Caminaba sin cesar, no podía frenarme, ya llegaba la noticia que cambiaría mi vida. Pasaban las horas, casi ni uñas tenía, los nervios me estaban consumiendo. De repente, se abre la puerta apareciendo el doctor -con una expresión rara- y me llama: Shutei Aldana, adelante.
Estaba vivenciando una sensación inexplicable, como si supiera mi situación y todo lo que vendría después. Cuando ingreso a la sala, el médico mira los estudios y dice: señora, usted está embarazada y por su situación temo que habrá complicaciones. Debería cambiar su estilo de vida para sobrevivir a este parto, además necesitará un buen cuidado tu futuro bebé.
En ese momento, mis ojos se llenaron de lágrimas y no podía hablar, mientras el doctor me miraba silencioso. Como explicarle que no tenía trabajo, ni casa, ni comida, sólo a mis otras hijas que sobrevivían conmigo; ¿Podría él solucionarme mis problemas?, no, volvería a repetir las mismas palabras. Así fue que le agradecí, me despedí y me fui.
Estremecida y atormentada entre tantos pensamientos caminé y caminé, es que no sabía que hacer ni que decirle a mis pequeñas. Llegó la hora, tenía un cliente, no se como haría para frenar mi llanto. Pero debía estar bien, eso es lo que buscan, salir de su realidad; para eso pagan. Asique me dibujé una sonrisa, pensé en que mis niñas comerían y trabajé con ganas.
Cuando mi padecimiento terminó, fui a comprar comida y a buscarlas al refugio. Llegué y ellas me llenaron de abrazos, cuánto las amaba. Me tragué el dolor mientras comía y las hice reír con historias de mi día. Sin dudas, no sabían cuál era mi trabajo, no lo entenderían, por eso les inventaba historias graciosas de cómo conseguía alimento.
Ya estaban dormidas, las miraba con la paz que estaban recostadas, como si cuando terminará el día también acabaran los problemas. Era entendible, veían la realidad pero entre juegos se perdían.
Al otro día amanezco cansada y triste, sin poder dejar de pensar que estaba de dos meses. Por momentos olvidaba mi situación, soñaba con mi familia y con un hombre que me amara de verdad. También, imaginaba a mis padres y hermanos -orgullosos de mi- compartiendo momentos conmigo y mis hijas. Pero siempre hay algo que me despierta, en este caso, me estaban queriendo robar.
Así reaccioné, viendo como un pibe a lo lejos se llevaba mi cartera, ¿justo a mi?. Mucho no le servirá, tenía unos billetes y el maquillaje, pero ni se imaginaría cuánto me jodió. Después de esto trabajaré el doble, incluyendo la noche, luego de hacer dormir a mis niñas, pensé. Pero, ¿puedo enojarme con ese adolescente perdido?, la verdad que no; nadie entiende nuestra realidad, solo la juzga.
Todo este torbellino de emociones y el crecimiento de un ser en mí, había enloquecido mi cuerpo y, no rendía lo mismo… ¡Ay, ya tenía clientes quejándose!... Es perverso lo que puede generar la mezcla de placer con dinero, se olvida lo humano, se esconde lo íntimo; todo se vuelve una máquina. Mientras escuchaba tantos enojos me aislé, dándome cuenta que mi vida era un completo desastre y, que solo mi negación me mantenía viva; además de mis hijas, que eran mi mayor motor.
A pesar de la obscuridad de mis ojos, estos pudieron ver a un hombre que los deslumbró. Él…era él…encantador, atento…¡ay, era tan lindo verlo!. Fue como iluminar un poco mi vida, con ese revolotear de sensaciones cuando alguien te gusta. Era como pensar que sí, que todo podía tener solución, que su sonrisa podría alivianar pérdidas, reproches y problemas futuros. Sin embargo, él tomaba un café, yo un vaso de agua; él en una confitería, yo en la calle esperando el próximo cliente. No solo eso, apenas pasaron dos minutos de verlo, cuando desde un auto me llamaban agitadamente…así la ilusión terminó.
