Pasaron cuatro semanas desde que fueron atacados, pero Michael no podía quitarse fácilmente ese incidente de la cabeza. Empezó a actuar de forma sobreprotectora con Rose, lo que la molestaba a veces.
Marcos dejó la ciudad después del ataque por temas de trabajos, y regresó cuando los hubo terminado. Cambió su escondite por razones de seguridad y se esforzó más por encontrar a Robin. Rose empezó a desarrollar una relación fraternal con Marcos y él también siguió tratándola como si fuera su hermana, eso calmó un poco a Michael.
Con el paso de los días, los sentimientos de Rose hacia Michael empezaron a aumentar, y era incapaz de comprender lo que sentía del todo por él. Aunque seguía convenciéndose a sí misma de que Michael era su mejor amigo, pero era su corazón el que seguía diciendo otra cosa, aunque se negaba a aceptarlo.
Su cara sonriente, sus mejillas sonrojadas por sus palabras y la extraña sensación que siempre despertaba cada vez que Michael estaba con ella, pero Rose tenía miedo de aceptar sus sentimientos. Su creencia en que nadie se queda en su vida para siempre, seguía apartando sus verdaderos sentimientos por él.
Después de su oficina, Rose llegó a su casa y se refrescó. Tan pronto como tuvo sus bocadillos, llamó a Michael. Se había convertido en una rutina para ambos hablar diariamente, incluso si no había cosas importantes que discutir. Su día no pasaba sin hablar saber de él.
Hablaron durante unos minutos y luego terminaron la llamada. Luego Rose se dedicó a sus quehaceres para luego poder descansar. Mientras dormía, escuchó ruidos en el pasillo que la asustaron. Se sentó de golpe, tragando saliva. Luego escuchó el sonido de unos pasos que la asustaron más. Se dirigió al salón y encendió las luces.
Inmediatamente cogió su teléfono móvil, y el primer nombre que le vino a la cabeza fue Michael. Lo llamó pero no atendió sus llamadas. Entonces decidió llamar a la policía, pero antes de poder hacerlo, sintió que alguien estaba detrás de ella y tomó una silla de plástico que estaba a su lado, e intentó golpear pero su mano fue atrapada por Michael.
—¡Eh! Cálmate, Rose—. La tranquilizó tomándola de la mano.
—¿Michael? —Ella se sorprendió al verlo.
Michael le quitó la silla de las manos, y la puso a un lado.
—Me temo que un día voy a morir en tus manos.
—¡Oh, Dios! —Rose se puso la palma de la mano en la frente. —Michael, ¿qué estás haciendo aquí? ¿Cómo has entrado?
—Relájate—. La cogió de la mano y se dirigió a otra habitación. Luego se acercó de nuevo a ella con una tarta en la mano.
—Feliz cumpleaños, Rose —le ofreció el pastel.
El rostro de Rose se iluminó lleno de ilusión, y permaneció en silencio mirándolo.
—No actúes como si estuvieras sorprendida. Las sorpresas de cumpleaños no lo son del todo, lo sé—. Michael puso los ojos en blanco.
—Para serte sincera, me has asustado, al principio—. Rose se rió. —Pero ahora, estoy realmente sorprendida de que hayas recordado mi cumpleaños.
—Me acuerdo de todas y cada una de las cosas que tienen que ver contigo. Es la primera vez que celebras tu cumpleaños conmigo.
—Hace años que no celebro mi cumpleaños, Michael. Por Melisa, paso el día en su casa y disfruto durante unas horas —sonrió.
Michael entrecerró las cejas.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Vamos, tú sabes de mi infancia. Perdí la ilusión cuando murieron mis padres.
Michael asintió.
—Por favor, no digas que no vas a cortar este pastel. Tienes que celebrarlo hoy.
—Michael…
—No pienso escucharte. Vamos, corta la tarta —suplicó.
Rose sonrió mirándole a la cara y luego cortó la tarta mientras él seguía deseándola.
—Gracias, Michael—. Lo brazó.
Él la despegó de su abrazo y luego sacó un medallón de su bolsillo para entregárselo.
—Para ti.
—Es precioso—. Dijo ella mientras lo tocaba suavemente.
Cuando estaba a punto de quitárselo de las manos, él le pidió permiso para ponérselo.
—¿Puedo?
Ella asintió con la cabeza sin pensarlo ni un segundo. Él se colocó detrás de ella y acercó el colgante a su cuello mientras aspiraba su dulce fragancia. Rose se mordió el labio inferior cuando los dedos de Michael empezaron a tocar su cuello y se aferró a su vestido cuando su cuerpo empezó a responder a ese contacto.
Podía sentir el aumento de la temperatura de su cuerpo que le resultaba tan extraño, mientras Michael seguía disfrutando de llevar el medallón alrededor de su cuello.
—Te queda muy bien.
Michael notó su cara enrojecida, sus mejillas carmesí y se sorprendió cuando se dio cuenta de que ella estaba disfrutando de él. Quiso acortar la distancia a lo que ella retrocedió dos pasos, mientras apretaba los labios, nerviosa.
—¿Rose? ¿Está todo bien? —Preguntó dando su sonrisa juguetona.
Ella se encogió de hombros.
—Sí. Por supuesto. Yo… Voy a buscar algo para que comamos—. Luego se alejó rápidamente.
Michael se sujetó la cabeza con las palmas de las manos, riendo de felicidad.
—¡Oh, Dios mío!
Rose llegó a la cocina, y se puso delante de la encimera, poniendo las palmas de las manos sobre la losa mientras cerraba los ojos con fuerza. Podía sentir la sangre correr por su cuerpo, lo cual era increíble para ella. No podía creer que estuviera disfrutando de su tacto en lugar de sentir miedo.
—¡Dios! ¿Qué me está pasando? — Murmuró, exhalando el aliento. Sacudió la cabeza de lado y luego se echó agua en la cara. Después de relajarse, regresó al salón con dos tazas de helado en las manos.
Michael y Rose se sentaron en el sofá mientras tomaban sus helados. Los dos se miraban continuamente, lo que hizo sonreír a Michael. Nunca fue un tipo de cosas lentas y sensibleras, pero con Rose se sentía increíble.