De pie frente al calendario, Rose contaba los días que le quedaban para ver a su hermano; una semana. El mes estaba llegando a su fin, y ella no podía dejar de imaginar los escenarios de encuentro con su hermano, tal y como Michael le había prometido.
Tomó un rotulador de la mesa, marcó con una cruz la fecha actual y empezó a contar los días que faltaban para que terminara el mes.
Dejó escapar un suspiro al mismo tiempo que sonrió, desvío la mirada hacia la foto de su hermano y la tomó entre sus manos.
—Confío en Michael. Voy a recuperarte, Robin —besó la foto, cariñosamente. Luego tomó su bolso y se fue a su oficina.
En la oficina, no podía concentrarse en su trabajo, sus pensamientos estaban demasiado ocupados en Robin, al mismo tiempo que se hablaba demasiado, lo que sorprendía a Melisa. Rose no era muy habladora, pero no podía dejar de destellar felicidad.
—Rose, cálmate. Puedo entender tu emoción. Pero tanto... No me lo esperaba, no pareces la de siempre.
—Muchos años de anhelo, Melisa. Todo está llegando a su fin, para empezar de nuevo, felizmente—. Dijo Rose.
Melisa la tomó de las manos.
—Estoy tan feliz por ti, Rose. Incluso yo estoy emocionada por ver al pequeño Robin, aunque ya no será tan pequeño.
Las dos soltaron una risita y continuaron su charla. Empezaron a imaginar cómo sería, qué había estado haciendo y todas las demás conjeturas estúpidas, las cuales les hicieron perder el tiempo.
Como de costumbre, Michael se reunió con Rose y ambos pasaron tiempo juntos. Sus días transcurrían igual; paseando por las calles sin parar de hacer tonterías, compartiendo un beso y compartiendo el uno con el otro. No habían pasado ni un solo día sin verse. Se hizo evidente que ambos no podían vivir el uno sin el otro.
En presencia de Michael, Rose se volvía más fuerte para enfrentar cualquier problema y estaba segura de que nadie podría manipularla, ya que su confianza en Michael no era fácil de romper. Mientras que Michael se estaba volviendo inquieto por la promesa que le había hecho a Rose. En el fondo, su corazón se rompía por una razón que Rose desconocía.
Después de terminar su trabajo en la oficina, Rose llegó a su casa encontrándose a Michael allí, esperándola.
—¡Hola! —sonrió ella.
Él sonrió y le dio un suave abrazo. Luego abrió la puerta y ambos entraron. Ella dejó a un lado su bolso, excusándose por unos minutos ya que necesitaba refrescarse.
Él estaba absorto por sus pensamientos, ya que estaba a un día para cumplir el plazo de la promesa que le había hecho a Rose. Estaba muy nervioso y tenso. Siguió frotándose la cara con las palmas de las manos, intentando relajarse.
Rose se acercó a él con un pastel en las manos, y se lo entregó, sonriendo. Ambos comenzaron a comer, en silencio mientras pensaban en cosas diferentes pero en la misma persona; Robin.
—Michael, mañana... —rompió el silencio.
—Mañana vas a ver a tu hermano —sonrió.
El corazón de Rose se aceleró y su rostro se iluminó. Su frase confirmaba definitivamente que él había logrado encontrarlo.
Rose dejó a un lado su pastel.
—Significa... que... lo has encontrado —ella se rió, felizmente—. Michael, tú sabes dónde está. Llévame ahora. ¿Por qué tenemos que esperar hasta mañana? Por favor, Michael.
—Sé dónde está. Está en algún lugar lejos de esta ciudad. Llegará aquí mañana por la mañana.
—¿De verdad? —preguntó ella mientras sus ojos empezaban a ponerse vidriosos de felicidad.
Él asintió.
—Al menos, llámalo ahora. Quiero verlo, hablar con él, yo...
—Rose, cálmate. Por mucho que quieras ver a tu hermano, Robin también quiere verte a ti. Viene desde muy lejos. Creo que los dos deberíais conoceros en persona en lugar de hablar por teléfono. A Robin no le gustaría ver a su hermana, después de muchos años, en una videollamada. Sólo una noche, Rose. Has esperado tantos años por él, una noche más no es nada.
Ella apoyó la cabeza en su pecho, abrazándolo.
—Soy incapaz de esperar cuando estoy segura de que voy a conocerlo.
Michael la rodeó con sus brazos, besando su frente.
—Rose, me querrás siempre, ¿verdad? Pase lo que pase.
Ella levantó la cabeza para mirarlo.
—Sí. Te quiero, Michael. Pase lo que pase.
Rose notó el nerviosismo de Michael, y le sujetó la cara con las palmas de las manos, sentándose derecha.
—¿Estás bien? —indagó.
Él asintió con la cabeza, fingiendo una sonrisa.
—Prométeme que me querrás como me estás queriendo ahora.
Rose estaba confundida con sus extrañas palabras y luego sonrió.
—Michael, si te preocupa que no comparta mi amor contigo, cuando Robin llegue a mi vida... Deberías borrar ese estúpido pensamiento. Mi amor por ti es infinito y eterno. Recuerda esto.
Con sus palabras, Michael no pudo controlarse ya que estaba a punto de desatar la bestia que había en él y tiró de ella bruscamente, haciendo que se sentara en su regazo, ella se sobresaltó por un momento. Inmediatamente posó sus labios sobre los de ella, dovorando su boca, pero Rose no se negó. Lo estaba disfrutando tanto como él.
Tras unos segundos de beso, en los que Michael volcó toda su frustración, nerviosismo y lo que fuera que sintiera, la liberó. Rose respiró profundamente, sentada en la misma posición.
Mirándola, luchando por respirar con normalidad, volvió a la realidad.
—Rose, ¿estás bien? Lo siento... Yo... Yo estaba... —le sostuvo la cara.
Rose le puso la palma de la mano en la boca, impidiéndole pronunciar nada.
—No lo sientas —consiguió decir, aún tratando de recuperar su respiración.