Vittoria
Mis ojos arden evitando que mis lágrimas salgan, no hay manera en la que pueda retenerlas, no cuando siento que mi corazón está siendo arrancado de mi pecho, que mi alma ha sido atravesada por innumerables dardos, cuando todo mi mundo se desmorona frente a mis ojos. Dante se pasea de un lado al otro, es tarde de la noche, pero eso no le impide hacer ruido.
—Por favor, no camines tan duro. —Le ruego—. Puedes despertar a Cara.
—¡Me importa poco! —grita.
—Dante, amor. —Intento acercarme, pero me aleja.
—Estoy cansado, Vittoria, estoy harto de tener que llegar a esta casa y verte en este estado. No eres la mujer que conocí hace diez años, no queda nada de ella.
Sus palabras se sienten como si millones de agujas se clavaran en mi cuerpo. Él tiene razón, ya no soy la misma jovencita que conoció, ahora tengo el vientre ligeramente abultado, no me arreglo como antes y estoy cansada todo el tiempo.
—Prometo que me arreglaré para ti, mañana mismo iré al salón de belleza.
—Llevas diciendo lo mismo desde hace meses, vas un día y a la semana vuelves a tu mismo estado. Parece que tendré que buscarme otra, una digna de acompañarme a las fiestas de la empresa.
—Dante… —Jadeo ante lo que dice—. ¿Serías capaz de engañarme?
Mi llanto se aviva más, ¿qué nos pasó? ¿Cómo terminamos de este modo?
—¿Quién dice que no lo he hecho ya? —Se jacta como si fuera una gran hazaña.
—¿Cómo puedes ser tan egoísta? ¡¿Acaso no puedes pensar en tu familia por un segundo?! —Exploto, me abalanzo contra él con la intención de golpear su pecho, mas sus brazos lo evitan.
—Si te hubieras mantenido hermosa para mí, nada de esto estaría pasando. Cara tiene tres años, no tienes excusa para seguir usando esos harapos.
Por diez años he amado a Dante con todo lo que soy, renuncié a mi trabajo para quedarme en casa y estar más atenta a él, se supone que regresaría a trabajar una vez que él tuviera un puesto estable en la empresa, no obstante, quedé embarazada cuando eso pasó. Mi esposo insistió en que debía cuidar de nuestra hija, que él proveería.
Y ahora me echa en cara mi apariencia física.
—Ocuparme de la casa también es un trabajo, Dante. ¿Pretendes que me ocupe de todo vistiendo ropa costosa? —inquiero con ironía.
—No seas ridícula, te quedas aquí todo el día sin hacer nada. Yo me parto el lomo todos los días para mantenerlas a ustedes, lo menos que puedes hacer es ponerte bonita para mí, hacer ejercicio y bajar esa grasa molesta que tienes.
Presa del enojo por lo cruel que son sus palabras, levanto mi mano y le doy una bofetada tan fuerte que su rostro se voltea. Cuando regresa la vista hacia mí, sus ojos arden y lo peor pasa, me regresa el golpe con fuerza, provocando que caiga al piso de la sala. Llevo mi mano hacia mi mejilla que se encuentra caliente, ahora las lágrimas caen con mayor intensidad.
No es la primera vez que pasa, aunque él prometió no volver a hacerlo.
—¿Ves lo que me haces? Me conviertes en este hombre que no soy, maldita sea el día que te conocí —Sus palabras termina de romperme—. Mejor me voy antes de que cometa una locura.
—Dante, no te vayas así. —Intento detenerlo.
—No me digas nada.
Cierra la puerta tan fuerte que incluso las ventanas vibran un poco, me levanto como puedo del piso, mi alma doliendo más que el golpe que me dio. Subo las escaleras hasta la habitación de mi hija, por suerte no se despertó. Me acuesto a su lado como suelo hacerlo cada vez que mi esposo y yo discutimos.
El suave y pequeño cuerpo de mi hija se aprieta contra el mío, huelo su cabello, el aroma a bebé me calma un poco, aunque mis pensamientos siguen repitiendo la escena anterior. Soy un fracaso como mujer, como esposa y madre. Por mi culpa Dante ignora a su hija, él solo quiere que yo me ponga bonita para él, una sola cosa me pidió y fui incapaz de cumplirla.
«Lo siento tanto, hija», me disculpo mentalmente con ella por haberle fallado.
Paso la noche en vela, incapaz de conciliar el sueño cuando tengo tantas preocupaciones. Me levanto cuando sale el sol, bajo hasta la cocina para empezar con las actividades del día, la vida sigue a pesar de todo.
Estoy alistando las cosas para el desayuno cuando suena el timbre, tal vez Dante dejó sus llaves. Al abrir la puerta, me encuentro con dos hombres desconocidos, ambos vestidos con uniformes policiales.
—¿Es usted la señora Vittoria Milani? —cuestiona uno de ellos?
—Sí. —susurro, presa del miedo.
—Lamentamos informarles que el señor Dante Milani ha fallecido en un accidente de tránsito. —Revela.
Mi boca se abre, pero ningún sonido sale. Tardo en procesar lo que me ha dicho, mi esposo ha muerto, el padre de mi hija se ha ido, he perdido al amor de mi vida. El dolor es tan grande que me corta la respiración, y en lo único que puedo pensar es que es mi culpa.
Advertencia:
Sean bienvenidos a la historia de Vittoria, una mujer que, como muchas, solo quería tener un hogar estable para ella y su hija.
Aquí tocaremos temas relacionados con el duelo, la culpa, el amor y la superación.
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