La prometida falsa

51

— Todos se equivocan alguna vez —Mark se encoge de hombros con indiferencia—. Hace mucho que no me importa lo que digan los demás. Chismorrearán y luego lo olvidarán. No voy a renunciar a ti por eso.

Me reconforta su actitud. Se comporta como un hombre adulto, maduro, que asume la responsabilidad de sus actos. Una gota de agua resbala de la toalla. La aparto de su rostro y la dejo sobre la mesita. Examino con atención la herida de combate en su ceja.

— Solo está un poco enrojecida, no hay hinchazón. Creo que mañana no quedará rastro del golpe —me inclino para besarlo en la frente—. Ahora sí que no quedará nada. Mi beso es curativo.

— ¿Ah, sí? —Una ligera sonrisa se dibuja en sus labios—. Creo que también me golpeaste en la boca… ¿la curarás?

No puedo, ni quiero, negarme. Lo beso suavemente. Mark profundiza el beso y me doy cuenta de que nunca hubo tal golpe en los labios. Sea como sea, me agrada su atención. Sus brazos rodean mi cintura y sus manos se deslizan bajo mi ropa. El calor de sus dedos electriza mi piel. Siento un cosquilleo en el vientre, y me cuesta mantener el control. Al fin y al cabo, es mi novio, un hombre que sabe cómo tratar a una mujer. Dejo a un lado la timidez y le correspondo, colando mis manos bajo su camisa y delineando sus músculos firmes. El contacto aviva el deseo.

Sus labios, embriagadores, bajan por mi cuello, rozan mis clavículas y queman mi piel con su aliento. Avanzan con seguridad hacia el escote, aumentando mi agitación. Sus manos, un poco impetuosas, tocan mi ropa interior y eso me hace reaccionar. Lo tomo de la mano, obligándolo a mirarme.

— No corramos.

— Bien… lo haremos despacio —responde Mark, como si no entendiera del todo mi intención, y vuelve a besarme en el cuello.

Me derrito bajo sus caricias. Un poco más y no podré resistirme. Me aparto y miro sus ojos, nublados de deseo.

— No es momento de precipitarse.

— De acuerdo, lo entiendo —su voz suena decepcionada—. ¿Saldrás conmigo mañana?

— Claro. Tengo curiosidad por verte en una cita.

— ¿Y a quién prefieres? ¿A un seductor descarado o a un caballero tímido? —su tono es demasiado juguetón.

— A ti. Me interesa saber cómo eres de verdad —digo con sinceridad.

Hasta ahora lo he conocido como un jefe estricto. Quiero descubrir cómo es en una relación. Me toma la mano.

— ¿No temes decepcionarte?

— ¿Tan poca confianza tienes en ti mismo? —alzo una ceja.

— Ya veremos si te conquista mi encanto.

— Ya lo ha hecho —no me contengo y lo beso.

— Mi padre quiere que mañana te ayude a elegir un apartamento. ¿Ya sabes en qué zona quieres vivir?

— Todavía no lo he pensado.

Es cierto. Ni siquiera estaba segura de que Yaroslav me dejaría elegir. No habíamos hablado del número de habitaciones ni del estado del piso. Dudaba que esta farsa tuviera éxito. Para mí, era una huida… de casa, de una relación infeliz y de mí misma.

— Podrías comprar cerca de mi apartamento —propone Mark.

— Me parece una gran idea.

— Preguntaré a mis agentes. Supongo que lo quieres listo para entrar a vivir.

— Sí. Quiero irme cuanto antes de esta casa. No me siento cómoda aquí y, además, creo que Zlata me odia.

— No te odia, solo te mira con recelo. Cree que eres una cazafortunas. Al principio yo también lo pensé.

— ¿Y ahora?

— No —niega con la cabeza—. Tuviste la oportunidad de casarte con mi padre y no lo hiciste.

— No lo hice porque me enamoré de ti. Te amo mucho —confieso, conteniendo la respiración. Quiero oír su declaración.

No me hace esperar. Me atrae hacia sí, su aliento rozando mis labios.

— Yo también te amo. Me molesta no haberme dado cuenta antes de lo encantadora que eres.

Mark se inclina y me besa con hambre, como un depredador que saborea su presa. El beso es profundo, exigente, explorador. Me dejo llevar, consciente de que besar al hombre que amas es un placer único. Me falta aire y me aparto, temiendo que crucemos un límite que hoy no quiero sobrepasar.

— Es tarde. Deberías irte. ¿Mañana vamos a ver a los agentes?

— Sí. Tendré que saltarme el trabajo —se levanta de la cama—. Buenas noches.

Hago lo mismo y lo beso en la mejilla, algo áspera por la barba incipiente.

— Dulces sueños, amor.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.