La rendición de Drago

Capítulo 11: Drago

No estaba en mis planes besar a Silver en este momento, si más adelante, nada más quería hablar y dejar las cosas claras, pero no pude contenerme y lo hice. Que ella me devuelva el beso es un punto a mi favor.

Saboreo sus labios con anhelo, un beso intenso que me lleva al pasado, a aquella noche cuando nos besamos por primera vez en aquel club nocturno.

Ninguna mujer logró hacerme perder la cabeza como Silver con un solo beso.

Paso la mano por su cintura y la atraigo hacia mí deseando hacer mucho que más que besarla. Deseo desnudarla y hacerle el amor intensamente.

Ella gime sobre mis labios y es una señal que debo detenerme, si no lo hago, pasaremos al siguiente nivel y no es momento para eso.

Me aparto con brusquedad y meto aire a mis pulmones mientras las palpitaciones de mi corazón disminuyen.  

Ella me mira y lleva las manos a sus labios como no pudiendo creer que la besé, o que me devolvió el beso.

—No podemos casarnos. —dice.

—Sí podemos.

—Drago, no me casaré contigo ni con nadie por tener un hijo en común. Hay muchos padres divorciados que manejan bien la custodia sin necesidad de estar juntos.

—Tú no querías compartir la custodia conmigo. Si estamos casados y vivimos juntos, será más fácil para ambos.

—No, claro que no.

—Bueno, esa es la opción que te doy, la otra es ir a pelear por la custodia y yo me quedaré con Liam mientras tú podrás tener las visitas programadas. Ya sabes, verlo un rato todos los días y llevártelo fin de semana de por medio.

Ella contrae la mirada.

—No hablas en serio.

—Claro que sí. Yo perdí tres años de la vida de mi hijo y pretendes que lo vea de esa forma. ¿Por qué yo no puedo tener la custodia y tú verlo como pretendes que yo lo haga? Tenemos los mismos derechos.

—Porque soy su madre y ha estado conmigo tres años después de cargar con él nueve meses en mi vientre.

—¿Y eso qué? Yo soy su padre. No lo tuve nueve meses en mi vientre porque no es biológicamente posible y no estuve en esos tres años por desconocer su existencia. No es que esté haciendo reclamos, solo relatando los hechos.

Ella me reta con la mirada y yo me mantengo imparcial.

Dije que no apartaría a Liam de su madre y no lo haré, mas no quiere decir que no esté dispuesto a luchar por él.

La idea del matrimonio no se me ocurrió con anticipación, se vino a mi mente en cuanto ella abrió la puerta y mi cuerpo reaccionó deseándola.

¿Por qué no?

Ya es hora de que me case y Silver es una buena opción. A mi familia le agrada, sin olvidar que tenemos buena química y es la madre de mi hijo. Todos puntos a favor.

Tal vez no esté enamorado de ella, pero el amor puede surgir o puede que no, que solo sea una relación carnal y de amistad. A mí con eso me basta. No soy romántico como Aiton que espera al amor de su vida no queriendo casarse con cualquier mujer. Él desea el tipo de relación de amor que tuvieron nuestros padres, pero yo soy más realista y sé que ese tipo de relación son casi inexistentes.

—Drago, no puedes hacer eso.

—Sí puedo. No quiero hacerlo, de verdad y por eso pensé que el matrimonio era mejor opción. Los dos podríamos estar todo el tiempo con Liam.

—¿Seríamos de esos matrimonios que están juntos por los hijos? ¿Esos que tienen amantes y se separan cuando los hijos se van a la Universidad?

Niego.

—No planeo tener amantes, no es mi estilo y soy fiel a los votos que hago. Mientras tú me cumplas como esposa en la cama, y sé que lo harás bien, no necesito tener amantes. Espero lo mismo de tu parte.

»En cuanto al amor, creo que es más importante que haya respeto y comunicación, y que podamos ser amigos.

Silver se echa a reír y me quedo mirándola sin comprender. Ella apoya la mano en el respaldo del sofá y ríe a carcajadas agarrándose el vientre.

¿Acaso dije algo gracioso?

»¿Qué dije de gracioso?

Ella levanta la mano y poco a poco deja de reír.

—Lo siento—suspira—. Es que todo esto me parece tan irreal. Me recordó a una novela que leí y en ese momento deseaba estar en el lugar de la protagonista. Obviamente ahí tenía veinte años y pasaba las noches cuidando a mi padre enfermo, así que no tenía mucha vida social y también era tonta deseando ser la protagonista.

Rasco la nuca sin saber que agregar.

—Bueno, esto no es una novela, es la realidad y nuestro hijo está en ella. Tienes cuarenta y ocho horas para decidir.

Paso a su lado controlando mi deseo por ella.

—¿Qué? ¿Cuarenta y ocho horas? Ni los deudores te dan tan poco tiempo para pagar.

Muerdo el labio inferior evitando reír y volteo hacia ella.

—No soy deudor, soy el padre de tu hijo—ella se cruza de brazos—. Bien, tienes setenta y dos horas.




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