La rendición de Drago

Capítulo 7: Drago

—¿Por qué mamá vive mandándoles mujeres a Aiton y a ti y a mí no? Yo no me enojaría si encontrara una mujer guapa en mi sala, menos si estuviera desnuda. —manifiesta Izan.

—Porque cree que somos material de esposos y tú un caso perdido.

Mi hermano menor enarca una ceja y sonríe.

—Acuéstense con esas mujeres y déjenlas. Eso hice yo con las dos que me envió.

—Por eso mamá no te envía ninguna.

Se encoge de hombros.

—Ustedes son demasiado correctos. ¿En serio crees que mamá dejará el papel de casamentera?

—Lo dejará o perderá contacto conmigo. Hablo en serio. Ya estoy cansado de encontrarme con mujeres que no me interesan. Aiton también lo está.

Izan asiente y se coloca la gorra. El mecánico lo llama y se pone a hablar con él acerca de su amada motocicleta.

En lo personal prefiero los vehículos, pero me ofrecí a traerlo en vista que no puede conducir y odia andar en taxi, también yo, pues la espera es eterna.

Dejo que hablen sobre las piezas que habría que arreglar y aviso que esperaré afuera.

Como me sucede mientras me quedo solo, mi cabeza va directo a Silver y su hijo concebido por inseminación artificial.

Nunca antes había conocido a una mujer que pasara por eso y me parece interesante, algo inhumano, pero interesante.

Entiendo que quisiera un hijo siendo, dentro de todo, joven, y no debió ser fácil enterarse que su novio de años no quería dárselo. Aunque ella debió saberlo desde el principio y dejarlo mucho antes para intentar conseguirse un hombre que quisiera hijos y la ayudara a criarlo.

Ya casi escucho la voz de mi madre diciendo que no debo opinar sobre la vida y decisiones de otras personas.

Silver dejó claro que me aparte de ella o renunciara y no puedo perderla como diseñadora. Es buena en su trabajo y la necesito, aunque la deseo, por lo que decidí no mantener contacto con ella salvo el estrictamente necesario. Una vez que el trabajo esté hecho, todo puede ser diferente. No me molesta esperar, soy un hombre paciente y más cuando siento que la mujer vale la pena.

Miro la librería al lado del taller y entro sin molestarme en avisarle a mi hermano. Si me necesita, me llamara o imaginara que estoy dentro de la librería, pues amo los libros.

Paseo por el lugar mirando sin prestar mucha atención, me estanco en la sección infantil y giro en busca de la sección de Thrillers.

Bajo la mirada y me detengo al reconocer al pequeño sentado en el piso viendo un libro infantil.

Es el pequeño de la playa.

—Liam. —exclamo.

Él alza la mirada, me mira con el ceño fruncido y sonríe.

—Sendor de paya.

Creo que quiso decirme señor, si no me equivoco.

—Me llamo Drago—me agacho a su altura—. ¿Estás con tu niñera?

—No, con mi mami. Me gusta tu nome.

—Gracias. ¿Te gusta el libro?

Baja la vista al libro que tiene en la mano.

—Me gustan los pidatas—me señala el libro—. No sé leer. ¿Tú sí?

Sonrío.

—Claro. Me gustan los piratas también, tenía un barco de juguete. No conozco el libro, pero se lee interesante. Puede que tu mami te lo lea hasta que aprendas.

Él abre los ojos.

—Yo tamben teno uno. Mi cama es un baco.  

—Liam.

—¡Aquí, mami!

Levanto la cabeza al mismo tiempo que una guapa mujer de cabello castaño aparece, una que conozco demasiado bien.

Así que el destino me llevado hasta el hijo que concibió por inseminación y del que no quería hablar. Vaya casualidad. 

Ella se detiene frente a nosotros y nos observa como si hubiera visto un fantasma.

—Mundo pequeño, coincidimos en otro lugar—me incorporo sin apartar la mirada. Ella se ha puesto pálida—. Oye, ¿estás bien? —me arrimo—. ¿Te sientes mal?

—¿Qué pasa, mami? —exclama el pequeño acercándose a su madre.

Ella logra reaccionar, mas al dar un paso noto que pierde el equilibrio y la agarro justo antes de que caiga.

—Tranquila, te tengo. —expreso.

Liam se para a su lado, está asustado y trato de tranquilizarlo con una sonrisa. Él no me mira, tiene la atención en su madre desmayada.

Le pido a la vendedora que me traiga una silla y un poco de alcohol.

El pequeño Liam empuja una silla y sostiene el cabello de su madre ayudándome a sentarla en la silla. Mi corazón da un salto al ver ayudando a su madre, solo no me gusta ver su cara de preocupado.

—Mami. —la llama.

—Oye—apoyo la mano en su hombro—, ella está bien. Seguro se le bajó la presión o el azúcar.

—¿Qué es eso? ¿Es malo?




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