ELISE
Su sonrisa… o lo que parecía ser una me contagió.
Keith siempre tenía esa expresión sombría como si no durmiera. Lo que me traía el recuerdo de habernos encontrado en la cocina a altas horas de la noche. Seguramente, esa era la razón de sus ojeras. Aun así, no me parecían molestas. Eran parte de él.
Mi sonrisa se desdibujó rápidamente. Me hallé con los ojos de Keith por el retrovisor. Me atrapó viéndolo más de lo debido. De pronto me sentí acalorada.
En seguida habíamos llegado al lugar que me habían ordenado ir con la conocida de Stephan, un restaurante algo ostentoso.
Keith se bajó a toda prisa. En eso también bajé del carro y me echó una mirada de disgusto.
–¿Qué? – pregunté. Él estaba que no se la creía. Nuestro momento se interrumpió con un carraspeo de garganta.
La conocida seguía en el auto. Keith fue directo para abrirle. Ella salió despampanante con otro vestido que hacía lucir sus caderas y nalgas.
Por alguna razón, me pasó por la mente que ambos se verían increíble juntos. Ella tan llamativa con su cuerpo exuberante y él tan… ¿cuál sería la palabra correcta?
–Vamos, querida. – dijo ella sacándome de mis pensamientos.
Se estaba retocando su labial. Y fue con pasos firmes. Estábamos frente lo que parecía un restaurante de tipo jardín con mucha gente.
Me quedé azorada. Yo… ¿podría hacerlo? Tenía meses sin salir. Ni siquiera conocía el restaurante, debía ser nuevo. Podría haber personas que solía conocer o gente que sabía quién era, la chica que le habían puesto los cuernos en su carota.
No puedo, me dije a mí misma. Abrazándome y viendo mis zapatos deportivos nuevos. Sentí que me había congelado en medio de la nada. Solo quería dar vuelta a un lugar seguro; a mí lugar seguro.
En eso, me di cuenta de que alguien me había tocado el hombro. Me estremecí, asustada.
–¿Estás bien? – preguntó Keith. Había quitado su mano en el momento que vio que di un ligero salto.
Me quedé sin palabras. Solo vi sus ojos rasgados, los cuales en verdad me veían.
Como pude asentí, aun temerosa. Siguió con la distancia, sin embargo, logró susurrarme.
–Tú das las órdenes.
¿En serio? ¿Entonces por qué estoy aquí, Keith?
No logré decírselo.
–Sé que tu mamá te obligó a venir, pero… - de pronto se mordió los labios. Como si estuviera hablando de más y sí que lo hacía. – Dime algo. – dijo por primera vez evitando verme.
Yo… debía contestar. Pasé saliva.
–Quédate. – dije lo mejor que pude. Él siguió sin verme a los ojos, más asintió.
Pasó de largo, chocando ligeramente con mi hombro. No fue nada brusco. Lo seguí volviendo a abrazarme.
Marisol estaba al fondo cruzada de brazos viéndonos con lo más pareció a una mala cara. Lo que le permitía lo que sea que tuviera en la cara. Le tomó un poco volver a poner una mejor expresión y sonreír a nuestra llegada.
–¿Qué fue eso de ahí atrás? – preguntó a nadie en concreto.
Nadie respondió y ella optó por hacer como si no hubiera dicho nada.
Desde que se nos asignó una mesa, no hizo otra cosa que tratar sacarme platica. Hice lo mejor que pude por seguirle la corriente.
De vez en cuando veía de reojo a Keith quien se había sentado en la mesa de lado para darnos privacidad, supuestamente. Lucía con su traje como un guarura. Nunca había tenido uno.
Él había pedido café oscuro. Qué poco sorprendente. Casi no tomaba sorbos.
–¿Entonces? – dijo la chica de enfrente.
–¿Disculpa? – me sacó nuevamente de mis pensamientos. – ¿Qué dijiste?
Ella se río chillonamente. A toda costa, buscaba hacerme platica. Descubrí que Marisol no le paraba la boca y que le encantaba tomar alcohol desde temprano.
Como pude di algunos bocados de la comida que había pedido. Luego decidí dejar todo intento. En medio de la platica boba de la mentada prima, me hallé con lo que menos quería en ese justo momento.
–¡Elise! No puede ser. – era un viejo conocido, John. – Ya era hora de que salieras de tu madriguera.
Por personas como tú es que no salgo.
No tuve intención de disimular.
–Tiempo sin verte. – dije casi en un susurro.
–¿Y quién es tu compañía? –
Marisol estaba con ojos saltones, casi gritando que la viera.
–Es prima de Stephan. – dije secamente.
Ella se paró para presentarse. John no dejaba de desvestirla con la mirada. Extrañamente, ambos lograron encajar al punto que él se autoinvitó a unirse a la mesa. Ahora tenía que soportar a dos.
Marisol pasó de no parar de hablar a casi estar gritando. No estaba segura de qué giraba la conversación. Al principio trataba de prestar atención, luego me rendí. Solo pensaba en que quería volver a casa. No dejaba de sentir esa incomodidad en el estómago.
Para colmo, entre las idas y venidas de la mesera en los encargos de Marisol me había derramado café.
Me levanté por la impresión. Había caído justo en mi panza. Ya no estaba caliente, aun así, la reacción fue inevitable.
Sabía que varios pares de ojos me miraban pues los sentía, entre ellos, Keith quien había llegado rápidamente a mi lado.
–¿Estás bien? – preguntó tomándome de la muñeca. Pasé de fijarme en el gesto y en sus ojos que lucían genuinamente consternados y eso fue suficiente para que me soltara de una.
Negué sin pensarlo, después de medítalo, asentí confusa.
–Nos vamos. – aseguró partiendo con prisa.
Paró al darse cuenta de que no lo seguía. Se regresó para jalarme nuevamente de la muñeca y sacarme de ahí.
Tuve que resistirme a seguirlo cuando entré en razón.
–¿Qué sucede? – preguntó con un rostro poco agradable.
–Keith, yo… - después de que balbuceé, me di cuenta de que no me hacía bien verlo directamente. – No he pagado la cuenta.