La Química de lo Prohibido

Capítulo 3: «He» (Helio)

Vittoria

La casa, una vez llena de risas y la calidez de Dante, ahora parece envuelta en un silencio sombrío. Mientras entramos, Piero intenta iniciar una conversación con Cara, pero la pequeña simplemente baja la cabeza y se aleja, dejando su pregunta flotando en el aire sin respuesta.

—¿Qué le pasa a Cara? —pregunta Piero, sus ojos reflejando la preocupación. 

No tiene idea de la tormenta emocional que ha sacudido nuestra vida desde la muerte de Dante.

—No ha hablado desde que… desde que su papá se fue —respondo con la voz entrecortada, luchando por contener la tristeza que amenaza con desbordarse. 

Piero asiente comprensivo, pero la sombra de la preocupación no abandona su rostro.

Cara se desliza silenciosamente por el pasillo y desaparece en su habitación. Observo su retirada con una sensación de impotencia. Mi niña, tan fuerte y llena de vida antes, ahora se ve envuelta en un mutismo doloroso. No sé cómo ayudarla a lidiar con la pérdida de su padre.

—Deberíamos darle tiempo —sugiere Piero, pero no puedo evitar sentir que el tiempo no es suficiente para curar las heridas que se han abierto en el corazón de mi hija.

—Sí, tiempo. Pero también necesitará ayuda profesional. Dante era nuestro mundo, y ahora… ahora ese mundo se ha derrumbado.

Piero asiente en silencio, comprendiendo la magnitud de la situación. Nos encontramos en la sala de estar, no obstante, la ausencia de Dante se hace sentir de manera abrumadora. La realidad de su muerte se cierne sobre nosotros, y siento que las palabras se atascan en mi garganta.

—¿Cómo pudiste desaparecer durante tanto tiempo, Piero? —Mi voz suena más ronca de lo que pretendía—. Dante necesitaba a su mejor amigo, yo necesitaba a mi mejor amigo y tú estabas… ¿Dónde estabas?

Piero baja la mirada, incapaz de sostener mi mirada. El peso de la culpabilidad se refleja en sus ojos, pero eso no alivia la furia y el dolor que siento. Mientras Cara se encierra en su silencioso mundo de dolor, yo enfrento a aquel que debería haber estado aquí mucho antes de este momento oscuro.

—Después de la universidad en Londres, me ofrecieron un trabajo en una multinacional de productos cosméticos. Fue un sueño hecho realidad para mí, Vittoria —explica Piero, sus palabras resonando en la habitación, pero mi corazón late con una furia que no puedo contener.

Me esfuerzo por mantener la compostura, pero la idea de que Piero asumiera que éramos envidiosos o malos amigos nos hiere profundamente. ¿Cómo pudo pensar que no íbamos a apoyarlo en sus sueños? Dante y yo siempre celebramos sus éxitos, compartimos sus alegrías y lo extrañamos cuando se fue.

—No puedes culparnos por tu decisión de irte, Piero. Éramos tus amigos, y siempre deberías haber sabido que te apoyaríamos en tus sueños —Le respondo, tratando de contener la furia que amenaza con escaparse.

Piero asiente, pero puedo ver en sus ojos que entiende la magnitud de su error. El silencio se apodera de la sala por un momento, solo roto por el eco de nuestras palabras y la pesadez del arrepentimiento.

—No es que no te quisiéramos ver triunfar, Piero. Aun así, mientras lidiábamos con nuestras vidas, también necesitábamos a nuestro amigo aquí. Yo necesitaba a mi mejor amigo durante uno de los momentos más cruciales de mi vida, y tú no estabas aquí. —Le recrimino—. No viniste ni para el nacimiento de Cara.

La ironía de la situación pesa en el aire. Mientras Piero triunfaba en su carrera, nosotros enfrentábamos desafíos que ni siquiera podíamos imaginar. Ahora, luego de la muerte de Dante, las grietas en nuestra amistad son más evidentes que nunca. 

La química que alguna vez compartimos parece haberse evaporado, dejando solo el rastro amargo de lo que una vez fue.

—He regresado para quedarme, Vitto. —musita. 

La sorpresa se refleja en mis ojos cuando Piero pronuncia las palabras que nunca imaginé escuchar: «He regresado, esta vez para quedarme». La noticia es tan abrumadora que apenas puedo procesarla completamente. Mientras la mirada de Piero busca la mía en espera de una respuesta, mi mente da vueltas tratando de comprender la magnitud de sus palabras.

—Tengo mi propia empresa ahora, y está expandiéndose por Europa —explica, y sus palabras resuenan en mi cabeza como un eco distante—. Estoy planeando hacer de Italia, especialmente Roma, la sede más grande, quiero que inviertas y seas mi socia.

Su oferta de socia me toma por sorpresa. No puedo evitar sentir una mezcla de emociones: incredulidad, desconfianza y, tal vez, una chispa de esperanza. Mi mente se llena de preguntas mientras intento procesar la noticia. ¿Por qué regresa ahora? ¿Por qué después de tanto tiempo?

—Necesito de ti, Vittoria —agrega, su mirada intensa fija en la mía—. Podríamos hacer cosas increíbles juntos. Puedo verlo, sé que puedes verlo también.

Me encuentro dividida entre la incredulidad y la posibilidad de un nuevo comienzo. Su regreso plantea preguntas sobre el pasado, pero la propuesta de socia trae consigo la promesa de un futuro diferente. ¿Podría realmente confiar en que, esta vez, Piero estaría allí cuando lo necesitara? 

—¿Por qué ahora, Piero? —pregunto finalmente, mi voz temblando ligeramente—.  Después de tanto tiempo, ¿por qué decides volver y ofrecerme esto?




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