Capítulo VII

Como quedarse con tanto para decir, hace cinco años que vino por primera vez a casa, a veces sentía que nos habíamos equivocado. Mis hijas fueron un dilema, nos llevó mucho tiempo que se entendieran con él, Maine  no lo quiso nunca. Por el contrario, ella me culpó a mi -en un cien por ciento- por todo lo sucedido,  y si lo pienso, tenía razón. Estuve diez años soportando un marido machista e infiel, y luego, parecía que seguía lidiando sola con mis dos hijas porque…otra vez me había equivocado al enamorarme. No me arrepentí, aprendí. 
Recuerdo el primer día que lo vi, se notaba increíble y lo era pero, todo cambió. Se fue desmoronando todo, aparecieron decepciones, aún así lo amaba. Era un hombre muy bueno, aceptaba y buscaba mejorar; además, me ayudaba bastante con la casa mientras estudiaba mi carrera. 
Ya se viene el aniversario de Haisha y sus 15 años, increíble como creció mi niña. Aún me emocionaba al pensar en su madre biológica, muchas veces llorábamos juntas, ella sabía la verdad. Haisha siempre fue bastante introvertida así que no quiso fiesta tradicional, almorzamos los más allegados y listo. Sus mejores regalos eran libros y libros, dibujos y arte, no costó nada verla feliz.  
Muchas veces me costaba escribir mi diario de confesiones, tantos bloqueos de todos lados. Debo asumir que llevaba una mochila  donde la gente y yo introducíamos cosas como: culpa, resentimiento, amor, odio, dolor, felicidad, tristeza, cansancio, entre mucho más. Y así eso me paralizaba, me asustaba dejarlo todo de nuevo, volver a empezar. A su vez, me planteaba el hecho de que mis hijas ya eran grandes, que ya las culpas se habían marchado con ellas y que yo, si yo,  merecía ser feliz.  
La verdad, nunca había dependido de nadie, solo a veces naturalizaba las reglas morales del patriarcado.  Pero siempre, siempre fui una mujer empoderada y fuerte, con años de trabajo y amor…quizás incomprendida pero… siempre mirando para delante. Y sin más pesar,  preparé un acto de despedida.