La rosa del criminal

capítulo - 8

Rose se dirigió a la estación de policía después de acabar con su trabajo. Aunque había estado buscando a Robin con la ayuda de Michael, no podía prescindir de la policía. Aunque la visita fue breve, ya que recibió la misma respuesta de siempre.

 

Mientras caminaba, decidió llamar a Michael para preguntar si había podido avanzar algo en la búsqueda. Michael le dijo que estaba en un café esperando a su amigo, para hablar sobre el tema de Robin. Como la cafetería no estaba muy lejos, decidió acudir.

 

Tras unos minutos de caminata, llegó a la cafetería y los visualizó hablando, al percatarse de su presencia, Michael sonrió y la invitó a sentarse.

 

A Michael le brillaban los ojos, lo que hizo entender a Luther que ella significaba mucho para su amigo.

 

Michael la admiraba sin parpadear, mientras Rose guardaba silencio.

 

—Ejem... —Luther se aclaró la garganta para llamar la atención de Michael.

 

Michael dirigió su mirada hacia Luther y comprendió que lo había hecho intencionadamente.

 

—Um... Rose, él es Luther. Mi amigo —lo presentó.

 

Rose miró a Luther esbozando una pequeña sonrisa. Luther extendió su mano con educación.

 

—¡Hola!

 

Rose cogió su mano con desgana.

 

—Hola, Luther.

 

Michael frunció el ceño al ver su apretón de manos y apartó la mano de Luther de un zarpazo.

 

—Supongo que ambos os visteis en la carrera, hace unos días.

 

—Pero no habíamos tenido el placer de hablar. Creo que ni se acuerda de mí.— Luego se inclinó más hacia Michael y le susurró: —Estas demasiado posesivo, ¿No crees?

 

Michael puso los ojos en blanco ante el comentario y comenzaron a tratar el tema de Robin. A Luther se le asignó la tarea de buscar a cualquiera con el nombre de "Robin" en los orfanatos, los niños que fueron adoptados de allí y luego averiguar cualquier antecedente, si es que los tenían.

 

Según los registros que reunió, había muchos Robins y ninguno era hermano de Rose, aunque no le dio tiempo a investigarlos a todos.

 

Al escuchar las palabras de Luther, el rostro de Rose se puso pálido. Se había esforzado mucho por guardar una esperanza, pero cada día se desanimaba más. Michael se dio cuenta de su reacción y le cogió la mano sonriendo, reconfortándola.

 

Luther tuvo que irse a seguir con la tarea asignada, lo que les dio tiempo para estar a solas.

 

—No pienses mucho, Rose. Estoy aquí para ti —la alentó.

 

Rose asintió con la cabeza al escucharlo.

 

—Entonces... ¿te vas a casa? —le preguntó.

 

—No. Tengo que encontrarme con Marcos. Ha llegado hace escasos días, y creo que nos podrá echar una mano en todo esto.

 

—¿Marcos? ¿El que consideras tu hermano?

 

—¡Sí! Él había estado fuera de la ciudad desde hace muchos días. Esta mañana llegó aquí. Podemos contar con su ayuda.

 

—¿No viene Luther con vosotros?

 

—No. Luther no conoce a Marcos. Luther es mi amigo en las carreras, Marcos es mi amigo —esclareció con sorna.

 

Rose se quedó callada al escucharlo. Michael la tomó de la mano tranquilizándola.

 

—Pero ahora, como estás aquí, primero caminaré contigo a tu casa y luego me reuniré con él.

 

—¿Caminar? ¿Y la moto?

 

—No es mucha distancia. Mi moto se quedará aquí. Además a ti te encanta caminar y a mí me encanta caminar contigo.

 

—No, está... está bien. Yo puedo ir sola. No hay problema...

 

Michael la interrumpió poniendo su dedo índice en sus labios.

 

—Vamos juntos.

 

Caminaron hacia su casa hablando despreocupadamente. Cuando estaban tan cerca de su casa, Rose vio a Sam cerca de su portal. Se quedó helada al verlo y empezó a temblar.

 

Inmediatamente tomó la mano de Michael con sus dos manos y lo arrastró hasta la pared de la calle. Su espalda chocó contra ésta, dejándolo desconcertado.

 

Rose seguía mirando a Sam, que estaba abriendo la puerta de la casa. Cuando Michael estaba a punto de moverse de su posición, Rose lo empujó de nuevo contra la pared y le puso las manos en el pecho haciendo que sus ojos se abrieran de par en par.

 

—¡Whoa Rose! Ni siquiera está oscuro —bromeó.

 

—¿Qué? —enarcó las cejas.

 

—Quiero decir, ¿qué estás haciendo?

 

Rose seguía mirando a Sam, que esperaba impaciente. No había respondido a la pregunta de Michael, lo que lo hizo sospechar.

 

—¿Rose? —alzó la voz.

 

Rose se estremeció con su grito y le cubrió la boca con la palma de su mano haciéndolo callar.

 

—¡Shhh! Hay un tipo malo ahí.

 

La cara de Michael se iluminó y empezó a sonreír con su reacción. Ella quitó la palma de la mano y volvió a ponerla en su pecho impidiendo que se moviera.

 

—Todavía no sabes quién es el malo aquí, Rose.

 

Rose ignoró sus palabras y siguió observando a Sam mientras Michael la miraba con admiración en sus ojos. Sam se fue del lugar en su coche al darse cuenta de que Rose no estaba en casa. Rose respiró profundamente a la vez que se enderezó.

 

Michael pudo mirar justo en el momento en el que el coche se alejaba.

 

—Rose, ¿quién era?

 

—Vi a Sam. ¿Te acuerdas de Sam? El hijo de mi tío. Estaba hablando con alguien allí y, como sabes, no tengo valor ni para enfrentarme a ellos y no quiero que te vea porque golpeaste a su padre así que... —se excusó agachando la cabeza.

 

Michael no daba crédito a sus palabras.

 

—Rose, deja de actuar como un gato asustado. Estoy contigo y nadie puede hacerte nada. Confía en mí —esclareció.

 

—Gracias, Michael —asintió agradecida.

 

La acompañó hasta el portal y se aseguró de verla entrar en casa.

 

Michael llegó cerca de una vieja casa que estaba situada lejos de todo el barrio. Nada más llegar, los dos chicos que custodiaban la puerta principal le saludaron bajando la cabeza.




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