La Química de lo Prohibido

Capítulo 6: «C» (Carbono)

Vittoria 

Sí, podría ir peor. Quisiera que Cara no temiera de Piero así podría dejarla con él y encargarme de la situación, sin embargo, la pequeña no se separa de mí y como no quiero someterla a más situaciones tensas, me quedo atrás mientras permito que Piero se encargue de la situación. 

Me paseo de un lado al otro con mi hija en brazos, veo que gesticulan, pero no escucho con claridad lo que dicen. Piero menea la cabeza, molesto por algo, el hombre del banco niega y mi amigo suspira derrotado, luego se vuelve hacia mí y me preparo para lo peor. 

—¿Qué? —Lo abordo tan pronto como me alcanza. 

—No puedes llevarte nada que no sea la ropa, lo demás se toma como parte del pago. 

—Pero… —Quiero refutar, mas me contengo por mi hija—. ¿Puedo llevarme las fotos? 

—Sí, eso no lo consideran de valor. 

Aun así, para mí son más valiosas que los muebles o las joyas. Muevo la cabeza de mi hija para que me mire directo a los ojos. 

—Necesito que te quedes con el amigo de mamá por unos momentos. —Comienza a negar, pero continuo—: Mamá confía en él, tú puedes hacer lo mismo. Debo recoger algunas cosas para nosotras. 

—¿Ya no viviremos aquí? —Me pregunta finalmente comprendiendo un poco lo que pasa. 

—No, nos iremos a otra casa. 

—Está bien. —Acepta de buena gana—. También me quedaré con el hombre grande. 

Bajo a Cara al piso y Piero se acerca a ella para darle la mano, mi hija toma con timidez su dedo meñique. Eso es suficiente para mí; así que camino hasta el que fue mi hogar por casi diez años, y que por una mala jugada del destino, se convertirá en la casa de alguien más. 

Subo hasta las habitaciones, comienzo empacando la ropa de Cara, echo las fotografías y sus juguetes. Una vez termino, voy hasta mi habitación y hago lo mismo, el sujeto del banco me observa mientras hago esto, supongo que quiere asegurarse de que no me lleve cosas de valor. 

También empaco la ropa de Dante, no porque quiera llevarla conmigo, sino porque puedo donarla en algún centro para personas que puedan darle utilidad. Cuando finalizo, detallo mi vida empacada en cuatro maletas. 

—Estoy lista. —Le digo al hombre. 

—Perfecto, firme aquí. —Me entrega un papel y plasmo mi nombre de mala gana—. Fue un placer hacer negocios con usted. 

—Sí, claro. —manifiesto con ironía. 

Entre él y el oficial de policía me ayudan a sacar las maletas de la casa, cuando llego al patio veo un auto que no estaba antes y a Piero hablando con el conductor, me extraño, no obstante, este me hace seña para que me acerque. 

—Este es Max, un amigo. —Me presenta al hombre—. Llevará tus cosas a la casa. 

—Oh, muchas gracias. —Ni siquiera había pensado en eso. 

Entre Piero y Max suben los equipajes, Cara y yo solo los observamos y aprovecho el momento para hablar con ella. 

—Tú y yo vamos a ir a vivir a una casa que queda detrás de la de Piero, tendremos nuestro propio espacio. Es un lugar muy bonito. —Esto último no lo sé, mas espero que sea así. 

—¿Por qué no nos dejan quedarnos aquí? —inquiere. 

—Porque esta será la casa de otra familia. Además, podremos empezar de nuevo, conocer otras personas y hacer otros amigos. —Es lo que necesitamos, y más teniendo en cuenta lo que pasó hace un rato. 

—De acuerdo, mamá. 

—Eres la mejor niña del mundo. —Dejo un beso en su mejilla y me levanto. 

—¿Vamos? —indaga Piero—. Tengo el auto listo. 

—Vamos. 

Cuando dijo que tenía el auto listo, no me imaginaba que se refería a que tenía la silla de Cara en el asiento trasero, parece que no ha dejado de estar cinco pasos delante de mí. Sigue sorprendiéndome. 

Acomodo a mi hija en su silla y me siento a su lado porque lo que menos deseo es dejarla sola, Piero conduce con calma, el trayecto dura cerca de una hora y entre más nos alejamos, más siento que esta es una buena oportunidad para nosotras. Debo creerlo si quiero que funcione. 

—Mami, hay muchos árboles. —comenta mi hija emocionada por la naturaleza. 

—En casa hay un montón, mi mamá tiene un jardín hermoso. —Agrega Piero. 

—¿Sí? —Cara suena genuinamente ilusionada. 

—Sí, estoy seguro de que ella estará feliz de mostrártelo. 

—Genial. —La sonrisa en su pequeño rostro es gigante. 

Veo a Piero desde el espejo retrovisor y gesticulo un gracias a lo que él asiente en respuesta. A los minutos, ingresamos en lo que parece un suburbio lujoso, en la entrada hay seguridad, Piero se identifica con los guardias y estos abren las puertas para permitirnos el ingreso. Tanto mi hija como yo miramos a los lados, impresionadas por las casas grandes y a simple vista, lujosas. 

A Piero le va bien, eso es evidente. 

—Llegamos. —anuncia cuando se detiene al final de la extensa cuadra. 




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