La posesión del magnate

4. Noche de desgracias

La verdad era la primera vez que algo me hacía tanta gracia; de todos modos, no le doy más importancia de la que tiene para mí un arbitrario que actúa sin fundamentos sobre otra persona.

―¿Ya te vas? ―Jake me pregunta viniendo hacia mí.

―Sí, tengo trabajo que hacer.

―Y tú, ¿no tienes cosas que hacer? ―indago, aunque ya lo sé, por fin le dieron luz verde para que ingrese al colegio y ha estado muy emocionado preparándose para su examen de admisión.

Entrará un curso más atrasado debido al tiempo que ha estado fuera por la enfermedad, pero es un chico de carácter fuerte y ha sabido sobreponerse, por eso, con más razón, no me importan los sacrificios que tengo que hacer para que su determinación siempre esté en alto.

Han pasado dos semanas desde que casi le sacaran del tratamiento experimental, pero gracias al cielo ya todo volvió a la normalidad, también el mismo tiempo en que no he vuelto a tropezarme con ese tal Balthazar Blackwell. Es cierto que he tenido que esforzarme el doble trabajando en los eventos extras, sin embargo, vale la pena; no obstante, extraño tocar mi chelo en esos bonitos lugares que se convertían en mi paraíso cada vez que ejecutaba una pieza.

El profesor me dijo que ya casi estaba listo y que podría ir a recogerlo. No me ha dicho cuánto es el costo, pero sus evasivas me hacen pensar que quizás se hizo cargo de ello y solo va a decírmelo cuando me lo entregue.

Si es así, me enojaría, porque no se lo habría permitido. De igual modo me enojaré; sin embargo, quizás lo ha hecho para que pueda pagarlo con menos presión.

―Mamá, dice que ya me he preparado lo suficiente, pero yo creo que debo hacerlo un poco más.

―Tranquilo, no te fuerces tanto, lo harás bien y después del verano volverás a retomar clases ―digo y él me sonríe.

Le acaricio la cabeza, su melena ya está larga, y hacerlo me da nostalgia porque hace dos años, hubo que raparlo. Sacudo mi cabeza para no recordar ese momento en que el muy valiente decidió solo pasarse la rasuradora diciendo que de todos modos se le iba a caer.

―También quiero volver a hacer deportes, pero el doctor dice que eso todavía no.

―¿Y tiene razón?

―Ya ha pasado mucho tiempo.

―Pero falta un poquito más, así que solo espera ―emito y él suspira con fuerza.

―Vale ―dice.

Mamá baja las escaleras llamándolo para que busque su chaqueta; pronto se irán. Por suerte, tenemos la camioneta y ella puede llevarlo y traerlo sin problemas.

―Los veo a la noche ―le digo.

―¿Te guardo de comer?

―Eh, no, cenaré algo en el trabajo, pero tal vez llegue un poco tarde.

―Creí que estabas de vacaciones.

―Me veré con el profesor Blaine, y seguro me traerá a casa.

―Invítalo a comer alguna vez ―me dice―, no se te olvide.

―Está bien ―repongo, y de inmediato me voy.

En la cafetería el ambiente es un poco diferente, hoy es viernes y debería verse muy alegre, pero para cuando llega la hora en que más clientes llegan, no hay muchos, por lo que casi que nos rifamos para atender las mesas. La verdad es que no entro en esa puja porque la mayoría cree que soy una estirada, aunque lo bueno es que solo cuchichean a mis espaldas, y nunca han hecho nada como sabotear mi trabajo, así que cruzo los dedos porque el ambiente mejore y lleguen más clientes para que tengamos mesas para todas. No obstante, se ha repetido casi toda la semana. Tenía la esperanza de que hoy fuera diferente, pero parece que será igual.

―Definitivamente, es un viernes negro ―me dice Lila cuando se pone a mi lado.

―¿Por qué lo dices?

Trato de no avivar el pesimismo.

―No lo notas, la semana pasada tuvimos clientes a rebosar, pero esta ha estado pésima. Hoy, que es el gran día, tampoco hay nadie. Es como si nos hubiera caído la maldición contraria del viernes negro.

―Cielos, no exageres.

Me callo el resto porque viene hacia nosotros Shondra la jefe de meseras. También es la mano derecha de Marie y quien nos dirige a todas. Siempre luce seria, así que no sé si está preocupada por la baja de clientes.

―Ve a la oficina de Marie, necesita hablar contigo ―me dice―, y tú, no pierdas el tiempo ―añade hacia Lila.

―Pero si ni clientes hay ―se queja esta y ella le abre los ojos.

―Seguro que hay otras cosas que hacer ―repone y se marcha.

Lila me mira.

―¿Para qué crees que te llama Marie?

―No lo sé y será mejor que vayas ―repongo.

Ella hace una mueca y también se va, yo me encamino hacia la oficina de la dueña. Toco y ella me da la entrada. Está sentada tras su escritorio y tiene un sobre en la mano, como si lo tuviera listo para entregar, aunque no imagino a quién.

―Toma ―me dice.

―¿Qué debo tomar? ―pregunto contrariada.

―El sobre, allí está tu liquidación.

―¿¡Y eso por qué!? No he renunciado ―emito consternada.




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