KEITH
Suspiré. Sería el primer día que oficialmente saldría con ella. Bueno, si es que contaba como chofer y si contábamos el que su padre me…
Ella se veía aterrada. La vi bajar de la segunda planta con su capucha puesta y abrazada de sí misma. Luego de la escena de la última vez, todo lo que había logrado se vino abajo.
Miré que el sol le caló los ojos. Sin siquiera meditarlo, me puse enfrente para cubrirla.
Un momento… yo ¿qué hice?
Me ganó. No pude abrirle la puerta cuando ella ya estaba dentro del carro. Su mamá se había puesto fuera de su ventana, pero no subió. Me acerqué guardando la distancia. Me indicó al lugar donde la llevaría. Tendría que pasar por la única zorra que conocía: Marisol.
Subí también y no pude evitar estar echándole el ojo a Elise desde el retrovisor. De vez en cuando. Ni yo entendía qué es lo que me llamaba la atención.
Ella mantenía los ojos cerrados. En alguna de las veces que la miraba habló fuerte y claro.
–¿A dónde vamos?
–¿Tu mamá no te dijo?
En eso, finalmente decidió abrir los ojos. Nos encontramos por un segundo. Ella tenía esa expresión dura. Como si nunca hubieran existido las lágrimas. Pero, eso no era verdad. Ambos lo sabíamos.
Elise no era el tipo que dejaba a medias sus intenciones. No bajó la mirada. Yo tuve que hacerlo después de todo era su jodido chofer. Tal vez si nos hubiésemos conocido antes podría actuar más como yo.
Cuando volví a verla, su mirada se había suavizado. En menos de un segundo había puesto su cabeza justo a mi lado. Seguía viéndome.
“¿Qué rayos te pasa mujer?” quise preguntarle lamentablemente me callé la boca. Había perdido trabajos antes por cosas más insignificantes.
– Te puedes sentar. – dije de más mala manera de lo que quise.
Fue un alivio que ni siquiera se inmutara. Seguía viéndome.
– Por favor. – susurré mientras decidí verla.
Elise hizo caso, aunque no de la forma en que hubiera esperado. Se pasó al asiento de enfrente.
–¿Qué…?
– Ponte más maquillaje en ese tatuaje que tienes en el cuello si mis papás lo ven… bueno, ya sabes.
Así que por eso me veía. Todo por un tatuaje mal pintado y camuflado.
Solté una risa descuidada. Mi mal humor se había esfumado. Era su chófer y… bueno lo otro. Las apariencias como todos en su casa era lo más importante. Un tatuaje probablemente era sinónimo de ser un malandro.
Ella siguió viéndome. Sentía su mirada.
“¿Qué diablos me miras?” Hubiese preguntado sin contención.
–¿Tengo algo más en la cara? ¿Un grano tal vez? – en eso volví a echarle un vistazo y me di cuenta que las comisuras de sus labios casi formaban una sonrisa. Lamentablemente, no llegó ese brillo a sus ojos.
– No. – dijo a secas.
Nos quedamos en silencio, extrañamente en modo no incomodo.
Y dentro de poco habíamos llegado a la dirección de Marisol.
– Ya vuelvo. – dije a encarar su atrevimiento. – Mientras, regresa a atrás. Puede que piense mal si te ve enfrente.
Hizo caso, más no de buena cara.
Me dirigí al complejo de departamentos de lujo, que, por cierto, se veían de lejos que no los podía pagar. Toqué el timbre y esperé a que bajara. Quería volver de inmediato al carro con Elise, pero ganó más el deseo que tenía de reclamarle en su cara operada qué mierda le pasaba en su cabeza.
Mis ojos, como usualmente pasaba, tuvieron que verla de abajo hacia arriba. Traía de nuevo un vestido que hacía lucir su cuerpo, especialmente sus caderas, de manera exagerada. Eso me gustaba de ella, su confianza.
La detuve.
– Hola Keith. – se abalanzó a mí queriéndome abrazar.
– No sé qué te traigas con tu noviecito, pero …
–¿Pero qué? – preguntó desesperada jugando con mi corbata.
Quería decirle que dejara a Elise. Me callé ¿por qué debería? Ella también me lo preguntaría y no sabía con exactitud la respuesta.
Agarró mi mano y la subió para que pudiera darse una vuelta.
–¿Te gusto más así?
–¡Marisol! – solté entre dientes queriendo hacerla que parara.
Sentí que alguien se acercaba y de inmediato decidí separarnos lo más que podíamos.
–¿Keith? – llegó preguntando Elise – Te estabas tardando.
Ella se veía ansiosa. Tapándose sus manos con las mangas de su sudadera y con su capucha puesta.
Fue inevitable hacer la comparación. Elise con su apariencia sencilla y cómoda, mientras que la amante usaba desesperadamente sus mejores armas.
– Ya íbamos. – dije adelantándome.
Pensé que ellas se saludarían en el momento que me dirigí al carro. Eso no pasó, en su lugar sentí como Elise corrió para estar justo detrás de mí.
Suspiré, la mujer causante de todos sus males sin saberlo estaba justo detrás de ella.
Estuve a punto de perder mis cabales y subirme como toda persona normal. Me tomó unos cuantos segundos para recordar que era su chofer.
Elise ya se había subido. No tenía caso, ella era la hija del jefe, pero Marisol no le pareció el que la hiciera esperar. Empezó a sonar sus zapatos para que le abriera la puerta. Lo hice para no quedar mal con Elise.
La que alguna vez fue mi novia, sonrió lo más que le dejó el bótox.
Inmediatamente hubo silencio. Desde el retrovisor observé al par de chicas que miraban cada una su ventana. Noté como Marisol lucía molesta, sus labios estaban torcidos. Mientras que Elise estaba perdida como si mucho pasara en su cabeza.
-¿Quieren qué ponga música?
“¡Si!” dijo Marisol “¡No!” pidió Elise.
Lo dijeron al mismo tiempo, lo cual me hizo inevitable tomarlo con gracia. Elise le dió igual. Al contrario, a la ex le pareció molestó. Me veía fijamente con sus cejas más juntas de lo normal.
Dentro de poco supe qué era porque había obedecido la orden de Elise. Ella era la jefa más cercana o lo que fuera.