ELISE
Stephan llegó justo cuando empezaban a servir la crema de brócoli, la cual detestaba. Fue directo a darme un beso. Si tan solo no estuvieran mis padres, me atrevería alejarlo lo más que pudiera de mí.
Poco después me di cuenta de que Keith había desaparecido. Lo busqué con la mirada y no hubo señal de su paradero. En eso sonó el timbre. Debía ser la persona que quería que conociéramos Stephan.
–Llegó tu invitado –dijo papá – Por cierto, ¿de quién se trata? Lo has tratado con mucho hermetismo.
–Es una mujer.
A mis padres se les fue la sonrisa. A mí me hizo levantar la mirada, quería saber qué traía entre manos.
–Es mi prima que acaba de llegar a la ciudad, pensé que sería buena idea que conviviera con Elise.
–Eso sería muy bueno. -mencionó mamá – ¿No lo crees Elise?
No me salieron las palabras. Me quedé helada. Convivir significaba socializar y eso conlleva salir de mi habitación. Yo…
–¿Te tomaste tus pastillas? – preguntó mamá sin gesticular bien para no perder la sonrisa más falsa de su vida.
Asentí sin perder de la vista a Stephan. Él bebía encantado su bebida retándome con la mirada que discrepara de él. Ambos sabíamos que tenía a mi familia comiendo de su mano.
¿Qué es lo que quieres de mí?
Después de lo que pareció un largo rato, todos se levantaron para recibir a la mujer. Ella era todo lo que yo no era. Podía tener mi edad, pero su rostro se veía operado. Detrás de ese vestido verde entallado resaltaba su silueta de reloj de arena. ¿En serio eran primos?
–Mi querida prima. – la abrazó y le dio dos besos. – Ellos son la familia Spencer. Joseph, Margaret y Elise.
¿Verde? ¿Por qué también había usado verde? Mi vestuario lucía soso a comparación.
Cuando todos voltearon a verme, supuse que era turno de que me presentara.
–¡Hola, soy Elise!
Todos se rieron y burlaron. Probablemente, dijeron algo más. Luego de escucharlos, me desmoroné.
Salí corriendo arriba a mi cuarto. Justo en el último escalón volví a tropezarme. En el suelo me llegaron las lágrimas que estuve conteniendo en mucho tiempo.
Nadie fue a buscarme. Así que pude llorar sin apuros por una vez por todas.
Keith, la última vez debió ayudarme porque ese era su trabajo.
¿Por qué pensaba en un empleado en medio de una crisis?
***
La mañana siguiente una luz me molestó. Entre estar dormida y despierta observé que habían abierto la cortina.
–Buenos días, señorita.
Era Fanny. Se le estaba haciendo costumbre. Cualquier otro día despertaría en medio de la oscuridad y agarraría la bandeja del desayuno. Esta ocasión ni eso estaba.
–¿Qué pasa?
–Su señora madre me mando a avisarle qué hoy desayunarán fuera.
Me quedé atónita. Sin palabras. Hacía meses sin que eso pasara.
–No. – dije inseguramente. – No puedo.
–Señorita, fue una orden como ha de saberlo. – su rugosa cara me decía que yo le daba pena.
Me volví a cubrir con las cobijas como si aquello fuera de ayuda.
–¡Señorita! – imploró Fanny. – La señora fue clara. De hecho, le pidió al chofer que me ayudara a entrar en razón.
–¿Quién, Bernard? – pregunté más que curiosa destapándome.
–No. Yo – escuché a la voz masculina ya conocida. Ahí estaba Keith en la puerta. – ¡Buenos días, señorita!
¿Qué diantres?
Nuevamente sentí el calor subir a mis mejillas. Me había dormido con el vestido. Y de seguro me parecía a una muerta viviente. Resultaba extraño que siempre me hallará de esta forma Keith.
Me pregunto, qué habría pasado si hubiese conocido a la antigua yo.