Fueron pequeñas pataditas que seguían a la sandía, tan suaves y sordas entre el oscuro panorama de las escaleras, que tan sólo las hormigas podían notar. Terminaron en una de las caras de la pared, cerca del refrigerador, donde unas sombras se recostaron y agitaron sus muñecas de los nervios mientras la observaban hablar con la obsesionada Guanábana.
Iba a amanecer dentro de poco y todavía la periodista movía sin parar el palillo sobre las hojas de apio. No les interesaba lo que hiciera ella, después de todo se escabullían para conocer a la terca y preciosa sandía, cuyo jefe les charló. Hubo fuertes rumores de ella rondando también en otros pisos de la casa, pero no se esperaron que estuviese de verdad del lado de una periodista y mucho más, a esas horas del día. Aun así, no supieron qué fruta era.
–Es una pera, sí. Te lo aseguro –dijo la sombra de la izquierda, aproximándose un poco más, las cucharas y tazas sobre la tabla de picar reflejaron breves rayos de luz sobre ella, desvelando su aguada corteza. Era una uva de color verde, con un terrible acento que apenas se le conseguía entender, siquiera se podía suponer que andaba con cuidado por lo rápido que movía su lengua. No obstante, su compañera oyó perfectamente lo que dijo y más tarde, mordió sus labios. A veces, las verdes solían ser bastante mentirosas y un detalle que entendiese mal, pelaría por completo el plan de la otra. Continuó–: Tal vez jamás haya salido, querida, pero he visto los dibujos por la cama de estas horribles frutas. Y si la semilla no me falla, esa es una pera madura y derecha.
La otra sombra bufó y le sujetó su pequeño brazo echándola para atrás, estaba demasiado expuesta en la esquina y en pocos minutos observándolas, notó que la sandía se distraía con mirar por doquier entretanto decía sus boberías de Don Melocotón, cualquier susto le pudieron dar. Aunque también tenían que estar peladas si la supuesta fruta de los cielos –de la que tanto hablaban en la madriguera– aparecía y las delataba. El aguacate.
–No seas madura, uva. Por supuesto que no es una pera, el Don esta mañana me contó cómo lucían. Esa horrible fruta tiene pinchos y si bien, créeme si así lo quieres. A lo mejor sea un tomate –indicó furiosa e imponente la segunda uva, la que presumía su tono morado chillón bajo los destellos de la luna. Su acento era el mismo, sin embargo, se molestó en hablar más despacio.
Qué ridículas se veían, si sólo estuvieran al alcance de la sandía, ya las hubiera puesto en sus semillas. Mera rodajas para que fuese un tomate, la uva verde intentaba recordar los retratos que siempre contemplaba y no hubo al menos que la llamasen así. Las escaleras pudieron haberle revuelto los sesos a la uva morada, tan inteligente no era como aparentó con su cara dura.
–Entonces, es el peor tomate que he conocido –comentó decepcionada y frunciendo el ceño, cruzando los brazos y levantando su cuerpo–. No tiene carisma, uva, ojalá las demás no sean así. Incluso las cucarachas son más graciosas y atractivas–. Su amiga disintió con una grave tos, de repente anduvieron saltando al otro lado de la pared, al fijarse que la sandía había volteado hacia ellas. La uva morada la golpeó.
–Es el viento, sandía. No tengas miedo de las tropas, escuché que Don Melocotón retiró a algunas de sus puestos por si los invitados de la huerta querrían visitarte –dijo la periodista, sin mirar a la alarmada sandía, por un instante creyó que aquel ruido momentáneo fue de veras una fruta o verdura hablando. Ni habría qué culparla por sentirse así, ya que sus perseguidoras no eran más que uvas primerizas que no les encontraban lugar entre los estantes y sábanas en la habitación de arriba, hasta su jefe aguardaba que un sobresalto le dieran y que así le sacudieran un rato esas entrañas de melón que tenía. Añadió–: Admito que asusté al resto de los periodistas con que en la madrugada te volvías loca y supongo que soné convincente, ¿no es así?
Se asomaron de nuevo, extendiendo los dedos y reposándolos sobre la esquina de la pared. Estuvieron de acuerdo en que una miraría levantada, mientras que la otra se agacharía para no chocar cabezas y cuerpos entre sí, si les tocaba volver a esconderse. Ambas podían ser principiantes, pero tras vivir con la mafia uval tanto tiempo, pelaron todo lo que sabían.
Preparadas escribían lo que lograban oír y fijarse en las expresiones de alegría y presunción de la sandía, la uva verde llevaba un bolso cruzado y de allí sacó unos trozos de papel blanco. Si tan sólo la Guanábana las hubiera visto, lo primero que se preguntaría sería qué era, en la cocina eran muy rústicos y se conformaban con el apio. La mafia uval era sofisticada.
Editado: 13.07.2020