Vittoria
Estoy tan avergonzada por haberme derrumbado de esa manera y para colmo delante de Piero. Sin embargo, cuando me recuperé, experimenté una sensación de ligereza, como si me hubiera deshecho de toda la carga que tenía sobre mis hombros. Estoy consciente de que aún tengo mucho por superar y cosas con las cuales tratar, no obstante, no todo está perdido.
Al menos no como antes.
—Me gusta la señora Francesca, es amable y prometió enseñarme el jardín. —comenta Cara con emoción.
—Francesca es una mujer muy amable, le pediré que me enseñe a hacer el pastel de fresa que te gustó. —Cara ama las fresas tanto como yo—. Estoy segura de que amará enseñarnos a prepararlo.
—¡Sí! —grita contenta, corriendo por la sala.
La casa es de un piso, pero no es pequeña como tal. Tiene dos habitaciones, una con baño incluido y otro social. Sala, comedor y un patio que conecta con el de la casa principal. La estructura es de ladrillos y cemento, las paredes están pintadas de blanco haciendo que se vea mucho más amplia e iluminada.
Por lo pronto, solo he desempacado la ropa de Cara y la he guardado en el closet de la que será su habitación. La llevo al baño para que tome una ducha, le pongo su pijama y le cuento una historia hasta que se queda dormida, luego salgo de la habitación y suspiro antes de ingresar a la mía.
Abro las maletas y busco la ropa que utilizaré mañana, está arrugada y sin una plancha me veo en la necesidad de salir a pedirle una a mi vecino. Por suerte empaqué el monitor de bebé sin que se dieran cuenta, así que dejo uno en la habitación de mi hija y me llevo el otro para poder escuchar si se despierta, no quiero que se asuste si no me escucha cerca.
Al llegar a la puerta trasera, toco y no pasa mucho antes de que oiga los pasos pesados de Piero acercándose.
—Lamento molestarte, ¿puedo usar tu plancha? —Le digo tan pronto como abre la puerta.
Y que bueno que lo hago antes de detallar su vestimenta porque es probable que me hubiera quedado sin palabras. Tiene unos pantalones de chándal negro y una camisera blanca que se ajusta a su torso musculoso.
—No molestas, ven conmigo. —Me invita a pasar y me guía hasta su cuarto de lavado—. Mañana al salir del trabajo podemos conseguir algunas cosas para ti.
—No es necesa… —Me lanza una mirada que lo dice todo—. Está bien, señor mandón.
—Así me gusta.
El ambiente entre ambos es mucho más relajado, me he permitido confiar en él de nuevo. Tal vez un movimiento arriesgado de mi parte, pero quiero creer que es lo correcto.
En este cuarto de lavado todo es lujoso, me toma unos segundos entender cómo funciona la plancha, pero cuando lo hago, procedo a pasarla con mi ropa tan rápido y pulcro como puedo. Todo eso teniendo en cuenta que los ojos de Piero están sobre mí, ¿por qué me pongo nerviosa con él?
—Algo me dice que no sabes usar nada de esto. —Rompo el silencio con una broma.
—Me temo que te equivocas, estimada Vittoria. —Se acerca hasta que se apoya en la pared y quedamos de frente—. Sé lavar, planchar, aspirar y limpiar. La cocina es mi único defecto.
—Es usted un hombre modesto, señor Rossetti.
—Reconocer lo que vales es bueno para el ego. —manifiesta.
Aunque sus palabras tienen un toque ligero, caen pesadas en mi estómago. ¿Cuándo fue la última vez que alimenté mi ego? Ni siquiera puedo recordarlo, lo cual es patético. Me cuesta un poco creer que me haya descuidado tanto.
—¿Todo bien? —inquiere preocupado.
—Todo excelente. —Pongo una sonrisa para no preocuparlo—. He terminado, muchas gracias por dejarme usarla.
—Siempre que lo necesites.
Me acompaña hasta la puerta trasera y antes de irme me detiene con su mano en mi brazo.
—No dudes en pedirme cualquier cosa, estoy aquí para ustedes. —Me recuerda.
—¿Qué tan bueno eres con el taladro? —cuestiono—. Quiero colgar unos cuadros de Cara.
—Soy bueno con las manos.
Mi mente se va lejos e incluso me sonrojo un poco.
—¡Hasta mañana! —Huyo de él antes de que pueda ver mi expresión.
«¿Qué rayos está mal conmigo?», me regaño cuando entro a mi nueva casa con el corazón latiendo desbocado. Mi esposo acaba de morir, mi vida es un desastre, centrarme en mi hija es lo mejor que puedo hacer.
Es lo único que debía hacer.
A la mañana siguiente, estoy demasiado nerviosa, por lo que me depara el día. Será la primera vez que trabaje en mucho tiempo y temo no dar la talla. Sin embargo, no dejaré que eso me impida dar lo mejor de mí, no puedo dudar de mis capacidades porque entonces fallaré incluso antes de intentarlo.
—Te quedarás con la señora Rossetti, ella cuidará de ti hasta que regrese del trabajo. —Le digo a Cara que está terminando de desayunar.
—Está bien, mami. —responde con la boca llena.
Reviso de nuevo su maleta para asegurarme de que tiene una muda de ropa extra en caso de que se ensucie, también lleva pañitos para la cara y sus juguetes favoritos. Pasaré a dejarla antes de que Piero y yo nos marchemos.