—No, gracias. Ya me cargué con el café —digo, señalando la taza vacía.
—¿Qué pasó hoy entre tú e Igor?
—¿No lo escuchaste? —respondo, sin entender por qué Mark pregunta eso.
¿De verdad cree que voy a contarle otra versión? Él acerca el vaso a los labios y bebe unos sorbos, como si lo hiciera a propósito para mantener la pausa.
—Cuesta creer que Zlata haya usado a su propio esposo para tenderte una trampa.
—Bueno, no hace mucho tú mismo me ofreciste dinero para que dejara a tu padre. Zlata usa otros métodos, y dudo que permitiera que pasara algo serio entre Igor y yo.
—¿Es que él no supo cortejarte o por qué lo rechazaste?
Lo miro, intentando averiguar si bromea. Pero su rostro sigue serio, sin la menor intención de sonreír. Alzo las manos, incrédula:
—Es evidente. Es un hombre casado, y yo soy la prometida de su suegro. ¿Qué clase de relación romántica podría haber? ¿Acaso te parece aceptable?
—Por supuesto que no. No entiendo qué esperaba Zlata lograr con eso. ¿De verdad piensas terminar ese análisis para mañana? —pregunta, sentándose a mi lado. Trato de no mirar su pecho desnudo, pero mi mirada se desliza sola hacia él.
—Sí. ¿O ya no hace falta? Dijiste que era urgente.
—Lo es —insiste, aún sabiendo que está mintiendo. Ambos sabemos que inventó ese encargo a propósito, pero seguimos fingiendo—. Confieso que pensé que te quejarías con mi padre, que renunciarías y, en lugar de hacer análisis, lo consolarías en la cama.
En sus ojos oscuros chispean destellos de deseo. Me incomodo y no sé qué hacer. Empiezo a mover papeles, sin razón.
—Intento no mezclar lo laboral con lo personal. Ya dije que, después de la boda, quiero seguir trabajando en la empresa.
—¿Para qué? Podrías pasarte el día yendo a salones de belleza, al gimnasio, a restaurantes… Vivir sin preocupaciones. En cambio, prefieres calentar la silla en la oficina —Mark lleva el vaso a la boca.
Bebe un poco más y espera mi respuesta. Una gota de zumo le cae por la barba, se desliza por el cuello, resbala por el pecho, recorre los abdominales y desaparece en la cintura del pantalón. ¡Dios mío! Sigo su trayecto con los ojos, sin pudor. Paso las hojas con más energía, esperando que no haya notado mi distracción.
Estoy convencida de que vino así adrede, solo para molestarme. Intento recordar de qué hablábamos, pero mi mente se llena de imágenes de su torso. No entiendo por qué me afecta tanto. Busco al menos una respuesta decente, pero no llega ninguna.
—Creo que trabajar es más interesante —musito al fin.
Mark deja el vaso a un lado y pone sus manos sobre las mías. Las aprieta ligeramente contra los papeles, impidiéndome moverlas. Su contacto provoca chispas en mi piel. Siento su mirada fija en mí.
—¿Estás buscando algo? Me está poniendo nervioso que revuelvas los papeles así. Vas a desordenarlo todo y luego no vas a encontrar nada.
Me muerdo el labio y dejo de respirar. Juro que en este instante oigo los latidos de mi corazón, delatando mi nerviosismo. Intento pensar qué podría estar buscando entre tantos papeles. ¿Mi móvil? ¿Una goma? ¿Un clip? ¿Para qué, si no es para morderlo y distraerme de este hombre semidesnudo frente a mí?
Digo lo primero que se me ocurre:
—Un lápiz. Sí, estoy buscando un lápiz.
Me alegro por haber dado con una excusa razonable.
Mark se inclina y saca el lápiz de mi moño. Mi cabello castaño cae sobre los hombros. Me lo tiende arqueando una ceja con gesto inquisitivo.
—¿Este?
—Sí, ese. Me lo había puesto en el pelo por comodidad y lo olvidé —le arrebato el lápiz sin saber qué hacer con él. Empiezo a escribir números al azar en el reverso de una hoja, fingiendo concentración. Mark dirige la mirada a la pantalla.
—¿En qué te habías quedado?
Respiro hondo y trato de tranquilizarme. ¿Por qué me pone tan nerviosa? Mark no es un hombre, es... un jefe sin forma definida. ¡Eso! No debería verlo como alguien del sexo opuesto. Me calmo y le explico por dónde iba.
Él acerca su silla a la mía:
—Te ayudo.
Me dan ganas de negarme, pero por otro lado, es su culpa que esté despierta a estas horas, así que que sufra conmigo. Trabajamos juntos. El tiempo pasa sin darnos cuenta, y de pronto me sorprendo sintiéndome cómoda a su lado.
Solo queda sacar conclusiones y reunir todo en la tabla principal. Mark se pone de pie:
—Creo que lo demás podrás terminarlo sola. Me voy a dormir.