—¿Me lo estás diciendo a propósito? —parece que Nazar no cree una sola palabra de las que digo—. ¿Quieres que me ponga celoso? Vamos, Kira, ya entendí todo. Deja de hacer pucheros.
La puerta se abre y Mark entra en el despacho con unos documentos en la mano. Al ver a Nazar, frunce el ceño: —Disculpe, Kira Yuriivna, no sabía que tenía visita —Mark lanza una mirada desaprobadora al ramo de flores.
—No pasa nada, Nazar ya se va —abro mucho los ojos y le señalo discretamente la puerta. Pero él niega con la cabeza: —No me voy. Aún no hemos terminado.
—Me parece que sí hemos terminado. No tenemos nada más que hablar, y mucho menos tienes que interrumpirme en el trabajo —intento mantenerme firme.
Mark interviene: —Si queda algún asunto pendiente, puede dirigirse a mí. Soy Mark, el director de la empresa, y haré lo posible por ayudarle a resolver cualquier problema.
Le tiende la mano a Nazar, que la estrecha y se anima de inmediato: —¿Director, dice? Aquí te pillé, Kirita. —Nazar suelta la mano de Mark—. ¿Sabe usted lo que anda diciendo Kira sobre usted? Afirma que está comprometida con el director de la empresa.
—¿Ah, sí? —Mark frunce el ceño—. Disculpe, no escuché su nombre.
—Nazar. Soy el novio de Kira. Tuvimos una pelea y ahora ella se hace la digna, inventándose un compromiso con el director. Para que vea qué clase de empleada tiene.
Mark deja los documentos sobre la mesa y declara solemnemente: —No lo está inventando. Kira y yo estamos comprometidos. —Toma mi mano y me obliga a ponerme de pie.
Me estrecha contra su cuerpo y, sin pudor, desliza su mano sobre mi trasero. Y yo no solo no me resisto, sino que tampoco quiero hacerlo. Su contacto despierta un volcán que dormía dentro de mí. Mark me acaricia con la determinación de alguien que quiere dejar claro que soy suya. Me derrito con sus caricias y lucho por no perder la cabeza.
Nazar nos observa con mirada torva: —¿Y cuándo fue eso? Hace un mes que terminamos. ¿Acaso salías con los dos al mismo tiempo?
—No. Conozco a Kira desde hace tiempo, pero empezamos a salir hace un mes. Desde el primer momento supe que era mi alma gemela y le propuse matrimonio. No quiero dejar escapar a mi pequeña ni un segundo. Si ya resolvió todas sus dudas, le agradecería que se retire. Y llévese sus margaritas, a Kira le gustan las rosas.
—Pues mejor así —resopla Nazar—. No estoy tan loco como para renunciar a mi libertad y meterme en el lazo del matrimonio por voluntad propia. Aún no entiendo cómo lograron convencerme antes.
Da media vuelta y se marcha llevándose las flores. Mark no parece tener prisa por soltarme. Sigue apretando mi trasero mientras yo, inmóvil, disfruto de sus caricias, aunque sepa que no debería. El hombre se inclina hacia mí y me susurra al oído: —Me lo deberás por esta función.
Sus labios se posan en los míos, apoderándose de ellos con un beso apasionado. Mark me besa con hambre, con ansias, como si llevara demasiado tiempo esperando este momento y solo mis labios pudieran saciarlo. No me resisto. Le devuelvo el beso con deseo y pasión. No quiero pensar en las consecuencias. Sus besos me embriagan y me hacen olvidar todas mis preocupaciones.
Mark besa como un dios. Con Nazar nunca había sentido algo parecido. Los labios de Mark son adictivos. Quiero más, y cada nuevo beso despierta un deseo aún mayor. Nos fundimos por completo en ese beso. Ambos quedamos sin aliento hasta que finalmente me aparto un poco. La conciencia de lo que acabamos de hacer me golpea de pronto. Estoy segura de que ahora Mark me verá como una chica fácil. Para él, yo soy la prometida de su padre que se deja besar por su hijo. Quiero conservar al menos una pizca de dignidad ante sus ojos.
Me aparto de sus brazos embriagadores y finjo indiferencia al hablar: —Nazar se fue. Tal vez no soportó vernos besarnos. Si hubiéramos sabido que ya se había ido, no habría hecho falta seguir con el beso tanto tiempo. Le dije que estaba comprometida con el director de la empresa, luego entraste tú y pensó que eras tú. Gracias. Me ayudaste a librarme de mi ex. Espero que no vuelva nunca más. —Me arreglo el vestido y el peinado.
Mark frunce el ceño: —Por supuesto. Nos besamos solo por eso. ¿Y por qué tus ex novios andan rondando por aquí y estorbando en el trabajo? —Mark eleva la voz.
Ya no queda rastro de la ternura que mostró hace apenas unos segundos. Es como si lo hubieran cambiado por un gruñón malhumorado. Me apresuro a corregirlo: —No ex novios, solo uno. Y fue el único. Estuvimos juntos tres años.
—Sí, ya escuché esa historia lacrimógena. ¿Por qué no se casaron? ¿Acaso fue por culpa de mi padre?