La Química de lo Prohibido

Capítulo 5: «Be» (Berilio)

Vittoria

Miro fijamente la tarjeta que me dio Piero como si fuera a darme una respuesta a todos mis problemas. Quisiera llorar, pero las lágrimas no solucionarán nada; en todo caso, solo me harán sentir más miserable de lo que ya estoy. 

¿Cómo es que de un día para otro toda mi vida se puso de cabeza? Sin mi esposo, sin trabajo, sin dinero y sin casa. Quisiera ponerme de orgullosa y decir que puedo hacerlo por mi cuenta, pero estaría mintiendo. No puedo poner a Cara en riesgo, no puedo hacerle más daño. 

Así que agarro mi celular y hago la llamada, cada todo acelera mi corazón hasta el punto en el que siento que se me va a salir del pecho. Finalmente, responde con esa voz gruesa que siempre me gustó. 

—Vittoria. —musita, asumo que impresionado por mi llamada. 

—Piero. —contesto en el mismo tono—. ¿Podemos vernos mañana?, debo hablar contigo. 

Voy directo al grano antes de que pueda arrepentirme de lo que estoy haciendo. 

—Seguro, ¿dónde? 

—En el parque que queda a una cuadra de mi casa. 

Cara puede distraerse jugando mientras nosotros hablamos. 

—Hasta mañana, Vittoria. 

—Nos vemos mañana, Piero. —Cuelgo. 

Me dejo caer con brusquedad en la cama, por suerte mi cabeza cae sobre las almohadas. Un suspiro sale de mi boca mientras abrazo la almohada que le pertenecía a Dante, puede que esté siendo tonta por todavía amarlo, incluso sabiendo que nos dejó a mí y a Cara desamparada; sin embargo, la parte irracional dentro de mí no puede evitar sentir lo que siento. 

Es tan confuso y desesperante tener que luchar contra tu mente cuando tu corazón ama tan fuerte como el mío, aun así, mi amor por mi hija es más fuerte y es por ella que debo superarme y superarlo. Y si para salir adelante debo aceptar a Piero de regreso en mi vida, pues que así sea. 

Solo espero no arrepentirme de mi decisión. 

 

(***)

 

La noche anterior apenas y pude conciliar el sueño, demasiado ansiosa como para que mi mente se acallara. No paraba de reproducir los recuerdos de mi infancia con Piero y todas las cosas que compartimos antes de separarnos. 

La nostalgia puede ser tan molesta a veces. 

—Mami, ¿iremos al parque? —inquiere mi pequeña detrás de mí. 

—Sí, agarra los juguetes que quieres llevar. —Le indico, pero no espero respuesta porque corre de regreso a su habitación. 

Termino de aplicarme el corrector en los ojos para esconder las ojeras y no verme tan demacrada, aplico base, un poco de sombras en los ojos y voilà, no me veo tan mal. Miro el conjunto que elegí, un pantalón de tela cómoda en color café, una blusa beige y zapatos planos. Me veo profesional, y también como la madre de una niña de tres años. 

—¡Ya estoy lista! —grita Cara desde la sala. 

—¡Voy! —Le regreso. 

Elijo un bolso grande para guardar ropa extra y cosas necesarias para Cara, mi cartera y las llaves y luego bajo hasta el primer piso donde la pequeña me espera ansiosa en la puerta. Los ajustes que hemos hecho desde ayer que tuvimos la consulta con la psicóloga han sido de ayuda para que ella regrese a su actitud, no obstante, tiene momentos en los que se retrae, aunque confío en que desaparecerán con el tiempo. 

—Andando, preciosa Cara. 

Salimos de casa y juntas caminamos hasta el parque, Cara brinca a mi lado, contenta por salir y yo me río de su inocencia. Extraño aquellos tiempos en lo que lo único que me importaba era hacer experimentos. 

Cuando arribamos, veo a Piero sentado en una de las bancas con la vista en los juegos. Está tan centrado en los niños que no se percata de que es el centro de atención de las madres, algunas se ríen más alto y sacuden su cabello con clara señal de coqueteo, pero el hombre ni se inmuta.

—Mamá, ¿ese es el hombre que estaba en el cementerio y que luego nos llevó a casa? —Me pregunta mientras señala a Piero. 

—Sí, cariño. Es un amigo mío y de papá. —Le explico—. Ve a jugar en lo que hablo con él. 

—¿Estarás bien? —inquiere, sus ojos mostrando preocupación. 

—Por supuesto que sí, ¿por qué no lo estaría? —Me extraña un poco su pregunta. 

—Es amigo de papá. —Se encoge de hombros como si eso explicara todo. 

Y lo hace, teme que Piero sea igual que Dante, debo tragarme el nudo que se me forma en la garganta y sonreír como si nada pasara. 

—Es un buen hombre, cariño. Te lo prometo. —Solo espero que Piero no me haga romper la promesa que le he hecho a mi hija. 

—Está bien. —Se aleja con reticencia. 

Camino hasta Piero y me siento a su lado, se gira cuando siente mi presencia y me sonríe. 

—Es bueno verlas de nuevo, Vittoria. 

—Hola, Piero. —Es único que se me ocurre decir. 

—¿Cómo están? —Se acomoda para darme toda su atención, detrás de él veo cómo las mujeres cuchichean, así que me alejo un poco para no dar la impresión equivocada. 




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