Los días son divertidos y las noches, agotadoras. Ni siquiera tengo tiempo para dormir en paz; no recuperamos el tiempo: siempre estamos haciendo actividades y comiendo.
Sin embargo, hace dos días, había sentido que la luna de miel había terminado. Todo se había vuelto una rutina: desayunar, salir a una actividad, regresar para almorzar y volver a salir después cenar y más tarde nos divertimos.
Suelto un suspiro sonoro de mis labios y observo que Balder está en la cocina mirando la nada y pensando en un todo. Supongo que esta vez puedo ser yo la que cocine algo para nosotros.
Rebusco por el frigorífico hasta que encuentro todos los ingredientes necesarios para hacer pollo frito. El chisporroteo y siseo del pollo en la sartén resulta un sonido hogareño y encantador, que al llenar el silencio me hace sentir menos nerviosa.
—Eso huele delicioso, cariño.
No puedo negarlo, soy toda una experta en la preparación de este plato.
Huele tan bien que comienzo a comer directamente de la sartén, quemándome la lengua mientras tanto. Al tercer o cuarto bocado; sin embargo, se ha enfriado lo suficiente para disfrutarlo y mastico más lentamente. ¿Hay algo raro en el sabor? Compruebo la carne, y está blanca por todas partes, pero me pregunto si está bien hecha.
Tomo otro bocado de forma experimental y lo mastico seis veces.
Ay, qué asco, de verdad.
Me levanto de un salto para escupirlo en el fregadero. De repente el olor del pollo y el aceite frito me revuelve el estómago.
Agarro todo el plato y lo tiro sacudiéndolo sobre la basura, y después abro las ventanas para dispersar el olor.
Una brisa fresca se ha levantado en el exterior y es agradable sentirla contra la piel.
Hago una mueca con mis labios y Balder me observa sin entender nada de lo que está pasando; bueno, yo tampoco lo entiendo muy bien.
—¿Por qué me quitaste la comida? —Cuestiona acercándose para abrazarme con delicadeza y estrecharme entre sus brazos—. Que a ti no te haya gustado no significa que a mí tampoco.
Al mismo tiempo un dolor repentino me retuerce el estómago, casi como una réplica de lo que se siente cuando encajas un golpe en tu vientre.
—Lo siento —murmura Balder mientras acaricia mi cadera con una de sus manos—. Mañana vamos a ir a ver a la primera persona que debo ayudar... ¿Qué dices, cariño?
No me puedo concentrar en lo que me dice.
—¡Perdona! —jadeo, luchando por liberarme de sus brazos.
Él me suelta de forma casi automática.
—¿Camila?
Salgo disparada hacia el baño con la mano apretándome la boca. Me siento tan mal que ni siquiera me preocupa, al principio, que estuviera conmigo cuando me agacho sobre el inodoro y vómito violentamente los pocos pedazos del pollo frito.
—¿Camila? ¿Qué te pasa?
No puedo responder todavía. Él me sostiene lleno de ansiedad, apartándome el pelo de la cara, esperando hasta que me recupere de nuevo.
—Maldito pollo —murmuro.
—¿Estás bien? —su voz suena muy preocupada.
—Bien —replico con la voz entrecortada—. Es solo que me he intoxicado con la comida. No es necesario que veas esto, vete.
—Ni se te ocurra, Cami.
—Vete, Balder —respondo otra vez, luchando para levantarme y poder lavarme la boca.
Él me ayuda cariñosamente, ignorando los débiles empujones que le brindo.
Después de haberme limpiado, Balder me lleva a la cama y me sienta allí con cuidado, sujetándome entre sus brazos.
—¿Te ha sentado mal alguna comida?
Asiento con la cabeza tan solo una vez.
—Ah, sí. —Hago una mueca de asco fingida—. Hice un poco de pollo, bueno, el que desayunamos hoy. Sabía raro así que lo tiré, pero antes me comí unos cuantos bocados.
Me pone una de sus manos frías en la frente, y es muy agradable.
—¿Qué tal te sientes ahora, cariño?
Lo pienso durante un momento. La náusea se me ha pasado tan violentamente como había venido y me siento como cualquier otra mañana.
—Estoy bastante bien. De hecho, incluso algo hambrienta.
Vamos nuevamente a la cocina y Balder me entrega un vaso con agua, lo bebo sabiendo que me hará sentir mucho mejor.
Quizás me he deshidratado. Todo comienza a tener sentido, ya que no había tomado nada y el calor es agotador en Argentina.
Después de comer todo lo que Balder me prepara con amor, nos dirigimos hacia la sala de estar, donde nos ponemos a ver un documental sobre aves de pico largo.
Me aburro escuchando las características y me retuerzo para besarlo. Justo como por la mañana, un dolor agudo me atraviesa el estómago cuando intenté besarlo.
Me arrastro lejos de él, con la mano apretada con fuerza contra la boca. Me doy cuenta de que no llegaré ahora hasta el baño, así que me dirijo hacia el fregadero de la cocina.
Él me aparta el pelo de nuevo.
—Quizá deberíamos ir a que te vea un médico, quizás necesitas un medicamento o algo que no tienes aquí, Cami —murmura él limpiando mis labios con cuidado.
Niego más de una vez caminado hasta el baño, me lavo los dientes y el sabor asqueroso desaparece.
Busco algo en la maleta que me preparó mi hermana, la lleno de todo, hasta un pequeño botiquín de primeros auxilios. Sonrío amplia buscando el medicamento para el dolor de estómago.
Observo el paquete de mis toallas femeninas y pienso seriamente el día que es hoy, quizás me tenga que venir, y todo esto es parte de la noticia.
Entonces, comienzo a contar en mi cabeza. Una vez. Dos. Y otra vez más.
Un golpe en la puerta me sobresalta y la cajita se me cae de nuevo dentro de la maleta.
—¿Estás bien? ¿Puedo pasar? —Me pregunta preocupado.
Balder ingresa mirándome sin comprender mi actitud, ya que parezco una loca desquiciada pensando y pensando si parar.
—¿Cuántos días han pasado desde la boda? —Pregunto con preocupación.