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            La noche era fría y amarga como el sabor en la garganta de Rosario. Ella corría adentrándose cada vez más al bosque que la tomaba en sus brazos. La lluvia mojaba el rostro y no le importaba, nada era importante en ese momento solo huir de ahí. Sus cabellos dorados volaban con el viento mojados atravesando el frio, portaba un vestido blanco, roto y empapado de sangre.

            En otra ocasión estaría temblando, pero la adrenalina en sus venas hacia que olvidara por completo el clima, solo corría y corría cada vez más. Las lágrimas se desbordaban de sus ojos y al mismo momento desaparecían sus ilusiones y sueños.

            Comenzó a bajar la velocidad. Caminaba con las manos estrujando sus mejillas y en un movimiento veloz dio una gran patada hacia un pequeño árbol, este cayó de inmediato. Sus puños buscaban donde descargar tanta ira. Estaba frenética, golpeó otro árbol con los puños hasta que las manos le sangraban y con una fuerte patada hizo que se partiera en dos.

            Termino con el silencio al lanzar un grito al aire, un grito de dolor, de perdida, y sufrimiento. Se lanzó al suelo y agitada empezó a gritar entre un fuerte llanto.

            -¿Por qué? ¿Por qué el cielo me ah mandado este infierno? ¿Porqué tuve que nacer en este lugar con esta familia?- Enterró las uñas en la tierra

            -¿Madre estas orgullosa de mi ahora?- La fuerza de su llanto había aumentado, entre quejidos siguió hablando

            -Ahora deja de compararme con quien sea, préstame atención dame tu amor. ¿Por qué no soy una persona normal?- Los puños se estrellaron fuertemente al suelo.

            El dolor que esa muchacha sentía era indescriptible, su edad no mayor a 18 años, el sentimiento de ser abatida por el estruendo y ser opacada ante la vista su propia familia. Su corazón estaba roto en mil cachitos, y se desgarraba más lentamente, su mente había llegado a la locura intentando conseguir el amor que tanto le había faltado en su hogar, sus ojos pardos no paraban de llorar.