Azorada por los deseos que pasaban por mi mente, desvié el rostro y di un paso hacia atrás. ¿Suya? ¡No lo conocía! Tremenda tonta, no me podía perder así sin más ante un hombre apuesto.
—Todo ha sido tan repentino que tengo la sensación de encontrarme soñando —dije con las mejillas encendidas, mortificada de que él pudiera adivinar mis pensamientos.
Eric se mostró irritado con mi renuencia a llamarme suya.
—¿Estarías más conforme habiéndote casado con el asesino de huevos de dragón? Según vi, no lo tragabas.
—¡¿Qué dijiste?! —cuestioné girándome hacia él bruscamente.
—Ah, ¿no sabías que tu prometido fue quien destruyó los huevos de dragón? Así es. Si tienes dudas, pregúntale a Gia, ella fue quien lo vio. Es impresionante lo que uno llega a averiguar cuando se está merodeando sin que nadie lo sepa. No solo pudimos observarte a ti, sino también a tu deplorable novio y su saña contra los dragones por nacer.
Me llevé las manos a la boca, tratando de hacer sentido de las palabras de Eric.
—No puede ser… Mis abuelos tenían razón, los Olivier son traidores —concluí en voz ahogada.
—¿Tienes alguna idea de por qué lo hizo? Sentí curiosidad, pero no hubo ocasión de averiguarlo, mi prioridad eras tú.
—Su familia tiene una vieja rencilla con la mía. Es evidente que aún buscan venganza y solo estaban usando esta boda para acercarse a la corona y hacernos daño.
—¿Por qué tu padre cayó en una trampa de esas? —quiso saber Eric.
—No tenía opción, era una situación desesperada.
Cerré los ojos un momento, parte alegre de haber escapado de Kuno, pero también lamentándome por los problemas que se vivían en casa. Papá ahora no solo estaría lidiando con mi desaparición, sino que, con la boda con Kuno anulada, no iba a ser capaz de reparar los caminos. Me invadió una horrible sensación de impotencia, precisaba volver a casa para dejarles saber que estaba bien y para advertirle a papá acerca de los Olivier.
—Entonces, ¿qué? ¿Habrías preferido ser la esposa de ese rencilloso humano? —me cuestionó cruzándose de brazos.
—Mis dudas respecto a nuestro matrimonio no tienen nada que ver con Kuno —refuté—. Debes admitir que tu forma de obtener mi mano fue engañosa, por decir lo menos.
Eric se encogió de hombros, quitándole hierro al asunto.
—Esa es tu opinión, pero lo hecho, hecho está. Ahora eres mi mujer.
Decidí jugar una carta arriesgada, la única que tenía.
—¿Quieres que deje de fingir y acepte ser tu esposa de verdad? ¿Que sea la reina que deseas? —dije alzando el rostro hacia Eric—. Haz lo que Kuno iba a hacer por mi familia. Si nos estuviste espiando, sabes que mi padre necesita reparar algunos caminos importantes del reino. Ven conmigo a Dranberg y arregla los caminos estropeados.
Eric entornó los ojos, en su boca había el asomo de una sonrisa.
—¿Qué te hace pensar que puedo hacer eso, hermosa mía?
—Eres un Invernal, tienes poderes. Si quisieras, podrías arreglar el problema con un chasquido de dedos.
Eric soltó una risa seca.
—Creo que sobreestimas mis alcances…
—No lo hago. El rey de Encenard es solo parte Invernal y logró encantar todo un bosque. Tú bien puedes hacer esto —dije con firmeza—. Arregla los caminos y nunca tendrás que preocuparte de que no cumpla mi papel. Es mi condición.
Eric me miró unos instantes y luego alzó la vista sobre mi cabeza, fijando su atención en un punto a la distancia.
—Es invierno, podría intentarlo… —masculló para sí mismo antes de volver la vista a mí—-. Bien, acepto. Yo repararé esos caminos y tú dejaras de resistirte a nuestro matrimonio.
Estiré mi mano al frente para estrechar la suya.
—Bien, entonces vamos —propuse, alisando la falda de mi vestido. Mamá y los demás se sorprenderían por el cambio de atuendo, pero eso era lo de menos, estaba lista para partir.
—¿Ahora? —preguntó Eric en tono de que me había escuchado decir un disparate.
—Sí, ahora —repuse con firmeza—. No veo caso en esperar. Mis padres deben estar preocupados y el asunto de los caminos es urgente. Prefiero que todo quede resuelto hoy mismo.
El rostro de Eric se tensó de forma casi imperceptible, sus ojos comunicaban un inconveniente que no se atrevía a expresar con palabras. Llevó la vista a la ventana más próxima y se quedó mirando el cielo durante varios segundos.
—El sol está por caer, tendremos que dejarlo para mañana —musitó meditativo.
—Pero…
—Sin protestas, Nadine. Te daré lo que quieres, pero será mañana. Tienes mi palabra.
Resoplé frustrada, sin entender por qué debíamos esperar.
—Ni creas que lo olvidaré. Mañana a primera hora comenzaré a hostigarte con este tema —le advertí.
Mi amenaza le arrancó una sonrisa juguetona.
—No será necesario, pienso cumplir mi promesa —me aseguró—. Por ahora, sígueme.