La rosa del criminal

capítulo - 23

Furioso, Michael llegó a la casa de Marcos, gritando su nombre a los cuatro vientos.

 

Su frustración llegó al máximo nivel cuando no encontró a Marcos allí. Sujetó el cuello de uno de los guardias con furia.

 

—¿Dónde está Marcos?

 

El guardia temblaba de miedo con la rabia de Michael.

 

—Señor… el señor salió. Volverá en cualquier momento —tartamudeó.

 

Enfadado, dio una patada a la mesa de al lado que dejó a todos sobresaltados, pero nadie abrió la boca ni trató de detenerlo ya que todos eran conscientes de no meterse con el enfadado Michael. Era incapaz de controlar sus emociones por las palabras de Rose. Estaba profundamente herido. Estaba enfadado consigo mismo por no haber podido ganarse su total confianza. Sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas de tristeza, de rabia…

 

—¿Mikey?

 

La voz de Marcos resonó, e inmediatamente giró la cabeza en su dirección. Dio sus largas zancadas hacia Marcos, y le sujetó el cuello de la camisa.

 

—Ella… todavía no confía en mí —balbuceó quebrado.

 

La mandíbula de Mickey estaba apretada, y parecía muy enfadado, pero sus ojos decían otra cosa; estaba herido. .

 

Sus ojos se llenaron de una capa de agua, pero no los dejó caer sobre sus mejillas. Se había controlado mucho.

 

Marcos estaba más que sorprendido de ver a Michael en esa posición. No podía ver a Michael en un estado tan descompuesto y se enfureció con Rose.

 

—Dijo que la dejaría. No lo haré Marcos. Nunca la dejaré —espetó sin soltarle el suelo de la camisa.

 

Marcos se dio cuenta de que todos los miraban

 

—¿Qué estáis mirando? Volved a vuestros malditos trabajos.

 

Con su grito, todos se dispersaron. Marcos rodeó con su brazo los hombros de Michael, y lo arrastró hasta su habitación.

 

—Entonces, ¿qué debemos hacer ahora? —preguntó Marcos sacando un cigarrillo de su pitillera, ofreciéndole uno a él.

 

Michael no respondió nada. Las palabras de Rose seguían retumbando en su cabeza y le impedían concentrarse en nada.

 

—Pensaba que te quería—. Marcos apretó los dientes, exhalando el humo.

 

—Ella me ama —esclareció aún dolido.

 

Marcos estaba desconcertado con su frase. No entendía cuál era el problema entonces.

 

—¿Te quiere? Entonces, ¿por qué demonios te enfada y me da un susto de muerte?

 

Michael se puso las palmas de las manos en la cara, secándose las lágrimas. Dejó escapar un suspiro frustrado.

 

—Dice que me ama y sin embargo siente que no soy el indicado para ella.

 

—Te juro que no estoy entendido nada —negó con la cabeza, molesto. —Mikey la he tratado como una hermana para mí, pero tú eres más importante para. Una palabra, solo tienes que decirlo y la haré entender que será tuya. Dime, lo quieres hacer a nuestra manera.

 

Michael se burló de sus palabras.

 

—Aunque la trato como una reina, ella duda de mi amor. Si hago eso, solo empeoraré las cosas. No quiero eso.

 

Marcos se levantó del sofá, enfadado.

 

—Mikey, has cambiado. Este no eres tú. Lo que queremos, lo tomamos. ¿Lo has olvidado?

 

Michael levantó la cabeza para mirarlo.

 

—Quiero que ella confíe completamente en mí. Quiero que me ame con todo lo que soy. Y no puedo obligarla a eso, debo  ganármela.

 

Marcos guardó silencio con las palabras de su amigo. Era la segunda vez que veía a Michael totalmente destrozado. Parecía tan roto como la vez que lo encontró en la calle.

 

Se sentó junto a Michael rodeándolo con su mano tirando a.su favor

 

—Ella te entenderá, Mikey. No encontrará a nadie mejor que tú.

 

Luego Marcos siguió hablándole para distraerlo de sus pensamientos, pero la mente de Michael seguía pensando en una sola cosa; Rose.

 

***** 

 

Rose se sentó en el suelo, llorando a mares. No comprendía por qué estaba llorando. Sabía que amaba mucho a Michael, pero el miedo y los recuerdos del pasado, la obligaron a tener esa reacción y hablarle de esa manera.

 

La confianza era algo importante en la vida de Rose. Con todo lo que le tocó vivir, aprendió a no confiar tan fácilmente. Aunque ella podía ver el amor de Michael en sus ojos, las palabras de Sasha, el estilo de vida de Michael, y muchas cosas la hicieron dudar de todo.

 

—Lo siento, Michael—. Murmuró para sí misma pensando en él.

 

A la noche ambos no durmieron. Ambos estaban despiertos pensando el uno en el otro. Ella con lágrimas en los ojos y el otro con rabia en la cara. Los dos estaban más alterados que nunca.

 

Siguiendo su rutina, Rose comenzó a ir a su oficina a la mañana siguiente. Su mente no era estable, y no estaba de humor para pensar en nada. Mientras caminaba, Michael la detuvo gritando.

 

—Rose.

 

Rose se volvió para mirarlo. Su rostro se veía pálido como si no hubiera estado bien desde hacía muchos días. Había cicatrices y heridas frescas en su cara, eso la asustó.

 

—¿Qué te ha pasado aquí? —le acarició la mejilla.

 

—Nuestra relación no cambiará con mi propuesta, ¿verdad? —indagó, evadiendo la pregunta de ella.

 

—Michael, primero dime. ¿Qué te ha pasado? —tragó saliva. Le tocó las mejillas  cargando una mirada de preocupación.

 

Michael la tomó de la mano.

 

—Dime. Nada cambia, ¿verdad?

 

—¿Fuiste al club de lucha, anoche? ¿En serio? —Ella le golpeó el pecho con sus pequeñas palmas, mirándolo con rabia.

 

—Rose—. Gritó con fuerza haciéndola estremecer.

 

Le sujetó los brazos con fuerza, tirando de ella hacia él, con furia. Los ojos de Rose se abrieron de par en par con su reacción, y lo miró como un gatito asustado.

 

Michael aflojó su agarre, al ver su cara de miedo. Controló su ira, ya que no quería asustarla. La cogió de la mano y la arrastró hacia un banco de la calle. Ambos se sentaron en él, y se mantuvieron en silencio durante unos minutos.




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