Ver que es ese hombre, ocasiona que el rencor corra por mis venas como lava ardiente, preguntándome en que clase trampa me metió el profesor cuando le dije que solo quería olvidarlo y jamás volver a encontrarle, además, ¿por qué querría verme luego de ignorarnos mutuamente?
―Quédate en tu lugar ―ordena cuando estoy por dar la vuelta hacia la puerta.
La realidad es que no quiero hacerlo, sobre todo viendo que es mi chelo el que está allí, pero me niego a llegar a alguna clase de acuerdo con él. Antes, debería dejar que me lo lleve, porque finalmente es quien causó que lo dejaran en ese estado.
―No lo hago ―digo encarándole.
―Es tuyo, ¿verdad? ―indica sobre el chelo expuesto en el pedestal con bastante sorna.
―Quizás, no ―mascullo.
El hombre sonríe, o es la expresión que denota su rostro, porque no emite sonido.
―Con vengamos que es suyo, por eso he pedido que lo dejen como nuevo.
Le miro refunfuñando.
―No tenía por qué hacerlo, aunque siendo su culpa que lo hayan roto, tal vez solo deba darle las gracias y llevármelo ―espeto yendo decidida hacia el instrumento.
Si sigo negándolo solo se alargará.
―No tan rápido, hacer eso tiene un precio.
Entorno la mirada volviéndome hacia él.
―¿Quiere a cambio el costo del arreglo?
―¿Estarías en disposición de entregármelo? ―pregunta haciendo que bufe en respuesta.
Él debe saber por el profesor que no tengo todo ese dinero.
―No, pero podemos llegar a un acuerdo para devolvérselo ―mascullo entre dientes porque odio tener que hacer eso, pero en este mundo nada es gratis, ni siquiera la compasión.
―Ya veo que vamos entendiéndonos; pero no es dinero lo que busco, me sobra.
Este hombre hace que ría de soslayo, y supongo que es porque no comenzamos nada bien, y obvio terminaremos mal. Me le quedo mirando y aunque no podría adivinar que edad tiene no creo que tenga veinte. A lo sumo debe estar entre los treinta.
―¿Entonces que es lo que quiere?
―A ti ―responde haciendo que abra los ojos y trague con fuerza.
―Si está pensando que soy esa clase de mujer…
―Por fortuna no lo eres, tu profesor tenía razón.
―¿Qué le dijo Blaine? ―le reclamo.
―Me dijo que estaba equivocado y que podrías cambiar mi opinión con solo una tonada ―repone.
De malagana admito que eso me complace.
―Si quiere lo hago ahora y terminamos con esto.
La verdad es que no vine preparada para tocar y considerando que mi chelo acaba de salir de un arreglo, este puede sonar muy mal si no están afinadas las cuerdas. ¡Cielos!
―Es lo que quiero, pero no lo será ahora. Entonces puedo llevármelo y volver cuando me necesite para demostrarle mi talento.
―De ningún, modo ―acota.
―La presentación será el sábado a las ocho en punto en el salón del hotel Parisienne.
―¡Bien! Como quiera, ahí estaré ―contesto retadora y decidida.
―Tu instrumento estará allí esperándote y el atuendo que te pondrás. Eso evitará malentendidos, ya puedes marcharte ―dice haciendo que resople con fuerza porque no me deja replicarle.
¿Acaso que pensó de mí para que me echara de esa forma?; no obstante, en serio esperaba que me dijera que tocara para él y así asegurarse de que cometió un error.
Un momento.
―¿Y que voy a tocar? Al menos puedo prepararme.
―Tu profesor aseguró que eras un prodigio, es por eso por lo que te busqué personalmente. Te puso en un pedestal bastante alto, y pese a tu desplante, espero que no te caigas de él.
Frunzo el ceño.
―Jamás he dejado mal a mi profesor, por lo menos con quienes me han visto y escuchado tocar ―alardeo.
―Eso quiere decir que podrás hacerlo.
―Así es ―aseguro, aunque en parte es fruto de mi mortificación por cómo está saliendo esto.
―Que así sea, porque conseguirás mucho más que recuperar tu chelo. Ahora vete, le prometí a tu profesor que no te retendría mucho tiempo y soy un hombre de palabra ―aduce y el vació que deja al final de sus palabras, lo llena con su penetrante y oscura mirada.
Eso me hace preguntar un poco tarde, quien es este hombre, ¿o quien es Balthazar Blackwell, porque algo me dice que no es tan insignificante como pensaba. Le doy la espalda para mirar a mi hermoso instrumento, porque después de la impresión que recibí al verlo roto, que parezca intacto me llena de una interna emoción.
Una que no puedo exteriorizar porque sería darle el gusto a ese hombre. Me voy de allí sin volverle a mirar y al salir el profesor viene a mi encuentro. Le miro enojada y sin decirle nada porque estoy cabreada, me encamino rápido hasta el ascensor.
―¿Cuándo iba a decírmelo?
―¿Tan mal estuvo tu entrevista con el señor Blackwell?