Verle allí, en serio me hace sudar. Luego de sus palabras su expresión es de reto, así que presiono las cuerdas sobre el mástil y coloco el arco en mi mano derecha sobre ellas, y hago la primera prueba para escuchar el leve sonido que produce, tragando saliva con fuerza, llevando toda la ansiedad por dentro y mostrándome serena y relajada por fuera. Para mi buena suerte no suena mal, por lo que vuelvo a hacerlo entrando en la melodía con roces sutiles que las hacen vibrar y luego yendo de lleno, encontrando esa tesitura en las cuerdas que se asemeja a la voz imprimiéndole un toque tenue de oscuridad y que la hacen sensible al oído, e imposible de disfrutar aún hasta el más inexperto.
He ejecutado esta melodía muchas veces y cuando le informé por medio del profesor que iba a tocarla, me alivió saber que no puso objeciones; sin embargo, no me dejó acercarme a mi cello para que juntos volviéramos a familiarizarnos otra; No obstante, embriagándome con su sonido, me digo que se siente como si nunca me hubiera separado de él.
En medio de mi euforia interna, me pregunto si se preparó para tocar el piano y la respuesta llega convertidas en suaves notas musicales que aderezan mi ejecución sin llegar a entorpecerla, entonces dejo de preocuparme por si lo hace bien o solo trata de dejarme mal, y empiezo a marcar el propio ritmo de mi actuación, perdiéndome en las notas de la partitura y cierro mis ojos dejándome envolver con el suave y relajante sonido de mi chelo hasta que mis dedos dejan de presionar las cuerdas y mi arco se mueve por última vez dejando las cuerdas en silencio.
El piano también se detiene, dejando en el ambiente un silencio que luego se rompe con finos aplausos. Le miro de reojo y se ha puesto de pie, también lo hago y luego una venía. Un hombre viene y me indica que debo irme de allí. Quisiera desobedecerle y quedarme junto a mi cello, pero me es imposible, así que me alejo con él mientras se va oscureciendo la tarima con la caída del grueso y negro telón, perdiendo la visión de mi instrumento.
Las luces de candelabro del salón se encienden y este cobra vida llenándose de murmullos.
―Espere aquí ―me dice.
Quiero protestar y pedirle que llame a ese hombre, pero no alcanzo a hacerlo porque este llega.
―¿Ya cumplí sus expectativas? ―pregunto.
No me responde, y lo que lo hace es indicarle al hombre que nos deje a solas. Solo después se gira a verme.
―¿Y usted qué cree?
―Lo del piano, ¿era para probarme?
―Podría decirse que sí ―contesta lacónico.
Eso me hace refunfuñar, frunciendo el ceño.
―Ya veo por qué no me avisó, además, tampoco hubiera imaginado que lo tocara.
―Eso es porque no sabes muchas cosas sobre mí.
―Y no me interesa ―replico.
Ese hombre, en vez de molestarse, curva la comisura de sus labios formando una mueca de risa; que no es para nada feliz.
―Vamos, algunos quieren conocerte.
―¿Lo va a hacer de nuevo? ―inquiero y él alza sus cejas como si me quejara en vano―, ¿no va a decirme que debo enfrentarme para seguir probándome? No es lo que me dijo, por eso lo acepté.
―Lo aceptaste porque quieres tu instrumento de vuelta.
―¡Así es! ―escupo las palabras muy molesta, abriendo los ojos como nunca lo he hecho a nadie.
―Entonces intenta comportarte y todo saldrá como espera.
―¡De qué va! Solo quiero mi chelo de vuelta.
―Sígueme ―ordena y enseguida se vuelve dejándome con la única opción de que lo haga.
Me enfurruño más.
¡Diantres! Ni siquiera se gana que le agradezca por lo de la caja de curación o lo sublime para mí de la actuación, en medio de todo. Parece que le interesa hacer puntos extras para que siga odiándolo. Voy detrás, siguiéndole hasta que salimos de ese cuarto y llegamos al salón lleno de invitados.
―¡Balthazar! ―le llama un hombre mayor, de entre los muchos que atisbé cuando salí. Permanezco detrás de él―, que buena sorpresa nos diste con esa interpretación, pero nos dejaste deseando mucho más.
―Esa parece la idea, y estoy agradecido por darme ese espacio en tu grandiosa fiesta.
―Jamás me negaría, sabía que valdría toda la pena, y a propósito, ¿por qué no nos presentas al hermoso ángel de ese chelo? ―añade haciendo que el grupo a su lado dirija sus miradas hacia él con expectación.
Empiezo a temblar, si bien he estado en lugares así, nunca me he mezclado con la gente. Ahora le estoy odiando más porque ni siquiera me dijo cómo actuar o qué debería decir.
―Se llama Shelly Turner, pero para nada es mi descubrimiento ―Barón Von Fritz―. Lo ha hecho alguien más y yo solo me he aprovechado un poco de ello, ¿verdad, señorita Turner?
Cielos, en serio, quiero meterme en la cabeza de este hombre para saber lo que en realidad piensa al decir algo así, pero supongo que se refiere al profesor Blaine. Trago con fuerza y armándome de valor, salgo de detrás para enfrentar las miradas de esos hombres y mujeres, pero me pregunto por quién están más admirados, ya que él solo me ha traído aquí para hacer su interpretación de piano.