ÉL
“¡Te odio, te odio, te odio!” repetía una y otra vez. “Maldita perra”.
Marisol me las pagaría si era verdad, sí en verdad se había atrevido a ponerme los cuernos.
La había perseguido sospechando de sus intenciones. Ella tenía una pequeña obsesión en estar activa en todas las redes sociales que podía imaginar. Yo apenas tenía tiempo de responderle sus audios de WhatsApp luego de tener dos trabajos de medio tiempo.
Pero esa pequeña adicción no tenía justificante al negarme ver algo en su celular, únicamente quería usar su cámara para ver si debía afeitarme o no. A mi defensa puedo decir que tenía mejor calidad de imagen y demasiada flojera moverme para ir por el mío.
No lo pensé dos veces para decidirme a venir. Llegué al hotel, seguro de donde los encontraría si fuera el caso.
Marisol amaba presumir sus nuevos glúteos los cuales se jactaba de repetir que le habían costado todos sus ahorros. Por lo mismo su fascinación en andar con cualquier prenda que resaltara sus bellas nalgas y sus abs marcados.
Fui directo a la alberca, pasando sin sospechas ni contratiempos gracias a que mi hermano me había sugerido usar mis mejores trapos.
Entonces di con que no estaba en la alberca principal. Viendo todo el entorno me llamo la atención que había un cuarto con lo que parecía una alberca privada.
Me aproximé sino antes ser detenido por un par de guaruras. Estaba a punto de perder los pocos cabales que me quedaban cuando la observé dentro con un hombre mayor, bueno por lo menos que yo.
Les di dos golpes directos a los rostros de los guaruras sin ningún reparo para deshacerme de ellos y entrar.
Ella se quedó con la boca abierta y se dio cuenta por la expresión que puso que la había visto de pies a cabeza. Traía un bikini que a duras penas le tapaba su desnudez. En lugar de mostrar algo de vergüenza se paró erguida sacando aún más sus pechos, los cuales también eran de silicona, pero puestos mucho antes de conocerme.
No pude dar otro paso cuando los mismos a los que les había dado un golpe me atraparon. Cedí pues no sabía bien qué sería capaz de hacerle.
Antes decidí ver la cara del hombre. Él tenía esa expresión de disgusto, pero al verme siendo sacado a rastras no pudo negarse a soltar una maldita risa burlona. Sino hubiese sido tomado de los brazos le pararía el dedo.
“Tal para cual”.
Esa sería la única vez nos veríamos las caras. Ella había tirado nuestros recuerdos juntos de los últimos tres años. Todo por algo que no podía darle: dinero y lujos. Porque de sexo ni hablar.
ÉL
“¡Te odio, te odio, te odio!” repetía una y otra vez. “Maldita perra”.
Marisol me las pagaría si era verdad, sí en verdad se había atrevido a ponerme los cuernos.
La había perseguido sospechando de sus intenciones. Ella tenía una pequeña obsesión en estar activa en todas las redes sociales que podía imaginar. Yo apenas tenía tiempo de responderle sus audios de WhatsApp luego de tener dos trabajos de medio tiempo.
Pero esa pequeña adicción no tenía justificante al negarme ver algo en su celular, únicamente quería usar su cámara para ver si debía afeitarme o no. A mi defensa puedo decir que tenía mejor calidad de imagen y demasiada flojera moverme para ir por el mío.
No lo pensé dos veces para decidirme a venir. Llegué al hotel, seguro de donde los encontraría si fuera el caso.
Marisol amaba presumir sus nuevos glúteos los cuales se jactaba de repetir que le habían costado todos sus ahorros. Por lo mismo su fascinación en andar con cualquier prenda que resaltara sus bellas nalgas y sus abs marcados.
Fui directo a la alberca, pasando sin sospechas ni contratiempos gracias a que mi hermano me había sugerido usar mis mejores trapos.
Entonces di con que no estaba en la alberca principal. Viendo todo el entorno me llamo la atención que había un cuarto con lo que parecía una alberca privada.
Me aproximé sino antes ser detenido por un par de guaruras. Estaba a punto de perder los pocos cabales que me quedaban cuando la observé dentro con un hombre mayor, bueno por lo menos que yo.
Les di dos golpes directos a los rostros de los guaruras sin ningún reparo para deshacerme de ellos y entrar.
Ella se quedó con la boca abierta y se dio cuenta por la expresión que puso que la había visto de pies a cabeza. Traía un bikini que a duras penas le tapaba su desnudez. En lugar de mostrar algo de vergüenza se paró erguida sacando aún más sus pechos, los cuales también eran de silicona, pero puestos mucho antes de conocerme.
No pude dar otro paso cuando los mismos a los que les había dado un golpe me atraparon. Cedí pues no sabía bien qué sería capaz de hacerle.
Antes decidí ver la cara del hombre. Él tenía esa expresión de disgusto, pero al verme siendo sacado a rastras no pudo negarse a soltar una maldita risa burlona. Sino hubiese sido tomado de los brazos le pararía el dedo.
“Tal para cual”.
Esa sería la única vez nos veríamos las caras. Ella había tirado nuestros recuerdos juntos de los últimos tres años. Todo por algo que no podía darle: dinero y lujos. Porque de sexo ni hablar.