que esperaba un hijo suyo.

A pesar de todo, el hombre frente a mí parece sincero. No creo que quiera nada de mí. Salvo que baile en privado para él o algo más íntimo para lo que no estoy preparada luego de tener un hijo.

—No estoy acostumbrada a recibir ayuda desinteresada. Todos quieren algo a cambio.

—Es cierto. Y yo quiero que estés bien y que tu hija esté a salvo. Escuché a ese hombre decir que le debes dinero y el bebé sería una buena moneda de cambio.

Un escalofrío recorre mi cuerpo de solo pensar que podrían apartarme de mi hija. Es lo único bueno que tengo y es mía, solo mía.

—Lo dijo para asustarme. Ya cuando me recupere del parto, volveré a bailar y le pagaré.

Él arruga el ceño y suaviza la mirada.

—¿Por qué le debes dinero?

Trago con fuerza y bajo la mirada a mi hija evitando responder.

—No es asunto tuyo.

—Quiero ayudarte.

—No necesito que expires tus pecados ayudándome. Estoy seguro que te hace sentir bien, pero hay muchas mujeres que puedes ayudar.

Aiton niega con la cabeza.

—Lamento mucho que no hayas tenido una vida fácil y que no puedas distinguir entre la ayuda desinteresada y la interesada—saca una tarjeta y la apoya sobre la mesa—. Seguiré el consejo de mi hermano Drago y no insistiré para no agobiarte. Te dejo mi tarjeta con mi número personal y puedes llamarme si lo necesitas. No importa el día, la hora y que es lo que necesites—dibuja una sonrisa mirando a mi hija—. De cierta forma ayudé a que esa niña viniera al mundo y no quiero que nada malo le suceda ni la separen de ti. No tengo hijos, pero sí sobrinos, y no puedo siquiera pensar que algo les sucediera a sus hijos. Soy abogado, hago trabajo probono y quiero pensar que soy bueno en eso. Llámame sin miedo ni compromiso y prometo que no pediré nada a cambio, solo que seas una buena madre—se da la vuelta y se detiene en el umbral de la puerta—. No te preocupes por los gastos del hospital, ya pagué todo hasta que te den el alta. Tómalo como un regalo para tu hija.

Dicho eso, sale dejándome sola en la habitación. Me quedo con la mirada fija en la puerta tratando de comprender por qué él se detuvo a ayudar a una desconocida con problemas y se quedó durante el parto, sin olvidar que se hizo cargo de mis gastos.



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En el texto hay: intriga, comedia romantica, drama

Editado: 27.07.2023

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