La posesión del magnate

14. Incógnitas que empiezan a crecer

Por supuesto, no pude decirle que no, pero vaya sutileza para obligar a una persona a hacer lo que quiere. Es mediodía, así que el argumento sobre el almuerzo es bastante válido, aunque no su mezquindad para que no lo rechace. Es imposible pensar si así era la relación que tenía con Hannah.

Ralf, el conductor, es quien nos lleva y, de camino al lugar que elige para ir a almorzar, le recuerda su responsabilidad conmigo. Eso me apena un poco, porque no es como si lo hubiera exigido. Si bien podemos poner condiciones cuando firmamos un contrato, no pensaba ponerme de exigente, y a la final este acuerdo es más un trampolín para mí. No obstante, vuelvo al mismo pensamiento sobre si, antes de que ellos se casaran, también actuó de esa manera.

¡Diantres!

«Debo dejar de hacerme ideas descabelladas en la cabeza». No soy Hannah y por ninguna razón tendría que ser lo mismo, además no estoy interesada… en él. Medito mirándole a intervalos de reojo porque es imposible que cada pensamiento no gire alrededor de él.

«No me interesa como hombre», me digo para silenciar todas esas tonterías. De todos modos, lo único que debe pasar es que yo consiga mi propósito, darle las gracias por el voto de confianza en mi talento y alejarme.

―¿Señorita Turner?

Escucho su voz que atraviesa mis locas elucubraciones y me vuelvo con rapidez, encontrándome con su mirada acerada, penetrante y fría, fija en mí.

―¿Sí? ―contesto golpeándome mentalmente porque no sé qué estaba diciendo a lo último y eso me pone nerviosa porque parece que lo notó.

―Hemos llegado ―dice haciendo que me baje la agitación.

Me asomo a la ventana para ver que es cierto, pero el lugar me intimida un poco por lo elegante. No es que no haya estado antes en un restaurante fino, es solo que no salí de mi casa vestida para ir a comer a uno.

―¿Este lugar?

―¿Tiene algo de malo? ―aduce la pregunta.

―Usted es obvio que no, pero yo sí ―repongo señalando mi ropa.

―¿Entonces si presta a tención a como se viste? ―inquiere sulfurándome un poco. Estaba tratando de llevarnos bien. Le miro frunciendo el ceño―, baje, da igual lo que se ponga, no se ve mal ―añade y la verdad es que me desconcierta.

No sé si tomarlo como un insulto, o un cumplido.

―Como quiera ―digo resoplando con fuerza por la nariz.

Me decido luego que él le da la orden a Ralf que venga a recogerme en una hora, y bajo del auto, luego de alisar mi falda y sujetar mi bolso barato, siguiéndole hacia la entrada del restaurante de nombre Mozart Arte & Cuisine. Lo cierto es que no solo estaba impresionada por lo fino y elegante, sino por su temática. He escuchado del lugar, sin embargo, hay que tener los bolsillos llenos para acceder a una reservación.

―¿Tiene algún motivo para traerme aquí? ―pregunto mientras subimos los peldaños de la escalera que parece conducirte a un lugar mágico e impecable.

―¿No le gusta?

―Es, al contrario ―respondo emocionándome un poco y abrumándome por la forma en que parece festejar mi admisión.

Apenas es una mueca en sus labios, pero parece llevar implícito el vago gesto de un festejo.

―Sí, hay un motivo. Ya se lo diré ―comenta cuando llegamos a la entrada donde nos recibe un elegante empleado del restaurante.

Desde que traspasamos el vestíbulo de entrada, no solo somos impactados por el ambiente musical que se respira, sino también por su decoración al estilo barroco que impacta la vista con sus refinados contrastes. La música es suave y etérea, una composición proveniente del hombre que le da el pomposo título al restaurante. Si el oído no me falla, es la Serenata número trece para cuerdas en sol mayor de Mozart. La delicada ejecución de piano que han elegido para armonizar toda la atmósfera endulza los sentidos, transformándote de una forma hilarante y cuidadosa al medioevo.

―Bienvenido ―dice el hombre recibiendo a Balthazar. El hombre me observa de pies a cabeza y no dudo que piense que me veo como un sencillo y feo florero a su lado.

―Reservé una mesa para mi acompañante y para mí, ¿está lista? ―pregunta al hombre interrumpiendo su nada disimulado escrutinio sobre mí.

―Por supuesto señor Blackwell, los guiaré hasta allí.

Se ofrece muy voluntarioso, aunque sin dejar de mirarme con recelo.

―¿Has soñado con tocar en un lugar como este? ―me pregunta sorprendiéndome y al hombre también, que se parece que se le aguzan las orejas.

―Yo… sueño con tocar en muchos lugares, no tengo preferencias ―digo.

Esta vez sí esboza una sonrisa que suavizan sus duras facciones, y parece que sin proponérselo me deja sin aliento y la boca entreabierta por unos breves segundos. La cierro luego de eso mirando la espalda del hombre que nos guía.

―Si lo desea, está en la lista de lugares que creí que serían apropiados para empezar, pero si no lo desea, puede omitirlo ―prosigue y yo abro los ojos.

―¿Lo dice en… serio? ―pregunto cautelosa.

―¿Por qué bromearía con ella?

Trago con fuerza observándole apenas un momento. Antes cuando estaba enojada con él podría sostenerle la mirada por mucho tiempo, ahora me causa un poco de escozor cuando conectamos las miradas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.