—No, solo estamos comentando opciones —intento hablar con tono tranquilo, sin mostrar mi nerviosismo—. No descarto la posibilidad de ser madre algún día... aunque ahora es demasiado pronto para hablar de eso.
—Estoy segura de que te las arreglarás para quedarte embarazada lo antes posible. Cambiaste de prometido con una rapidez asombrosa. Por cierto, ¿cómo se apellida ese tal Nazar? —Al notar nuestras miradas de sorpresa, Zlata aclara con indiferencia—. Es que conozco a un Nazar que lleva saliendo tres años con una chica, pero nunca nos la ha presentado. Sería una coincidencia muy curiosa.
—Trojymenko —suelta Bohdana, revelando un dato que yo preferiría guardar en secreto. Conociendo a Zlata y su gusto por la intriga, me preocupa que haya hecho la pregunta con alguna intención oculta.
Zlata se deja caer en un sillón, con aire relajado:
—Entonces no es él. ¿Y este Nazar en qué trabaja?
Bohdana le cuenta todo lo que Zlata quiere saber. Yo, en cambio, no entiendo por qué le interesa tanto saber sobre mi exnovio. Por suerte, consigo desviar la conversación hacia otro tema. Es la primera vez que hablamos con Zlata sin lanzarnos puyas. El bebé se queda dormido, y Bohdana lo acomoda en el sofá, rodeándolo con una almohada para que no ruede al suelo.
Regresamos al comedor. Siento la mirada pegajosa de Mark sobre mí. Sus ojos, enturbiados por el alcohol, brillan con deseo. La cena continúa hasta entrada la noche. Finalmente, pido un taxi y acompaño a mis padres de vuelta a casa.
Los días siguientes pasan entre el trabajo. Estoy sentada frente al escritorio, intentando concentrarme, cuando la puerta del despacho se abre y entra Nazar con un ramo de margaritas envuelto en papel plateado. Me quedo inmóvil por la sorpresa.
Hace más de un mes que no veo a mi ex. Ya casi no lo echo de menos. Dejé de soñar con un futuro juntos, las heridas cicatrizaron, los recuerdos se desvanecieron. Y justo cuando por fin lo he borrado de mi mente, reaparece. El hombre se acerca con paso decidido:
—Hola. Esto es para ti —deja el ramo sobre la mesa y se sienta en la silla frente a mí.
Levanto las cejas, desconcertada:
—¿A qué se debe tanta generosidad? No es mi cumpleaños. Aunque, ahora que lo pienso, ni siquiera en mi cumpleaños me regalaste flores.
—He pensado mucho en nosotros y por fin lo he comprendido todo —suspira con pesadez—. Me equivoqué. Ahora estoy listo para una relación seria. Volvamos a estar juntos.
Lo miro con desconfianza. Durante años soñé con escuchar esas palabras. Pero ahora, que por fin las dice, no siento alegría ni deseo. Creo que ya lo superé. Me cansé de esperar, de pedir, de rogar. Él viene con una propuesta que llega tarde, cuando ya no la necesito. Y me doy cuenta de que ya no siento nada por él.
Aun así, no sé por qué pregunto:
—¿Estás dispuesto a casarte conmigo?
—Si es necesario, sí —responde con un suspiro resignado. Tiene el aire de alguien que se sacrifica contra su voluntad.
No entiendo qué pretende realmente. Así que sigo indagando:
—No me buscaste durante más de un mes. ¿Qué cambió?
—Todo encajó —responde con aplomo—. No estás rejuveneciendo. Tu reloj biológico avanza. Las mujeres envejecen más rápido que los hombres. Tienes miedo de no llegar a ser madre. Es natural, está en tu biología: quieres tener hijos. Y, siendo sinceros, ya no eres tan joven. Tienes veinticinco años. Como dice el refrán: “Cuando llega el veinticinco, ni el perro lanudo te quiere”. En fin, estoy listo para casarme contigo.
Levanta la cabeza con orgullo, como si acabara de ofrecerme el mayor de los honores. Aprieto los puños. Por un instante me dan ganas de estrangularlo. Habría sido mejor que no dijera nada. Me contengo a duras penas para no saltarle encima. Entrecierro los ojos, afilando la mirada:
—¿Así que vienes aquí para decirme, sin rodeos, que ya soy una vieja?
—Bueno, no tan vieja... solo algo usada —Nazar remata, quizás creyendo que así suaviza el golpe.
¡Por el amor de Dios! ¿Qué está pasando? Tengo toda una vida por delante y no pienso desperdiciarla con un hombre que no sabe lo que quiere. Apareció aquí sin ser invitado, actuando como si me hiciera un favor. Y yo, para mi propia sorpresa, me alegro de estar comprometida. Aunque sea una farsa, aunque no sea real, no importa.
Coloco las manos sobre la mesa y hablo con firmeza:
—Llegaste tarde. Estoy comprometida y pronto me casaré.
Mis palabras provocan una carcajada burlona en Nazar.
—¿Tú? ¿Cuándo te dio tiempo? Si hace nada terminamos. No me digas que te comprometiste con Pinocho…
Me hierve la sangre. Cree que el mundo gira a su alrededor. Aunque ahora mismo no tengo pareja de verdad, quiero ponerlo en su lugar. Me pregunto cómo pude pasar tres años con él. Entonces lo amaba y hacía la vista gorda ante sus defectos. Pero ahora lo veo todo con claridad. Alzo la barbilla con orgullo:
—No. Con el director de esta empresa. Para que lo sepas, es un hombre respetable, me ama, me valora y está listo para una relación seria.