Pasaron los días, recorría las calles de mi barrio en busca de trabajo, y me choqué con él. Era nuestro primer contacto directo, suavemente me dijo “discúlpeme señorita, ¿esta bien?”, y yo tímida “sí, gracias…¿usted?”. Asienta con la cabeza, entra a la confitería y me llama. Voy creyendo que se había dado cuenta de mi labor, cuando sorpresivamente me invita - a modo de perdón- con un café y medialunas de manteca. En efecto, tuve que quedarme y disimular una yo diferente a la de todos los días.
Me quedé en un asterisco de pensamientos, retomando aquel que razona sobre lo que hacemos para conquistar al otro, para dar una buena apariencia; por lo menos yo; en ese momento, busqué ser todo lo contrario a lo que era. Y si, tenía miedo, quién elegiría a alguien como yo para amar…entonces ahí reflexioné sobre si el amor se elige o simplemente se siente.
Puedo asegurar que perdí la noción del tiempo, perdí unos tres clientes y mis hijas estuvieron dos horas de más en el refugio, pero, volví a sentirme feliz. Estaba sentada en aquel café frente a un espejo y, vi una mueca que hacia mi boca; era irreconocible; era mi sonrisa. No puedo negar que me perdía en sus ojos mientras me hablaba de su vida magnífica, hasta que me pregunto sobre mí …y yo… sin saber que decir.
Él ahí, a la expectativa de las palabras que fuera a decir …y yo…muda. Y acá pongo en juego a mi psiquis, mis tópicos se pelean para dar su respuesta; mi consciencia decía, la verdad a medias cuéntale; mi subconsciente me retaba a decirle la posta y; mi inconsciente solo pensaba en salir corriendo de allí. Como me costaba decidir, elegí mezclar un poco todo para que no sea ni una total mentira ni una verdad suicida. Sin embargo, estaba terminando el café cuando se acerca un señor, me toca el hombro y, me dice: “¿estas disponible?”; y yo, sin inmutarme, delicadamente respondí: “termino mi descanso y me comenta que necesita, hasta luego.” Así es que tal situación paso desapercibida, mientras que seguía inventando mi vida ideal.
Él parecía tan entusiasmado como yo, nada podía distraerlo, estaba fijamente atraído por nuestra charla. Pero, de un momento a otro, se puso nerviosísimo al pispiar el celular. Impulsivamente quiso disimular, y -sin perder su encanto- se despidió, dejándome su tarjeta personal. Ahí espere un rato, ojeé el diario y me fui.
Salgo a la calle… era de noche…mis hijas…el trabajo…yo…¡aaaay!. Pensé, bueno, de a una cosa. Trabajo, preparo a mis pendientes y listo. Niñas, ya salgo para el refugio; yo, bajarme de las nubes y comprar comida. Entonces hago la mayoría de una manera fugaz, emocionada por verlas; pero; cuando llego no estaban allí.
Entre en pánico.
Salgo en su busca, con todos mis nervios clavados en la garganta. Pase horas y horas caminando por el barrio, llorando y culpándome. En un momento ya había perdido las ilusiones, como también, las ganas de vivir. Pero, las vi. Estaban riéndose mientras tomaban algo con un cliente mío, sin más, me desmayé.
No sabía donde estaba, no sabía de mis hijas, no recordaba nada. Alrededor mío vi gente, algunos reconocidos de la calle, otros marionetas de la ciudad. Cuando logré despertar, me di cuenta que estaba tirada en la calle y que no podía moverme. Necesitaba saber de mis niñas, quería hablar pero, nadie me escuchaba. Era una pesadilla lo que estaba viviendo, todo por un simple error. Escuché un sonido muy fuerte, chillón y escandaloso; era mi despertador.
