La Sandía

CAPÍTULO VII. LA SANDÍA Y LAS SEMILLAS

     ¿Qué hubiese sido de la sandía si sorprendida no estuviera de la lista que el Pimentón le mostraba?, ¿se comportaría educada al permanecer callada, cuando le dijera los sospechosos que habían?

      Cerca del refrigerador se reunieron, dentro de uno de los cajones donde guardaban los productos de limpieza para las hornillas, el detective supo que allí sería más discreto que cualquier otro lugar en la cocina y no sólo por lo oscuro que parecía, sino porque no tendrían molestas protestas de frutas y verduras cascarrabias a su alrededor. Nadie tocaba esas puertas, el olor era intenso a unos cuchillos de distancia y alejaba incluso a las cucarachas.

    Apenas, se escuchaba el escándalo de ellas a lo lejos, supuso que el Pimentón Amarillo los lidiaría en la comisaria, después de todo se dividieron el trabajo por ello. Él no quería involucrarse tanto con ella, ya quejas sobre su escritorio tenía de sobra y no pararían de llegar si juntos los cachaban. El aguacate, en ocasiones, era quién repartía esos chismes a lo largo de la barra, su privilegio de asechar a los demás no lo desaprovechaba siquiera una pizca, a los Pimentones no les agradaba y estaba en su mira.

     Tan solo, si lo supiera la sandía, hubieran charlado horas y horas con una calma que nadie podría igualar, mientras que la temporada de cosecha acababa. Desde un principio, había creído que ambos la interrogarían y que le darían pistas de los sospechosos, siempre iban en par al instante de cubrir un caso, por lo que le parecía más rápido a que esperar porque la Granada regresara con sus tropas. Pero ya era muy complicada la tensión en la cocina, como para empezar el amanecer mezclando excusas.

      La humedad en el gabinete los estremecía y el sonido de las gotas caer, en una melodía los atrapaba, haciéndolos pensar. Enseguida, se fijó que no contaba con el Pimentón Amarillo y que su sombrero de nuez fue más que un accesorio para imitar a su hermano, por su extraño sentido del humor un mal sabor de cáscara le venía, y al Plátano recordaba.

    Si bien, había crecido con ellos en la huerta, aunque no significaba que fueran cercanos, pero un poco de confianza esperaba. Le era difícil adaptarse a ser cautelosa, cuando jamás lo había sido en su vida, no como en ese entonces. Hablar con las verduras rancias del refrigerador no fue suficiente y mucho menos, sentarse sobre tapas y tenedores preparando interrogatorios; la sandía no buscaba que fueran amables con ella, vivía alardeando y estando sola entre las tiras de su canasta, porque así lo había querido.

     Esperaba que la tomaran en serio, olvidando lo atrevida que las dos temporadas pasadas había sido, cuando juzgaba y no se miraba, de jugo a cáscara.

     Imaginaba su vida de antes y la del después, mirando a través del cristal de la ventana y escuchando al mismo gallo despertarla por las mañanas. Extrañaba el panorama, su peculiar libertad y la sensación de los cueros de sus labios, extendiéndose hacia los costados de su cuerpo, cuando se reía de los demás.

      Tal vez, estaba vacía o picada de nuevo, sin saber, porque un escándalo no formó al momento que explicaciones no le dieron. Por más que detestaba que le mintieran, algo le decía que necesitaba abandonar los rodeos, después de todo la retrasaban y tiempo perdía en ser más de lo mismo. Siguió cómo lo había hecho con la Guanábana, mordiéndose unas cuantas semillas e intentando ser terca y exagerada a la vez, a medida que hablaban, para disimular que aún estaba dolida.

     El detective Pimentón Rojo y su asistente la Remolacha se mantuvieron fríos, con las piernas cruzadas y examinando una última vez las hojas de apio que le habían traído, con un cruce de ojos cada vez que alguien caminaba frente al gabinete. Atención no le prestaron. Más bien, fueron cuidadosos, la verdad sobre la conducta precipitada de la sandía no era un rumor para nadie y cualquier comentario que entendiera mal, en el juicio lo repetiría. Él experiencia exprimía y la terca no lucía como una excepción.

      Antes de recogerla en el refrigerador, no se decidían de si mostrarle o no la lista de sospechosos. O qué tono debían usar para dirigirse a ella cuando de frente los tuviera, la Remolacha no había tenido la oportunidad de conocerla, no obstante, el rostro del Pimentón Rojo la sacaba de dudas.

–Sandía, éstas son las semillas de las frutas y verduras que creemos que están, de algún modo, involucradas –comentó la asistente con un tono angustiante, acomodándose el chaleco de bolsa de plástico azul.

      Se había levantado a su lado izquierdo, mientras que el detective a su derecha estaba, mucho espacio no quedaba y tuvo miedo a pedirle a la sandía que se moviera un tanto, la veía relajada pero no descartaba que tan solo se contenía. Siquiera su preocupación notó, estuvo concentrada en el libro, la cubierta era una parte de  una caja de fósforos que los dueños de la casa solían usar para fumar. La sandía amaba esa figura de un círculo con huecos casi en los extremos, además de unos palos –parecidos a las ramas del manzano– blancos al fondo de la imagen.



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En el texto hay: humor, crimen, fruta

Editado: 13.07.2020

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