Me tranquilizo en lo que bajamos hasta el tercer piso, donde las oficinas se asemejan más a salones de prácticas. Entramos a una sala amplia donde está mi chelo y a su lado un hombre mayor. Me emociono al verlo porque dijo que ya podía tenerlo de vuelta si firmaba o eso entendí.
―Señorita Turner. ―Esta vez, es Balthazar quien llama mi atención―, esta será su sala para prácticas. Está acondicionada y equipada de tal modo que pueda hacerlo con toda tranquilidad y libertad.
Eso me abruma un poco, pero me encanta la idea de tener un espacio tan grande para mí, donde puedo escucharme a mí misma. Y la verdad es que es algo que no podría pagar con mi propio bolsillo.
―De… acuerdo, voy a esforzarme y vendré a practicar con mi instrumento muy puntual.
―No será necesario que cargue con él porque permanecerá aquí ―anuncia dejándome un poco desconcertada.
―Pero dijo…
―Sé lo que dije ―recalca, luego dirige su mirada hacia el hombre apostado al lado de mi instrumento―. ¿Puedes explicárselo Antonino? ―le pregunta.
―Por supuesto que sí ―responde el hombre luego de aclararse la garganta―. Por precaución, es mejor que no trajine con él cargándolo de un lado para el otro.
―Siempre lo he hecho y no he tenido problemas ―protesto.
Me resulta injusto que me digan eso.
―Y por eso su fragilidad con los golpes puede poner en riesgo la caja de resonancia como ya lo hizo.
―¡No fue mi culpa! ―repito hacia Blackwell.
―Es mía ―Blackwell admite con todo un poco adusto―, y es por eso por lo que durante el tiempo que esté bajo mi tutela no volverá a pasar por esas trágicas circunstancias, ¿de acuerdo? ―añade mirándome directo a los ojos.
Como si me advirtiera que está cansado de que le eche la culpa. Este hombre en serio me hace sulfurar, pero tengo que admitir que tiene razón. Mamá ha dicho que puedo usar la camioneta para trasladarlo, pero pienso en que ella la necesita más por si algo sucede con Jake, porque es horrible estar necesitado de algo y esperar por ello.
―Está bien, pero lo necesito para practicar ―manifiesto reprimiendo la rabia que me da que no cumpla por completo su palabra.
―Y lo tendrá a su disposición. Tanto usted como el profesor Blaine, tendrán esta sala a su disposición para prepararse. Sin embargo, para la presentación en la fiesta de té de la esposa del barón Fritz, tendrás la guía de Katherine para el repertorio.
―¿Su tía?
―He llegado a un arreglo con ella. Para las siguientes podrás seguir asesorándote con el profesor ―prosigue dejando a medias la respuesta.
Su tía ha admirado mi talento, pero también ha sido enfática en que debo mantenerme a metros de él. Sin embargo, eso es algo que voy a hacer no porque me lo exija, sino porque es necesario. Miro a Blaine.
―¿Está de acuerdo? ―le pregunto.
―Sí, tampoco podría oponerme a alguien como Kate Blackwell ―responde risueño.
―No se preocupe por los gastos de traslado, me haré cargo. Para ello, Ralf estará a su completa disposición. Y para que no haya inconvenientes con su instrumento, el maestro Antonino se encargará de su mantenimiento periódico. Él es experto en todo tipo de instrumento de cuerdas, por lo que puede confiar plenamente en su cuidado ―anuncia y todo esto me deja sin razones para quejarme.
Por mi propia cuenta no podría darme esos lujos y con esto se asegura que lo tenga más que claro. Nunca tuve que pagar un mantenimiento porque aprendí a hacerlo yo misma, papá me enseñó los detalles técnicos más básicos, sin embargo, es necesario una mano experta. Sin duda me deja anonadada.
―G-Gracias ―digo bajando un poco la cerviz porque me cuesta expresarlo.
―El profesor vendrá conmigo un momento para ultimar algunos detalles de su próxima agenda, mientras hágale todas las preguntas que desee al maestro sobre el arreglo de su chelo ―dice con un tono autoritario impostado con una falsa amabilidad.
Blaine asiente porque todo es sencillamente maravilloso, como si me hubiera sacado la lotería de forma fortuita, cuando no la he jugado ni comprado el billete. A eso le llaman suerte de principiante. No obstante, no soy una.
―Ya vuelvo ―me dice y se va conversando con el señor trasero de hielo.
Una vez se marcharon, me dirijo hacia el hombre mayor, con una apariencia de sabio conocedor de la materia, y que por supuesto no dudo en hacerle algunas consultas. El hombre me explica con una paciencia devota con lo que hace, de cómo tuvo que reemplazar todas las cuerdas. Las originales de mi chelo eran de tripa recubierta por unas de metal puro. Tuvo que enderezar el cuello del mastín que se torció ligeramente y volvió a reacomodar y a apretar las clavijas que se aflojaron.
La caída quizás no fue gran cosa, pero al ser un instrumento grande, pesado y muy delicado hizo que se volviera estrepitosa y perjudicial, por suerte no se resquebrajó el caparazón y solo hubo que lijarlo y volverlo a pintar, ya que el maple duro de la madera de arce es bastante resistente a pesar de tener años, razón por la cual parece como nuevo.
―Es un instrumento único, tiene muchas razones para preocuparse, señorita ―me dice Antonino.