¡Ay, fue tan real!, me es confuso pensar que siento que lo conocí y que no fue así. Sin embargo, siento que este feo soñar fue una advertencia, debía empezar a cuidarme. Pensaba en buscar otro trabajo, tener más seguridad, dedicarle más tiempo a mis reinas. Pero…siempre hay un pero.
¿Cómo conseguir trabajo sin experiencia, sin estudios, sin casa propia?. Debería estudiar y recibirme del secundario, ¿pero con qué plata?. Y así seguí en el ciclo, vueltas sin fin. Había días que me preguntaba, ¿cuánto más podré durar así?. Pensar que -de joven- soñaba con ser diseñadora en indumentaria, pero siempre mi entorno fue pobre y, los pobres no importan, no llegan, no hacen, no existen. Entonces de a poco, por más esfuerzo que hacia, se desvanecía mi sueño.
Quería “ser alguien”, quería pertenecer y poder sonreír de felicidad. Aunque pensaba que mis padres sufrieron lo mismo aquí, inmigrantes uruguayos. En 1890 llegaron a la Argentina. Recordé que ellos vinieron con la idea de progresar, de darme una mejor vida, de “convertirse en argentinos” para deslomarse y tener algo propio. Sin embargo, eso quedo zumbando en sus pensamientos porque nunca fue real. Lamentablemente mamá murió muy joven en un accidente laboral y…papá…bueno…cuando yo tenía catorce años, enloqueció y, un día borracho se quitó la vida.
Me tuve que hacer fuerte, buscando siempre la salida. Asique deje todos mis sueños, busqué un trabajo e intenté estudiar. Pero todo se dificultaba, vivía en una pequeña casa -que se caía a pedazos- en un sitio muy peligroso. En años muy difíciles, quedé en la calle. Entonces aprendí que debía pelear por lo que quería, que a nadie le importaba que me pasaba y, que todo dependía de mi misma.
Cuando todo se había tornado obscuro, aparecieron personas que aseguraban poder ayudarme, que me convencieron con su personalidad. Mi acotada experiencia confió perdidamente, sin embargo, todo termino en más fracasos y desilusiones. ¿Cómo explicarle al corazón que debía soportar otro dolor más?, ¿cómo explicarle a mi mente que la gente solo muestra un disfraz y no lo que es puramente?. Así fue que les enseñe a decodificar señales generales de las personas y a no confiar en nadie, solo por seguridad propia.
Ahora el 29 de marzo de 1989 cumplo mis 24 años, sin ganas. Debo seguir, tengo unas pequeñas vidas que me convidan de su alegría para subsistir. Se torna pesado todo, porque hoy, en este país las cosas están muy difíciles, ya no alcanza la plata para comer, me decía a mi misma. Estaba pensando en aumentar mis servicios pero, estos “ratas del pueblo”, solo querrán envenenarme con sus palabras discriminadoras. Lo más gracioso es, que por un papel que llaman billete, se sienten más poderosos y más sabios; pero la verdad; somos más de lo mismo.
Entonces, ¿cuál es el límite de la diferencia?, ¿el poder, el dinero, el saber?. ¡Qué ingenua esta sociedad!. Digo, somos de carne y hueso, necesitamos cumplir con las funciones básicas del organismo, habitamos un mismo planeta …y TAN diferentes vamos a ser… me parece un poco exagerado. Puedo ser ignorante, pero patear la calle te muestra una experiencia que, por lo menos, a mí me hace pensar. Y la verdad, me encantaría llenar mi bocho de saberes, pero no me lo permiten.
Sin más que pensar, a mis clientes les ofrecí otros trabajos, como limpiar su casa o ser niñera de sus hijos e hijas. Vieron mi cara de desesperación y hambre, así que algunos tuvieron compasión dándome esa oportunidad. Además, qué más tentador que tenerme en sus casas, les subió la adrenalina. Digamos que, salíamos todos ganando en esa situación, aunque me incomodaba compartir con sus esposas. Pero bueno, era mi oficio.
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Editado: 14.07.2019