La tela del vestido era exquisita, suave al tacto, ligera y abrigadora a un tiempo. Nunca antes había usado una prenda tan extraordinaria. La falda color azul marino tenía una caída preciosa y los bordes dorados parecían estar hechos de oro de verdad. Las delicadas zapatillas no se quedaban atrás, eran femeninas a la vez que envolvían mis pies como si se tratase de algodón.
Eric había dicho la verdad al decir que me había provisto del guardarropas adecuado para una reina. Me veía digna de ocupar un trono.
Por un instante me pregunté si mi atuendo no era excesivo para un almuerzo, pero en realidad, el resto de los vestidos del ropero eran tan elegantes como este; así que tampoco era como que contaba con muchas alternativas.
Dado mi estatus de esposa/prisionera, podía resultar vano que me preocupara mi aspecto, pero necesitaba jugar el papel. No tenía idea de dónde estaba, ni qué era lo que Eric se traía entre manos o por qué me había elegido para ser la reina de este lugar, pero si iba a averiguarlo, necesitaba pretender normalidad. Ignoraba cuántos Invernales había en Frostmore, ni qué tal lejos me encontraba de Dranberg; necesitaba reunir toda la información que fuera posible para usarla a mi favor. Lo mejor era despistar al hombre que se decía mi esposo, hacerle creer que estaba conforme y armar una estrategia de escape a sus espaldas. Estaba en desventaja ante sus poderes, cuyo alcance también desconocía; el único recurso del que podía echar mano era mi ingenio.
Sacudí mis manos con fuerza antes de dirigirme a la salida, como queriendo que los nervios salieran de mí. Esta debía ser la mejor actuación de mi vida: una esposa abnegada, dispuesta a ser la reina que Eric buscaba.
Giré la perilla preguntándome cómo era que iba a dar con el comedor. La respuesta la obtuve en la forma de una desgarbada mujer que esperaba por mí al otro lado de la puerta.
—Ya está usted lista —dijo esbozando una sonrisa a la que le faltaban varios dientes—. Mi nombre es Magda, el rey me ordenó ocuparme de todas sus necesidades. Estaré a su servicio día y noche para lo que se le ofrezca —dijo acompañando sus palabras con una reverencia mal hecha—. Venga, la llevo al comedor. El rey la espera.
Varias cosas me quedaron claras de Magda. Número uno, a razón del hedor de su cuerpo, llevaba varios días sin bañarse y tampoco parecía que hubiese cepillado su cabello canoso en semanas. Segundo, era claro que la servidumbre no era algo en lo que se hubiera entrenado, parecía más bien tratarse de una campesina o alguien que solía dedicarse a otra especie de trabajo manual al aire libre. Pero lo más importante y el motivo por el que me alegraba enormemente su presencia: Magda era humana. Cabello negro salpicado de canas, tez rojiza llena de manchas de sol y arrugas en las comisuras de los labios, todos rasgos que la alejaban kilómetros de la nívea perfección de los Invernales y, en ese momento, la aprecié montones.
Magda echó a andar por el pasillo, sin esperar a comprobar si yo iba tras ella. Apuré el paso para seguirla, mis zapatillas resultaron tan cómodas para caminar como lo eran estando quieta. Mientras andábamos, noté una leve cojera que hacía irregular el paso de Magda.
Un enjambre de ideas acosaba mi mente en tanto que cruzábamos los amplios pasillos. Me daba la impresión de que el palacio de Eric recientemente se había sometido a un proceso de renovación. Algunos muebles y ornamentos se veían antiguos, pertenecientes a otra época, mientras que otros eran evidentemente nuevos. Pero en realidad, el mobiliario y el estado general del palacio era de poco interés para mí, yo estaba más intrigada con Magda.
Apreté el paso, preguntándome si ella era alguien en quien podía confiar. Era importante determinar si Magda era una aliada en potencia y si podía proporcionarme información acerca de los Invernales.
De una zancada le di alcance y me incliné sobre ella, dado que era al menos medio palmo más baja que yo.
—¿Estás aquí como prisionera? ¿Te tienen esclava? —pregunté en un susurro.
Magda se detuvo en seco y se giró para dedicarme una mirada de censura.
—¿Esclava yo? ¡Menuda ocurrencia! Yo no soy la esclava de nadie, lo que hago lo hago por voluntad —dijo indignada—. ¿Busca una esclava? ¡No lo seré, ni de usted ni de nadie!
—Oh, no, en absoluto —dije colocando las manos al frente para pedirle que bajara la voz—. Solo deseaba conocer tu situación aquí. Soy nueva y quisiera entender.
—¡Ey! Ninguna esclava, ni mucho menos. Eric pensó que usted, siendo una princesita delicada, iba a necesitar de una doncella y me pidió ocupar el cargo, pero no estoy dispuesta a aceptar humillaciones…
En lugar de sosegarse, el enojo de Magda seguía incrementando.
—Lo comprendo. Lamento si te ofendí.
Magda chasqueó la lengua y retomó la marcha.
—Todavía que Eric quiere que esté cómoda y lo acusa de tener esclavos. ¡Buena esposa se consiguió esta vez! —masculló mientras se alejaba.
La interacción con Magda me dejó más confundida que antes, lo único que me quedó claro era que ella no me serviría para averiguar nada.
Poco después, Magda se detuvo frente un enorme arco e hizo una seña para indicarme que habíamos llegado.
Mi inusual doncella se alejó rengueando antes de que yo pudiera decir cualquier cosa. Quedé sola para entrar al comedor.