La Sociedad Imperfecta

Capítulo III

Mi corazón dejó de latir unos instantes, estaba perdiendo mi única motivación a vivir. Pero, ¿por qué mi beba tenía que sufrir lo mismo? ¿ya ellos y ellas querían marcarle su destino? No, eso si que no lo iba a permitir. Sabía que mis niñas estaban felices con esa familia, aunque sea en ese momento; pero a mi bebé yo le debía elegir una madre de corazón que valga la vida tenerla. Así fue que le pedí al abogado que objetará para que me dieran la palabra, y sin más, expliqué que tenía el derecho de elegir dar en adopción a mi futura niña -a quién quisiera yo-. Gracias al universo, concedieron mi pedido y pude relajarme un poco.  
Por otro lado, intenté tener una buena relación con los Hitsuon, para poder ver y despedirme de mis hijas. Fue un dolor intenso, verlas tan contentas y que no sea por mi causa; pero a la vez, felicidad por sentirlas así. Me prometieron que podría visitarlas, sin embargo, si me las sacaron, ingenua hubiese sido creerles. Por lo cual, las llene de besos y abrazos, les expliqué que debía alejarme y que las amaba un montón. También, les hice comprender que no podía darles lo que se merecían y que mis amigos se comprometían a hacerlo -obviamente con sonrisas y delicadeza-. Porque no me gustaba eso de subestimar, mis niñas lo entendían todo y, sabían que todas sufríamos. Me he castigado por haberles coartado su infancia, por eso haberlas soltado fue una manera de liberarlas. Quizás, la vida me de la revancha de volver a verlas, si es que sobrevivo a tanto dolor.  
Una madrugada llena de dolor la del 13 de Agosto de 1989, tantas contracciones…¡cuántas ganas de vivir tenía mi niña!... trabajo de preparto. Accione sola al hospital. Ese lugar tan desagradable para gente como yo, que no es tratada como persona. ¿Exagerada? No lo creo, me tiraron en una camilla a las 4 de la madrugada y, cuando ya gritaba de dolor vinieron a verme, ya eran las 9 de la mañana. No paso mucho, a las 11.06 a.m. mi hija salió de mi para conocer el mundo. Y sinceramente, tenia todo pensado para que su vida sea maravillosa. Sus cosquillas en mi panza serán inolvidables, era notable su energía positiva y quería que la transmitiera sin trabas.  
Teresa y Julia eran dos buenas conocidas, amigas diría, que ni idea tenían de mi embarazo. Es que, ellas siempre me aconsejaban, querían sacarme de mi estilo de vida pero; es difícil, cuando el exterior te es más fuerte que tus deseos. Eso tan humano, la contradicción, el querer y el no poder, lo bueno y lo malo, lo imposible y lo fácil. Bueno, digamos que yo estaba ahí, en esa línea delgada del éxito y del fracaso. Claramente, seguí al fracaso, a la confianza ciega, a la violencia disfrazada, al miedo indefenso y cuántas cosas más.  
Mis amigas eran un ejemplo a seguir, sabía que ellas -que ya eran grandes- no iban a querer criarla pero serían un buen hogar de transición. Así fue, que me ayudaron a darla en adopción, hacer los papeles y esperar. Me prometieron que me contarían cuando fuera adoptada, que chismearíamos sobre la familia y que, iban a cuidar bien a quien la entregaban (quedarían en contacto lo más posible). Eso me  dejaba muy tranquila, aunque también me partía el alma despedirme de esa manera. Lloraba sin cesar, la miraba y …me veía en sus ojos…esa dulce mirada… esas ganas de sonreír… me dejaba sin aire. Y yo, tan cansada, sin brillo, agotada de vivir. 
Les comenté que me la quedaría unos meses -alrededor de seis- para amamantarla y que se sienta fuerte mi pequeña. Accedieron y. despacio comenzamos los papeles y las indagaciones para la adopción. En Lobería todo era mucho más lento, un pueblo desconocido que a pocos les importaba, pero con paciencia sabíamos que lo lograríamos. Además, mis amigas vivían en Necochea y todo se hacía más accesible.  
Pasó un mes, 13 de septiembre de 1989, le hice un festejo de abrazos…míos y aquellos que sus hermanas no podrían darle. Le hablé de ellas, le conté con lágrimas en los ojos que hacía dos meses que  no las veía, que desaparecieron del mundo. Estábamos tiradas con una fina frazada en el piso, nadie nos quería allí, pero caímos en una casa desconocida llena de descontrol. Era la casa de un agresor, Ernst, un masculino encubierto. Era drogadicto y alcohólico, y se liberaba pegándome y obligándome a drogarme con él, para luego que yo perdía el dominio él comenzaba a… violarme. Estaba deseando que pasen los seis meses, así mi beba dejaba de vivenciar aquello, que seguro no recordaría pero, en algún lado de su memoria quedaría.  
Muchos ni se imaginan la pesadilla que vivía, porque se pensaba que una prostituta era vía corriente siempre. Entonces dudaban …¿por qué se resiste a tener sexo si trabaja de eso? ¿por qué no se deja antes de sufrir violación? Estas eran las clases de preguntas que hacían que me enoje con esa sociedad imperfecta. Es decir, elegía ser trabajadora sexual por necesidad, porque nadie te daba trabajo en mis condiciones. Pero eso no habilitaba a que todos pudieran aprovecharse de la situación, y con respecto a este hombre, él creía que debía condenarme a su sexo. Entonces como no quería, buscaba la manera de saldarse su cuenta.  
Ya no tenía fuerzas para seguir, mi nena me necesitaba, había crecido un montón. Cada vez que este sujeto comenzaba a violentarme, ella miraba con los ojos bien abiertos y se largaba a llorar desconsoladamente, cuando quedaba tirada en el piso, nos mirábamos y llorábamos juntas. Así fueron eternos los meses, hasta que finalmente llegó el gran día.  
Era el 14 de febrero de 1990, caminaba por las calles necochenses, me cruzaba con parejas felices disfrutando su día; mientras yo; iba con lágrimas en mis ojos hacia la casa de mis amigas. Esa contradicción de querer y no querer, era mi beba, mi niña, mi motivo y…debía dejarla. No sabría como resultaría, pero seguro tendría una mejor vida lejos de mi. Yo ya estaba consumida, era una adicta y prostituta.  
Llego  a la casa, me abrieron con una sonrisa de paz, me abrazaron bien fuerte y me hicieron entrar a la casa. Me ofrecen una taza de té y torta, con el hambre que tenía ni dude en decir que sí. Una vez que estaba acomodada, ellas muy tranquilas me contaron que ya había una familia para mi niña Haisha Shutei. No tenían mucha información, pero al saber su nombre  reconocían que era hija de un honorable hombre. Por lo cual, me explicaron que nunca le faltaría nada y que recibiría la educación necesaria. 
Así me despedí, me tocaron  en el piano una canción de despedida, nos abrazamos, besé a mi bella y me fui…a la deriva…a aquel puente colgante. Buscaría respuestas seguras en el Río Quequén. Sabía que nadie me reclamaría. 
 




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