La Química de lo Prohibido

Capítulo 2: «H» (Hidrógeno)

Vittoria

Pasado…

—¡Vittoria y Piero! —grita la señora Rossetti—. Venga de inmediato. 

—Oh, no. Mamá nos va a matar. —jadea Piero a mi lado—. En el sentido figurado, por supuesto. 

Pongo los ojos en blanco por la aclaración, es obvio que la señora Rossetti no cometería un homicidio, no importa lo que hagamos, ella nos ama. 

—Vamos antes de que se enoje más. —Agarro a mi mejor amigo del brazo y lo arrastro conmigo hasta el interior de su casa, donde su madre nos espera con las manos en la cintura. 

Vaya que está molesta y no es para menos luego de lo que hicimos. 

—¿Puedo saber qué es eso? —Señala la mancha café en su sofá. 

—Piero y yo queríamos hacer un nuevo detergente que no removiera el color de las prendas, pero no funcionó. —Esa última parte la susurro porque me atemoriza un poco su mirada. 

Sin embargo, no se compara con el miedo que veo en los ojos de mi amigo. Piero suele ser atrevido, pero se pone temeroso cuando se trata de su progenitora, asumo que es el poder de la chancla y el hecho de que su madre es más estricta que la mía. Mamá dice que es porque Piero no tiene una figura paterna, por eso su madre debe más firme para que su hijo la respete. 

—Es obvio que no funcionó, miren nada más cómo lo dejaron. —Apunta nuevamente a la gran mancha. 

—De hecho, funcionó, pero no para lo que queríamos. —Procedo a explicarle como si de mi profesor de química se tratara—. No hicimos un detergente, sino un reactivador de color, tal vez si aplicamos más de la mezcla podríamos emparejar el color y… —Me callo cuando me fulmina con la mirada. 

Ya comprendo un poco a Piero, sí que da miedo. 

—Mamá, esto también es mi culpa. —Piero cubre mi cuerpo con el suyo más grande a manera de protección—. Dejé caer un poco de jugo cuando veía televisión, Vittoria solo quería ayudarme. 

—Ya he escuchado suficiente, ustedes dos me van a sacar loca. Tendremos que hacerles un laboratorio en uno de los garajes antes de que incendien la casa o destruyan todo el barrio. Muchachitos locos… —Se aleja hasta la cocina mientras sigue hablando. 

Piero y yo nos quedamos callados unos segundos antes de salir de la casa y dejarnos caer en su jardín. Volteamos a mirarnos y nos reímos a carcajadas de lo que acaba de pasar. 

—Nos libramos de una buena, gracias, Vitto. —Me dice, nuestros ojos aún fijos en el otro. 

—De nada, Pie. —Uso el apodo que odia. 

—Vittoria, no uses ese apodo conmigo, jovencita. —Imita la voz de mi madre. 

—Entonces no me llames Vitto. 

—Trato. —Nuestras manos se juntan para sellar la promesa. 

Nos dejamos caer en el césped, el silencio que nos rodea es cómodo y me permite recordar la primera vez que lo vi. Piero se mudó a la casa de al lado hace dos años, al principio estaba molesta porque escuchaba fuertes ruidos desde mi habitación; un día me cansé y fui a retarlo por ser tan molesto, pero vi lo que estaba haciendo y la curiosidad pudo más. 

Él me enseñó a amar la ciencia y los experimentos. Llevamos dos años de amistad, lo que a mis quince años se siente como todo una hazaña. Asumo que para Piero a sus dieciséis debe ser igual, aunque mamá dice que la mente de los hombres no es como la nuestra. 

De igual manera, conocer a Piero Rossetti es una de las mejores cosas que me ha pasado. 

—¿Juras que nuestra amistad durará para siempre? —Le pregunto, mi voz llena de timidez. 

—De aquí hasta que podamos viajar en el tiempo. —Responde. 

—¡Oye! —Me quejo—. ¿Y si eso es dentro de dos años? —Me cruzo de brazos para mostrar mi frustración. 

—Entonces dejaré de ser tu amigo. —contesta como si nada. 

Hago un puchero, mis ojos se llenan de lágrimas y de inmediato se alarma. 

—Miento, no dejaré de ser tu mejor amigo nunca. Seremos mejores amigos de aquí hasta la luna y de regreso, hasta que se acabe el tiempo. 

—Bien. —Me limpio las lágrimas que derramé. 

—Agh, como odio cuando haces eso. 

—No, me amas. —Le digo como toda una diva. 

—Lo hago, Vittoria, te amo. 

Mi corazón se agita ante sus palabras y cosas extrañas se asientan en mi estómago, tal vez tenga hambre. 

—Yo también te amo. —respondo porque se siente correcto. 

Nos acostamos de nuevo en la hierba, comenzamos a hablar sobre el cielo y las formas de las nubes, poco a poco nuestras manos se acercan hasta que él agarra la mía. Tomarnos de las manos se siente correcto y por extraño que parezca, encajan a la perfección. 

 

(***)

 

Estoy molesta, últimamente es la emoción que más rodea mi vida. Y a mis dieciocho años no creo que sea solo por las hormonas, es algo más, tal vez relacionado con la molesta risa de Ada. Es tan ruidosa, llamativa y cabeza hueca. También es la nueva novia de Piero. 




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