La Química de lo Prohibido

Capítulo 10: «Ne» (Neón)

Vittoria 

Cuando Francesca y yo regresamos a la sala con los platos de la cena, noto que el ambiente está cargado de tensión. Cara está siendo abrazada por Piero cuya expresión es de molestia, aunque no parece dirigida a mi hija. 

¿Qué ha pasado? Sus ojos chocan con los míos, no dice nada, pero la promesa de conversar más tarde están en ellos. Asiento para hacerle saber que he entendido. 

—Oh, yo también quiero un abrazo. —expresa Francesca a lo que mi hija se levanta y la abraza—. Eres la mejor, la niña más hermosa y amorosa del mundo. —La halaga. 

Puede que no lo sepa, pero esas adulaciones harán que la autoestima de mi hija se eleve, que su espíritu dañado sane, que se dé cuenta de cuan hermosa es. 

—Vamos a comer. —Les digo a todos. 

Nos sentamos en la mesa y degustamos las preparaciones, Cara come sin poner queja alguna, todos lo hacemos en silencio, pero no me pasa desapercibida las miradas que Piero me lanza cada pocos segundos. Finalmente, terminamos de comer y me dispongo a levantar los platos para lavarlos, sin embargo, la señora Rossetti me lo impide. 

—La niña se está cayendo de sueño, vayan a casa, yo me encargo. 

—Puedo hacerlo muy rápido, usted nos dio la cena, lo menos que puedo hacer es dejarle los platos limpios. —Alego. 

—Nada de eso, la niña es más importante que una loza sin lavar. Vayan, ahora. —demanda. 

—Será mejor hacerle caso, Vitto. —interviene Piero. 

—Está bien. 

Me muevo con la intención de cargar a mi hija, mas Piero se adelanta y la pequeña va de buena gana. Parece que ambos están comenzando a crear un vínculo, lo que es una buena señal por parte de mi hija. 

En silencio, caminamos hasta llegar a la casa, Piero acomoda a Cara en su cama y sale de la habitación para dejarme el resto a mí. Luego de haberme encargado de cambiar su ropa por una pijama, salgo de la habitación hasta la sala donde mi amigo me espera. 

—¿Qué está mal? —Me atrevo a preguntar. 

Toca el asiento libre a su lado para que me siente y lo hago, permanecemos en silencio unos minutos antes de que él se vire en mi dirección y hable. 

—¿Cómo fue tu relación con Dante? —inquiere. 

Su pregunta me toma por sorpresa, puesto que esperaba cualquier cosa menos eso. Me remuevo incómoda bajo su escrutinio, no sé qué decirle. 

—Piero, no creo que debamos hablar de ello… 

—Yo creo que sí deberíamos hacerlo. —Me interrumpe—. He visto las señales, Vittoria. Lo he notado en ti y en Cara y quiero estar equivocado porque si es lo que pienso, no sé si podré mantener la cordura. 

—Piero…

—Habla, Vittoria. Dime todo lo que pasó. 

Retuerzo mis manos para aliviar la ansiedad que me produce este tema, no obstante, Piero pone su mano sobre la mía y me insta a hablar. 

—Al principio todo fue bien, era el hombre ideal, se desvivía por hacerme feliz. En nuestro primer año casados, tuvimos problemas para adaptarnos, pero los superamos. O al menos eso creí. —Hago una pausa cuando el nudo en mi garganta me impide hablar—. El segundo año fue más complejo, apenas si nos hablábamos. Él llegaba tarde a casa y apestando a alcohol, no había manera de que yo pudiera impedirle que tomara, no fui una buena esposa. 

—No hagas eso, no te eches la culpa por algo que no tiene nada que ver contigo. 

—Mamá me daba consejos cuando la visitaba, su muerte fue difícil para mí y eso me sumió más en mi propio mundo hasta el punto de descuidar a mi esposo —Continuo, ignorando sus palabras—. Los siguientes años fueron igual hasta que supimos que estaba embarazada, debiste ver su cara, Piero. Él estaba tan feliz. 

Una sonrisa amarga se extiende en mi rostro al recordar esos momentos. 

—¿Qué cambió? —intuye. 

—Nos enteramos de que era una niña. Dante quería que su primogénito fuera un niño, uno con el cual compartir su legado, solía decir. Así que la felicidad inicial se convirtió en amargura, rechazo y malos tratos. Y todo por mi culpa. 

—¿Cómo algo de esto es culpa tuya? —pregunta, su tono más grave de lo normal. 

—Si tan solo le hubiera dado el niño que él quería, tal vez…

—No, no te atrevas de terminar esa oración. ¿Acaso te arrepientes de tener a Cara? 

—¿Qué? ¡Claro que no! —Me altero por su insinuación—. Cara es mi vida, mi todo. 

—Entonces no hay nada de que culparte, Cara es la mejor niña del mundo. Si Dante no pudo ver eso, es su problema, no el tuyo ni el de la niña. ¿Quedó claro? 

—Lo sé, Piero. Mi mente está confusa por los recuerdos, aun así, nunca podría arrepentirme de mi hija, es lo mejor que me ha pasado. De lo que sí me arrepiento es de no haber cuidado mejor de ella, debí alejarla de Dante, apenas tuve la oportunidad, pero me quedé para tratar de salvar mi matrimonio. No quería fracasar, no como mamá. 

»Quería que mi hija creciera en una familia, y por mi deseo egoísta la sometí a una infancia peor que la mía. 




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