La Química de lo Prohibido

Capítulo 7: «N» (Nitrógeno)

Piero

Besar a Vittoria fue una mala idea, la peor que he tenido en mucho tiempo. Poner tu boca sobre la de tu mejor amiga es prohibido, y el hecho de que haya tenido novia en ese momento lo hizo peor. Y digo en ese momento porque tuve que terminar con ella, sabía que no sería posible verla a la cara sin sentir culpa por haberla traicionado. 

—¡Eres un idiota! —Me grita Ada para luego darme una cachetada. 

Se marcha antes de que pueda detenerla, suspiro y me llevo la mano a la mejilla para aliviar el dolor. En un día todo se ha ido a la basura. 

—Eso debió doler. —habla una voz conocida detrás de mí—. Tu primera novia te ha dejado, eso te hace un hombre. 

—Ella no me dejó, Dante, terminé con ella. —respondo. 

Me dejo caer en la banca y mi mejor amigo se sienta a mi lado mientras me observa con consternación. 

—¿Por qué rayos harías algo así? Ada es caliente, inteligente y sociable. —Cuando dice caliente, mueve sus manos para hacer referencias a sus curvas. 

—Simplemente no funcionaba. —Le digo sin dar muchos detalles. 

Lo que pasó entre Vittoria y yo es algo que debe quedar entre los dos, no quiero que él lo sepa ni siquiera porque es mi mejor amigo. Recuerdo el día en que conocí a Dante como si fuera ayer. Éramos solo unos niños, jugando al fútbol en el parque del vecindario. 

Yo, el niño callado y reservado que prefería observar desde la distancia, y él, el torbellino de energía que irradiaba alegría y confianza en sí mismo.

Un grupo de niños malvados se burlaba de mí, aprovechándose de mi naturaleza tranquila y reservada. Sentí el peso abrumador de la soledad en mis hombros, hasta que Dante apareció como un rayo de luz en la oscuridad.

Desde ese momento, supe que había encontrado un amigo para toda la vida en Dante. Aunque éramos polos opuestos en muchos aspectos, nuestra amistad floreció y se fortaleció con el tiempo. Él, el extrovertido y sociable que hablaba hasta por los codos, y yo, el introvertido que prefería la calma y la reflexión.

La gente siempre nos veía como una pareja extraña, incapaz de entender cómo dos personas tan diferentes podían estar tan cerca. Pero para nosotros, nuestra amistad era una fuerza que desafiaba todas las expectativas. Dante era el hermano que nunca tuve, el compañero de aventuras que siempre había anhelado.

A lo largo de los años, compartimos risas y lágrimas, triunfos y derrotas. Juntos, enfrentamos los desafíos que la vida nos presentaba, apoyándonos mutuamente en cada paso del camino. Sin embargo, lo que dice a continuación marcó el punto de no retorno de nuestra amista. 

—Voy a invitar a Vittoria a salir, ¿crees que diga que sí? —cuestiona. 

Me quedo callado por lo que parece mucho tiempo, quiero decirle que no lo haga, que yo amo a Vittoria y que me estoy armando de valor para invitarla a salir; aun así, fuerzo una sonrisa y respondo lo contrario: 

—No veo por qué no. ¿Desde cuándo te gusta Vittoria? —inquiero como el masoquista que soy. 

—Desde que le salieron curvas, esa chica sí que está caliente. —Silba como un camionero. 

—Oye, más respeto. —Lo empujo, aunque él se lo toma a modo de broma. 

—Vittoria ya no es una niña, estoy seguro de que ya sale con hombres, yo soy un hombre.
Supéralo, amigo. La invitaré a salir, ella dirá que sí y seremos felices. Ella merece un hombre como yo, no un debilucho que no sabe lo que quiere o hace. 

Aunque el comentario no está dirijo hacia mí con exactitud, me cae perfecto. Mi mejor amiga es una mujer extraordinaria que merece un hombre en todo el sentido de la palabra, uno que sea seguro de sí mismo y que pueda brindarle lo que ella necesita. Es obvio que ese tipo no soy yo. 

—Si ella dice que sí, serás un hombre afortunado. —Acoto. 

—Ella me dirá que sí, porque mi mejor amigo, que casualmente es también el mejor amigo de ella, me dirá las cosas que le gustan. —No me pasa desapercibido el tono sugestivo. 

—Está bien. —Acepto de mala gana. 

Después del mal rato que le hice pasar, es lo menos que se merece. Aunque mi corazón latía con fuerza por ella, no pude resistirme a su pedido. Después de todo, ¿qué amigo no haría todo lo posible por el amor de su vida?

Pasamos horas planeando estrategias, ideando formas de impresionarla y ganar su corazón. Yo sonreía y asentía, mientras por dentro, sentía que mi corazón se rompía en mil pedazos. Ver a mis mejores amigos juntos era una tortura silenciosa, una oscuridad que amenazaba con consumirme por completo.

Cada risa compartida, cada gesto de cariño entre ellos, era como un puñal en mi corazón. A veces, me preguntaba si mi sufrimiento era evidente para ellos, si podían ver a través de la máscara de alegría que intentaba mantener en mi rostro.

Pero en medio de mi dolor, encontré un rayo de esperanza en la amistad que compartíamos los tres. No podía permitir que mis sentimientos egoístas pusieran en peligro nuestra relación. Así que sonreí, ocultando el tormento que acechaba en lo más profundo de mi alma.

Y mientras ellos brillaban juntos en la luz del amor, yo permanecía en las sombras, observando desde lejos, deseando desesperadamente ser el que tuviera a Vittoria entre mis brazos. Pero a pesar del dolor que me consumía, nunca dejé que mi amor no correspondido oscureciera la amistad que compartíamos.




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