La posesión del magnate

9. Cita con el magnate

Me despierto bastante temprano y tuve que tomar una ducha un poco fría para despejarme. Cuando me pasaba esto, buscaba mi chelo y ensayaba un poco. Pero no lo tengo, así que recurro a eso. No me molesta el agua un poco helada, hubo tiempos en los que nos vimos muy apretadas con los gastos y a veces mamá y yo optábamos por no usar el agua caliente para ahorrar el consumo, así como hacíamos otras cosas.

Hoy es domingo y debería dormir y levantarme tarde, pero ese hombre me ha dicho que vaya a verle y lo cierto es que después de lo de anoche cuando por fin llegué a casa luego de convencer a ese hombre de que ya había cenado y no tenía hambre, pude meditar con más calma en lo que había pasado.

En medio de mis desavenencias con ese señor Blackwell, tengo que aceptar que lo que ha hecho me ha dado un poco de alegría después de tantos sucesos tan aciagos como los que he vivido. Aún sigo sin contarle a mamá que me robaron y creo que no lo haré. Ella siempre ha tenido sus reticencias con que trabaje hasta tarde, e incluso que tome lecciones hasta altas horas. Si se lo digo, es probable que pierda su confianza y no me deje hacerlo otra vez.

―Shelly cariño, ¿estás despierta?

Es mamá quien llama tocando mi puerta.

―Sí, adelante ―digo, enderezándome del banco donde solía sentarme a practicar.

Ella entra dejándose ver con una gran sonrisa, que luego se apaga un poco cuando mira hacia el lugar donde coloco mi instrumento.

―¿Vas a decirme que ha pasado con él?

―¡No pasa nada! Solo he tenido que llevarlo al salón de prácticas y dejarlo allí.

―Es extraño que lo hagas, así como así, nunca te despegabas de él porque lo prometiste a tu padre.

―¡No lo he hecho! Ya te lo dije, me cuesta bastante, pero no quiero que le pase nada.

―Está bien, no te estoy juzgando por ello. Solo que es inevitable que llegue el momento en que te tengas que separar de él…

―No sucederá, aun si la madera se daña y sus cuerdas envejecen al igual que yo, siempre estará conmigo.

―No digas eso, Shelly, no deberías tomar las palabras de tu padre tan literal.

―Le prometí a papá que estaría conmigo hasta que su melodía llegue a las estrellas y eso, aún no pasa.

―Por Dios, siempre le critiqué a tu padre que te exigiera tanto, y has demostrado tu devoción; sin embargo, llega el momento en que hay que desprenderse de las cosas.

―¿Mamá? ―llamo su atención porque parece como si divagara con algo en su pensamiento.

―Sí, cariño, fue duro separarse de papá, y no quiero volver a hacerlo ni de mi chelo ni de Jake.

―No estoy molesta porque lo hayas dejado en otro lado, es más, me alegra que puedas desprenderte de él.

―¡Por supuesto que no! Yo debo ir a la academia a practicar.

―¿Hoy?

―Sí, no pudo faltar, la semana es algo complicada.

―Pensé que era tu día libre, y había planeado que fuéramos de pícnic con Jake al lago Tears.

Mamá dice y yo me siento algo culpable.

―Me gustaría, pero…

―No te preocupe, quizás puedas alcanzarnos cuando termines.

―Trataré, lo prometo ―digo con pesar porque sé lo mucho que a mi hermano le gustan estos paseos de domingo.

En el pasado solíamos hacerlos con papá. Quiero maldecir a Balthazar Blackwell por ponerme esa cita hoy y muy temprano.

¿Acaso olvidó que era domingo?

«A lo mejor», me digo esperanzada.

―Está bien, ve a tu práctica, le diré a tu hermano que llegarás después.

―Mamá…

―Seguro que puedes, Shelly…

―Está bien ―digo y ella me mira con una sonrisa apretada en los labios, después sale de mi habitación.

Me quedo allí un poco pensativa, así que voy por mi teléfono que por suerte sirve, pero debido a que la pantalla está rota, casi se me dificulta leer o ver mensajes. Desde el otro lado de la puerta la escucho apurando a mi hermano para prepararse y salir. También cuando le pregunta por mí y ella le dice que llegaré después.

Suspiro con fuerza. Miro la hora y son las seis treinta, así que hago algo que me había negado durante los últimos días, más específico, desde que conocí a ese señor Blackwell. Escribo su nombre en el buscador y lo primero que salta en la información es la fábrica de instrumentos que lleva el apellido, el lugar hacia dónde voy otra vez. Sigo buscando y en lo que puedo leer y visualizar corroboro lo que dijo el profesor, también otras cosas que omitió, como que sus padres murieron en un accidente de carretera cuando él tenía doce años y que fue criado por su tía la talentosa profesora de música y compositora Katherine Blackwell, quien se dedicó a él como una madre en cuerpo y alma.

La mujer que estaba con él en aquella fiesta y luego en el salón, era la misma. Así que no estaba errada cuando imaginé que debía ser algo así como su madre. Sigo leyendo y dice que es separado. Eso sí que es una novedad, pero al seguir indagando lo poco que puedo, me encuentro con que también se le podría acotar el término viudo, porque su esposa, la talentosa violinista alemana, Hannah Müller, desapareció hace cinco años en el océano, pero su cuerpo nunca fue encontrado. Incluso hay noticias que narran lo sucedido porque en su momento fue muy mediática, debido a la trascendencia de ambos como una inigualable pareja, ya que él solía acompañarla con el piano en sus presentaciones.




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