La Prometida del Duque.

Capítulo 12: La Verdad en una Hoja de Papel

La tarde siguiente, el mismo bosquecillo de abedules parecía contener la respiración. Annelise llegó primero, logrando escapar de nuevo bajo un pretexto cuidadosamente construido, con la fiel Hannah montando guardia. Esta vez, la ansiedad que sentía no era de incertidumbre, sino de una anticipación afilada y peligrosa. No venía a hacer una pregunta, sino a entregar un arma.

Alistair apareció puntualmente, moviéndose con una gracia silenciosa que desmentía la urgencia que ardía en sus ojos. Se acercó a ella sin preámbulos, su mirada intensa buscando la de ella.

—La coda —dijo él en voz baja, la única palabra necesaria.

Annelise no respondió con palabras. Abrió el pequeño bolso que llevaba y sacó dos hojas de papel dobladas. Le entregó la primera.

—El borrador. En la caligrafía de mi tía —explicó.

Alistair lo tomó, y mientras sus ojos recorrían las frases tachadas y las crueles palabras que lo habían atormentado durante cinco años, su rostro se convirtió en una máscara de piedra. La prueba era irrefutable. Pero fue el segundo papel el que lo deshizo.

—Y esto —dijo Annelise con voz temblorosa—. Esto es lo que encontré con ello.

Le entregó la carta. Su propia carta. La que él había escrito desde Dover, con el corazón roto y confuso.

La vio reconocer su propia letra enérgica, su propia firma. Lo vio leer las palabras que había escrito en la agonía de un amor que creía traicionado.

—«Mi queridísima Annelise…» —leyó en un susurro ahogado, y el papel tembló en su mano. Levantó la vista hacia ella, y en sus ojos oscuros ya no había ira, solo un océano de dolor y de años perdidos—. Yo… yo pensé que me odiabas. Que te habías reído de mí.

—Y yo pensé que me habías olvidado —respondió ella, las lágrimas finalmente cayendo por sus mejillas—. Creí que mi amor no había significado nada para ti.

En ese instante, bajo el dosel moteado de los árboles de Londres, los cinco años de amargura se evaporaron, dejando solo la cruda y dolorosa verdad. Alistair dobló la carta con un cuidado reverencial, como si fuera una reliquia sagrada, y la guardó en el bolsillo interior de su chaqueta, cerca de su corazón.

Dio el paso que los separaba y, levantando una mano, apartó con una ternura infinita una lágrima de la mejilla de Annelise con el pulgar. Su toque era cálido, real.

—Se acabó, Annelise —dijo, su voz ronca por la emoción—. Se acabaron las mentiras. No volveré a perderte. Lo juro.

Ella se apoyó en ese toque, cerrando los ojos por un instante.

—Pero no hemos ganado, Alistair. Tenemos la verdad, pero ellos tienen el poder. ¿Qué hacemos con esto? Una confrontación privada solo les daría la oportunidad de destruirlo y negarlo todo.

—No —dijo él, y su voz recuperó su filo de acero—. No será una confrontación privada. Será una ejecución pública.

Se apartó un poco, su mente trabajando a toda velocidad.

—Necesitamos un escenario. Un lugar donde no puedan escapar. Donde la palabra del Duque no sea suficiente para salvarlo.

—El baile de compromiso —dijo Annelise al instante—. Mi tía y él planean anunciarlo oficialmente en dos semanas, en un gran baile en su mansión de la ciudad. Toda la alta sociedad estará allí.

—Perfecto —confirmó Alistair, una sonrisa sombría y peligrosa dibujándose en su rostro—. Es el escenario perfecto para un drama. Yo usaré estas dos semanas para encontrar un vínculo, cualquier vínculo, entre las finanzas del Duque y tu tía.

Necesitamos algo más que apuntale la conspiración. Mientras tanto, tu única tarea es la más difícil de todas.

—¿Cuál? —preguntó ella.

—Sobrevivir. Seguir actuando. Debes ser la prometida perfecta, la sobrina dócil. No pueden sospechar nada. ¿Puedes hacerlo?

Annelise pensó en los años de sonrisas falsas y sentimientos reprimidos.

—He estado ensayando para ese papel toda mi vida.

El tiempo se agotaba una vez más. Antes de marcharse, Alistair la tomó del brazo suavemente, deteniéndola.

—Cuando todo esto termine, Annelise —dijo, su mirada seria y llena de una promesa silenciosa—, compondremos nuestra propia melodía. Lejos de ellos. Lejos de todo esto.

Con esa promesa suspendida en el aire, se dio la vuelta y se marchó, dejándola sola con el corazón latiendo con una mezcla de terror y una esperanza tan brillante que era casi dolorosa.

El plan estaba trazado. La fecha, fijada. El baile de compromiso ya no era el final de su libertad.
Ahora, era el principio del fin para sus enemigos.




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